OPINIÓN: Al indultar a Arpaio, Trump muestra que quiere ser presidente imperial
Nota del editor: Julian Zelizer es profesor de Historia y Asuntos Públicos en la Universidad de Princeton, además de miembro numerario de New America. Escribió los libros Jimmy Carter y The Fierce Urgency of Now: Lyndon Johnson, Congress, and the Battle for the Great Society. También es conductor del podcast Politics & Polls. Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
(CNN) — Al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, le encanta la presidencia imperial. Su indulto explosivo al alguacil Joe Arpaio tenía la intención de enviar señales sobre sus políticas inmigratorias a sus bases, pero también demostrar que está dispuesto a probar su poder presidencial como lo considere adecuado.
Indultará, usará su poder ejecutivo (como en el caso de la prohibición a las personas transgénero en las fuerzas armadas) y tomará decisiones sobre política exterior por su cuenta. El hombre que ocupa el despacho oval no cree que su poder tenga restricciones ni que alguna otra rama del gobierno pueda interponerse en su camino.
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Esta es la razón por la que se ha dedicado a atacar al Congreso republicano en las pasadas semanas.
Ha atacado a republicanos que lo han criticado, como el senador Jeff Flake y el senador Dean Heller; durante su estancia en Phoenix, anunció que estaba listo para ponerse los guantes y llevar al país a la suspensión de pagos si los republicanos del Congreso no le dan el dinero que necesita para construir un muro.
El jueves 24 de agosto, el mandatario desató otra tormenta en Twitter contra el Partido Republicano. Según el Washington Post, la presidencia considera que esta es una estrategia ganadora. Si a los republicanos les va mal en las elecciones intermedias de 2018, puede echarles la culpa. "Trump y los republicanos son cosas diferentes", explicó Roger Stone .
Parece que el senador McConnell, quien según el New York Times duda en privado de que Trump pueda salvar su presidencia tras este verano desastroso, se está preparando para la batalla.
nullSin embargo, Trump tiene que ser cuidadoso. La mayoría de los presidentes de Estados Unidos descubren en un momento u otro que no son tan imperiales como creen. Si esta gran batalla dentro del partido continúa, Trump podría encontrarse en el lado perdedor. El Congreso aún tiene la capacidad de provocar un gran daño al presidente… aunque sea del mismo partido.
Un Congreso molesto puede acelerar las investigaciones televisadas de una presidencia, puede impedir el avance de cualquier proyecto de ley y puede enviar al presidente propuestas de ley que se vea obligado a vetar o a promulgar por presiones políticas; además, pueden usar sus propias plataformas televisivas para desacreditarlo y para reducir sus índices de aprobación, que en el caso de Trump ya son bajos.
Ha habido muchas ocasiones en las que los presidentes terminan perdiendo la batalla contra su propio partido. En la década de 1930, cuando los demócratas solían dominar el Congreso, Franklin Roosevelt se enzarzó en una famosa batalla con los demócratas conservadores del Sur. Trató de deshacerse de algunos en las elecciones intermedias de 1938.
Roosevelt fracasó en general, lo que significa que los demócratas conservadores del Sur contra los que hizo campaña al respaldar a sus oponentes en las elecciones primarias regresaron en 1939 y se aliaron con los republicanos; formaron una coalición conservadora que bloqueó el avance de gran parte de su agenda interna.
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Tras las elecciones intermedias de 1966, el recién mejorado Congreso demócrata metió en problemas a Lyndon Johnson y le impidieron avanzar en algunos programas de la Gran Sociedad, además de que lo obligaron a enfrentar los costos presupuestales de la guerra de Vietnam. Los legisladores demócratas criticaron abiertamente a Johnson por la guerra y le causaron muchos problemas; el presidente se enfrentó a varios obstáculos para lograr la candidatura para reelegirse en 1968, así que decidió retirarse de la contienda.
Tanto Jimmy Carter como Bill Clinton aprendieron que un gobierno unificado no necesariamente significa una victoria inevitable. Carter se encontró sumido en un combate con los demócratas tradicionalistas del noreste que no querían respaldar su agenda centrista; el plan de atención médica de Clinton se derrumbó porque muchos de los miembros de su partido no quisieron respaldarlo.
Trump es más vulnerable que la mayoría. Su estilo de política, poco ortodoxo y polémico, les da a los republicanos más incentivos para oponerse a su presidencia. Cuando un presidente se muestra empático con los supremacistas blancos e indulta a personas como Arpaio incluso antes de que lo sentencien o de que el Departamento de Justicia haga una investigación seria al respecto, a su partido le es menos gravoso desafiarlo.
El desempeño desastroso de Trump en el ámbito legislativo y sus pésimos índices nacionales de aprobación dan a los republicanos razones más que suficientes para contraatacar al presidente cuando él los ataque.
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Aunque es cierto que Trump sigue contando con el apoyo de los electores republicanos, es razonable que los legisladores asuman que esas cifras no son tan importantes y que no será difícil encontrar argumentos para salvar al partido atacando al divisivo (y para algunos, incapaz) líder de Estados Unidos.
A Lyndon Johnson le gustaba decir que el Congreso tarde o temprano sacaba de sus casillas a todos los presidentes… y eso fue en una época en la que su propio partido, los demócratas, controlaban ambas cámaras. Aunque a Trump le gusta imaginar que su base ciegamente leal es la fuerza política que lo mantiene en el poder, pero no debería engañarse y olvidar que fue el Partido Republicano en su totalidad el que lo llevó a la Casa Blanca.
Sin el apoyo generalizado del Partido Republicano, Trump no habría ganado las elecciones ni habría disfrutado de la clase de aislamiento político de la que ha gozado hasta ahora y que habría sido inimaginable para cualquier otro presidente que haya dicho o hecho lo que hemos visto en esta presidencia.
OPINIÓN: Trump, un presidente en guerra consigo mismo
La verdadera pregunta no es si Trump podría terminar gravemente perjudicado por la lucha contra su propio partido, sino si el ala legislativa de su partido realmente tendrá el valor o el interés político en enfrentársele cuando las cosas se pongan feas.
Como tendremos una batalla por el presupuesto a finales de este año y una lucha por el aumento del techo de la deuda, tal vez lleguemos a un punto en el que finalmente sepamos si los republicanos van a oponerse a los intentos radicales de Trump por dar nueva forma a nuestra cultura política o, si al final, simplemente se echarán para atrás.
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Si el Congreso republicano decide enfrentarse a un presidente de su propio partido, la historia nos demuestra que tienen herramientas más que suficientes a su disposición para frenarlo y socavarlo como ninguna otra institución puede. La reacción del Congreso a los ataques del presidente definirá cómo pasará a la historia el Partido Republicano en este momento crucial para Estados Unidos.
Si Trump de verdad dedica los próximos meses a atacar al Congreso republicano y logra reducir el entusiasmo de sus bases, tal vez se arrepienta en enero de 2019 al encontrarse con un Congreso demócrata, que estará más que dispuesto a promover su destitución.
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