OPINIÓN: El fantasma de Donald Trump perseguirá al Partido Republicano
Nota del editor: Timothy Stanley es un historiador y columnista para el diario británico Daily Telegraph. Es el autor de Citizen Hollywood: How the Collaboration Between L.A. and D.C. Revolutionized American Politics. Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
(CNN) – Eso es todo para Donald Trump. Perderá el 8 de noviembre y probablemente pierda en grande, al caer por el borde del precipicio junto con partidarios como Thelma y Louise.
La pregunta es, ¿qué tipo de partido republicano quieren dejar atrás Trump y sus fanáticos? Un partido desmoralizado y dividido, con sombrías perspectivas para su futuro.
Ellos podrían perder algo más que la presidencia. Algunos demócratas están instando a Hillary Clinton a tratar de captar a los votos electorales improbables en estados como Arizona y Georgia, e incluso a redirigir efectivo para los candidatos al Congreso.
OPINIÓN: ¿Trump está acabado desde hace semanas?
Los demócratas tienen la ventaja en las carreras por el Senado; podrían revertir el control del partido republicano en la Cámara de Representantes. Así que no es inconcebible que Paul Ryan —lo más cercano que los republicanos tienen a un liderazgo moderado— pierda la presidencia de la Cámara.
Trump, por su parte, no va a desaparecer. En las últimas dos semanas hemos visto la magnitud de su ego: el que no está con él está en contra suya y vaya que es de aquellos que guardan rencor. Así que, podemos esperar que pase los próximos cuatro años escribiendo un libro, que aparezca en la televisión, y que se introduzca sin cesar en los asuntos republicanos.
Peor aun, amenazará con lanzarse por la candidatura otra vez. Su preocupación por la supervivencia del partido republicano es cero. Durante las primarias, inicialmente se negó a comprometerse a respaldar a un candidato que no fuera Donald J. Trump. Su propia exigencia de lealtad ahora es cómicamente hipócrita.
nullIncluso si los republicanos tomaran ventaja del programa de exploración espacial del presidente Barack Obama y enviaran a Trump en un cohete a Marte, todavía estarían estancados con el trumpismo como un fenómeno cultural.
Eso debido a que Trump no ganó las primarias solamente por su carisma. Explotó profundas divisiones dentro de la coalición del partido republicano. No son necesariamente clasistas, como a menudo se sugiere sin respaldo de los datos de encuestas, sino que ciertamente se relacionan con la actitud.
La base del Partido Republicano alguna vez se definió por ortodoxias bastante rígidas en la reducción de gobierno, en proyectar el poderío estadounidense y en el conservadurismo de la moral. Trump ha rechazado las tres y ha ganado votos de aquellos que quieren un conservadurismo que reduzca la inmigración y mantenga la ley y el orden.
OPINIÓN: ¿Clinton necesita apalear a Trump?
El reaganismo alegre y optimista está muerto; el gobierno de Bush ayudó a eliminarlo con Irak, la contracción crediticia y una serie de escándalos éticos que prepararon muy bien a la base del Partido Republicano para comprometerse con Trump. El escepticismo ha conquistado a la derecha.
Hombres perennemente “indignados” como Mitt Romney parecen como algo pasado de moda. El electorado de plutócratas sobrios de Romney se está reduciendo, y aún así son lo suficientemente poderosos como para resistir a Trump y financiar una guerra civil.
El rechazo al partido por tantos funcionarios públicos en los últimos días da una idea de la escala de la desafección de la élite hacia sus propios votantes. La única razón por la cual no han salido corriendo, al parecer, es que han quedado sorprendidos por la fuerza del apoyo de las bases hacia Trump.
OPINIÓN: Donald Trump tiene razones para preocuparse
Un sentido en el que el Partido Republicano no ha cambiado es que es el partido de las personas de raza blanca. De 1968 a 1988, esta fue una ventaja. Ahora, a medida que se contrae el porcentaje blanco del electorado, se vuelve una incapacidad. La disputa sobre qué hacer al respecto define la guerra civil.
Los republicanos anti Trump exigen una concesión a la corrección política: ser cuidadosos con el lenguaje, perseguir a los votantes minoritarios con sensibilidad e incluso adoptar políticas como la inmigración o la reforma política.
Trump no ve ninguna necesidad de esto. Él quiere los votos minoritarios, pero los quiere en sus propios términos ciegos a las diferencias raciales; independientemente de cómo esos grupos definan sus propias necesidades. De ahí que pudo etiquetar a los inmigrantes indocumentados como asesinos y violadores, y todavía esperar obtener el voto latino.
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Y no será así. El Partido Republicano podría no conseguirlo por una generación. Sus líderes más moderados entienden y temen esto, al igual que ven la creciente brecha de género en las preferencias de voto y predicen el olvido electoral.
Sin embargo, los elementos de la base parecen haber llegado a la conclusión de que la oposición permanente es un precio a pagar por permanecer fieles a sus principios. Ellos consideran que sus necesidades económicas e identidad cultural están en oposición a la migración masiva, por lo que se niegan a ceder un ápice en esa política. Para ellos, es un intento racional por la supervivencia.
Podríamos estar presenciando un partido que se escinde en dos. Ha pasado antes. Los demócratas estaban divididos entre las alas liberales y segregacionistas en la década de 1960. La alineación actual del electorado dentro de dos partidos, generalmente conocido como el sistema del sexto partido, podría estar lista para una reorganización.
Los demócratas serán el partido de los no blancos, los que tienen educación universitaria y los liberales. El apoyo republicano se concentra entre los hombres blancos. El odio instintivo hacia la presidenta Hillary Clinton no hará sino reforzar esa dinámica.
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La base del Partido Republicano demandará un nominado en 2020 que critique a Clinton como una socialista antiestadounidense. En otras palabras, podrían designar a un Trump solo en el nombre. ¿Podrán ser detenidos? No sin la aparición de un líder moderado transformador. Y no hay ninguno en el horizonte. ¿Ryan? ¿Marco Rubio? ¿John Kasich? Una razón clave para la nominación de Trump es que el centro está muy carente de vida y sobreprogramado.
Los partidos han estado al filo del abismo antes y han regresado. El Partido Republicano nominó a un extremista en 1964 y aún así se impuso con un moderado en 1968; los demócratas hicieron lo mismo en 1972 y 1976. Pero en este momento es muy difícil concebir que un partido que es rehén de un grupo demográfico en declive construya una coalición ganadora.
Estados Unidos es casi único en este sentido. En todo el mundo occidental, los partidos conservadores se han comprometido conscientemente con la modernidad y se han ajustado a un electorado cambiante. Los conservadores británicos introdujeron el matrimonio del mismo sexo. Los demócratas cristianos alemanes dieron la bienvenida a los refugiados.
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El problema con Trump, por lo tanto, no es solo Trump. Son las fuerzas sociales que él representa, fuerzas que limitan al liderazgo más moderado para perseguir nuevos votantes. Quizás lo mejor que podría sucederle al Partido Republicano el 8 de noviembre es que Trump pierda tan gravemente que repudie su política por completo. Por desgracia, es probable que él perpetúe un mito de “puñalada por la espalda” que sugerirá que la derrota se debió solo a Ryan.
Trump es uno de esos hombres que se asegura de ganar aunque pierda.