OPINIÓN: Desigualdad racial y la idea de la justicia en México
Nota del editor: Diego Castañeda es economista por la University of London y editor de ciencia de la revista Paradigmas. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de su autor.
(Expansión) — En una parte de la novela The Lathe of Heaven de Ursula K. Le Guin, su protagonista, un hombre que puede alterar la realidad física del mundo en sus sueños, decide acabar con el racismo de una vez por todas en el mundo. Su solución es soñar un mundo en donde todos los seres humanos tienen el mismo color, son grises y por tanto el color de la piel deja de importar. En la vida real nuestro fenotipo, las determinantes genéticas y ambientales que determinan nuestro tono de piel importan y México no es la excepción.
Hoy en día para nadie resulta extraño decir que México es un país de amplias desigualdades. Desigualdades en términos de recursos materiales (riqueza, ingreso) y desigualdades estructurales (aquellas que son derivadas por instituciones formales o informales que excluyen, discriminan o dan un trato diferenciado, por ejemplo en cuestiones raciales o de género, y que se manifiestan en un acceso reducido a oportunidades) que se transforman directamente en las oportunidades disponibles para que las personas puedan llevar una vida plena y desarrollen su potencial.
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Si reconocemos que estas desigualdades en esencia constituyen violaciones al concepto de justicia y aspiramos a vivir en una sociedad más justa, entonces la discusión pública sobre los resultados del Módulo de Movilidad Social Intergeneracional en la Encuesta Nacional de Hogares 2016 de INEGI se vuelve trascendente.
Tras la publicación de los resultados de esta encuesta, algunas figuras de la vida pública del país y algunos sectores expresaron opiniones en las que se califica de inapropiado la recolección de este tipo de datos. Una postura que lógicamente debe asumir que no existen tales injusticias en nuestra sociedad, sin embargo, la realidad es otra: México es un país profundamente injusto, en especial cuando hablamos de desigualdades estructurales y por ende de desigualdad de oportunidades.
Los resultados de las investigaciones pioneras de estos temas en el país han mostrado de forma sistemática que las oportunidades de movilidad social, de desarrollo profesional, de acceso a servicios públicos, cambian de forma dramática con los tonos de nuestra piel.
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Lo que los datos nos arrojan es que en el mercado laboral, cuando dos candidatos con semejante preparación, aptitudes, experiencia y demás características compiten entre sí por un puesto, existe una mayor probabilidad de éxito de aquel de los dos que tiene un tono de piel más claro, un fenotipo más europeo. Este problema de hecho se ve multiplicado si hablamos de mujeres, donde el racismo y el sexismo se encuentran para obstaculizar la movilidad social. Un estudio para el caso mexicano que combina estas perspectivas puede encontrarse aquí , elaborado por los doctores Eva Arceo y Raymundo Campos.
El hecho de que se busque desacreditar este tipo de trabajos y que se busque ocultar la realidad de la desigualdad en sus distintas facetas en nuestra sociedad es preocupante. No solo esos datos son esenciales para poder entender de mejor forma nuestra sociedad y poder implementar políticas públicas para corregir tales injusticias, también hablan sobre lo indiferente que una buena parte de la sociedad es frente a los asuntos de justicia o más bien las injusticias.
En uno de sus trabajos más importantes, Amartya Sen, discutiendo el concepto de la justicia, habla sobre la competencia de dos visiones de este concepto: la del “institucionalismo trascendental” asociada al trabajo del filósofo John Rawls y la del “Realizacionsimo comparativo” asociada con su propio trabajo. La primera nos da una visión normativa del mundo, que es y que no es justo. La segunda es una idea practica, prevenir injusticias es una forma de hacer justicia.
Cuando una parte de nuestra sociedad y de los actores de la vida pública desprestigia o trata de ocultar la realidad del racismo, clasismo, sexismo en nuestro país se alejan de la justicia en estos dos conceptos. Normativamente no son justos y en la práctica contribuyen a perpetuar esas injusticias.
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Debatir públicamente estos temas, discutir lo que los datos como los del INEGI o los estudios desde la academia nos dicen es importante. Nos obliga a repensar qué tipo de sociedad es la que queremos, una de igualdad de oportunidades o una de desigualdades; una más humana y de mayor cohesión social o una donde los mitos del mérito, del individualismo y la desintegración social dominan.
La única forma de combatir estas desigualdades es denunciarlas, es condenar al destierro estas ideas, pero para hacerlo es necesario que primero aceptemos que somos desiguales, que nuestra meritocracia no es tan real y que existen formas desde el Estado y desde la sociedad para cambiarlo.
El precio de evadir esta discusión y perpetuar el status quo es vivir en un país más pobre, más injusto, menos agradable para vivir y mucho más hipócrita de lo que la sensatez debería tolerar. En la novela de Le Guin fue suficiente soñar que todos tenemos el mismo color. En México necesitamos políticas públicas para diseñar una mejor sociedad.
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