Mujica se convirtió en un referente mundial por su forma de vivir y de hacer política. Durante su presidencia (2010-2015), rechazó mudarse a la residencia oficial y optó por seguir viviendo en su chacra a las afueras de Montevideo. Ahí recibió tanto a figuras políticas como al rey emérito de España Juan Carlos II, como a personalidades de la cultura, entre ellos el cineasta serbio Emir Kusturica, quien en 2018 estrenó un documental sobre su vida.
Con apenas 3.4 millones habitantes, Uruguay captó la atención del mundo gracias al estilo directo, desafiante y ético de Mujica. En 2012, subió sin corbata a la tribuna de la conferencia Río+20 de la ONU para lanzar una crítica abierta al sistema de consumo global. Un año después, en la Asamblea General del mismo organismo, fue más radical: "Hemos sacrificado a los viejos dioses inmateriales y estamos ocupando el templo con el dios mercado", denunció.
"El guerrero tiene derecho a su descanso"
La voz de Mujica tuvo eco incluso en sus últimos meses de vida. En enero de este año, el semanario uruguayo Búsqueda publicó una entrevista en la que el expresidente dijo: "Ya terminó mi ciclo. Sinceramente, me estoy muriendo. El guerrero tiene derecho a su descanso". A esa frase le siguieron múltiples muestras de respeto y afecto desde distintos sectores del continente.
Desde la política, Mujica dejó una huella profunda. Su juventud como líder del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) lo llevó a ser encarcelado durante 13 años en condiciones infrahumanas por la dictadura uruguaya. Tras su liberación en 1985, fundó el Movimiento de Participación Popular (MPP), que se convirtió en la fuerza más votada del Frente Amplio, la coalición de izquierda más importante del país.
Ocupó una diputación en 1999, luego fue senador y más adelante ministro de Ganadería y Agricultura. Al llegar a la presidencia impulsó reformas como la legalización del mercado de marihuana —administrado por el Estado— y aceptó en Uruguay a presos liberados de Guantánamo, en acuerdo con Barack Obama.