OPINIÓN: El choque de trenes entre México y Estados Unidos
Nota del editor: Rina Mussali es analista, internacionalista y conductora de Vértice Internacional en el Canal del Congreso. Síguela en su cuenta de Twitter: @RinaMussali. Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad de su autora.
(Expansión) – Tras la aprobación del presupuesto fiscal 2018 y la promesa de Donald Trump de concretar una reforma tributaria que permita los “mayores” recortes de impuestos de la historia de Estados Unidos, cobra relevancia la trama rusa y la intencionalidad política de poner al desnudo la supuesta interferencia de Vladimir Putin en las elecciones del país más importante e influyente del mundo, y en el cual se materializó la revuelta blanca de corte supremacista que permitió la llegada de la furia populista, nativista, proteccionista y antiinmigrante de Donald Trump junto su credo antiglobalizador.
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Pese a que Trump ha hecho todo lo posible por desfundar el legado de Barack Obama todavía no ha podido revocar su política estrella: el Obamacare –la pieza de arquitectura sanitaria- que desde un principio levantó tirria y frustración de los republicanos.
En el ámbito internacional y bajo un total desconocimiento del teje y maneje de las relaciones diplomáticas, Trump destiló la divisa de la incertidumbre en el escenario mundial: la salida de Estados Unidos del histórico Acuerdo de París para combatir el cambio climático, el levantamiento de la veda para explotar y perforar petróleo en el Ártico –considerado santuario de paz-, el retiro de la UNESCO mostrando un claro desdén frente a la diplomacia multilateral, así como el retroceso en la relación entre Washington y La Habana junto con su negativa de certificar el Acuerdo Nuclear con Irán.
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Además de apresurar la crisis planetaria y civilizatoria y mermar el compromiso de Estados Unidos con la defensa de la democracia y derechos humanos, Trump utilizó su posicionamiento unilateral para declarar la guerra en contra de varios esquemas de integración económica supranacional: el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP) –la respuesta para contener geopolíticamente a China-, la Asociación Trasatlántica de Comercio e Inversión (TTIP), que puso en vilo las relaciones históricas entre Washington y Bruselas, y ahora las baterías enfiladas hacia desbaratar el TLCAN; la narrativa disruptiva que ha enardecido el ambiente de conflicto y enfrentamiento sellando horas bajas en la relación bilateral.
nullBajo una campaña de odio se tipificó a México como “enemigo” y se le descalificó como “socio”, al tiempo de avanzar su agenda antiinmigrante y su propuesta de levantar un muro fronterizo, la promesa humillante y degradante para México y todo América Latina que le generó mayores dividendos de rentabilidad política y electoral.
Con este nuevo giro en las relaciones bilaterales, México se vio obligado a renegociar el TLCAN con Washington y Ottawa bajo la nota del nacionalismo económico y del America First que impone el criterio de reducir el déficit comercial y desairar la llamada actualización y modernización del tratado, a propósito de adaptarlo a los nuevos condicionantes geopolíticos y económicos que dicta el siglo XXI.
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Pronto, los puntos de choque y los factores de colisión se adueñaron de las mesas renegociadoras del TLCAN, un ambiente alimentado por la apuesta destructiva y confrontacionista del gobierno trumpista: mientras que México aplaudía el espíritu de apertura, más comercio y mayor competitividad sin reintroducir aranceles, cuotas o tarifas al comercio, la partida populista aterrizó por otro lado: elevar las reglas de origen para el sector automotriz del 62.5% al 85%, e incluir el 50% de contenido nacional estadounidense como mínimo.
Una propuesta que irritó a la élite política y económica mexicana, a propósito de golpear al sector estrella, cuya cadena de valor contribuye de manera innegable a la generación del PIB y empleo nacional.
El choque de trenes se palpó cuando Trump propuso una cláusula de extinción del TLCAN y una revisión periódica cada cinco años, prácticamente -la mejor propuesta para derribar la certidumbre jurídica que tanto exigen los inversionistas extranjeros-.
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La desbandada de ocurrencias también se colaba en otra dirección: eliminar el capítulo 19 en materia de solución de controversias para casos de dumping y subsidios al tiempo de desacreditar los paneles binacionales o supranacionales, en caso de contravenir los intereses de Estados Unidos.
Los alegatos y discrepancias del TLCAN tocaron otra fibra sensible para México: los asuntos laborales y los salarios bajos que le dieron insumos a Trump no solo para culparnos del déficit comercial y robo de empleos sino de dumping laboral.
El tono cabizbajo y pesimista también se intensificó cuando el equipo encabezado por Robert Lightzinger propuso “ventanas de estacionalidad” para los productos agropecuarios, una manera de desfundar el enojo trumpista, a propósito de castigar a México como productor de frutas y hortalizas.
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Aunque se antoja muy difícil desbaratar 23 años de integración compartida, interdependencia económica y encadenamientos productivos, existe la posibilidad de descarrilar este instrumento que le ha dado estabilidad y certidumbre a las relaciones políticas y económicas entre los tres países.
Si bien México puede sujetarse a las reglas de la OMC, pagaremos cara la factura en materia de flujos comerciales, inversión extranjera, crecimiento económico y empleo. Sobre todo se eliminará la posibilidad de blindar la política macroeconómica frente a los cambios transexenales y garantizar la seguridad jurídica para los inversionistas extranjeros en un momento de elecciones en nuestro país.
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