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OPINIÓN: Por qué los estadounidenses no pueden renunciar a Hillary Clinton

Elevar a Clinton o a cualquier mujer a un cargo en el que todos los hombres tengan que rendirle cuentas ha sido un puente que los estadounidenses no han estado dispuestos a cruzar, opina Issac Bailey.
mar 02 enero 2018 09:46 AM
Hillary Clinton
Tendencia Hillary Clinton es víctima de una maldición que afecta a demasiadas mujeres en el Estados Unidos del siglo XXI: los estadounidenses la admiran, pero no les cae tan bien, opinan analistas. (Foto: MARIO ANZUONI/REUTERS)

Nota del editor: Isaac Bailey es miembro interino de la junta editorial del diario estadounidense The Charlotte Observer y titular de la cátedra James K. Batten sobre Políticas Públicas en el Davidson College. Ostentó la beca Nieman de la Universidad de Harvard en 2014. Síguelo en Twitter como @ijbailey . Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

(CNN) — En dos encuestas aparentemente contradictorias que Gallup llevó a cabo recientemente se resume lo que es ser una mujer que se atreve a ir a donde solo los hombres han ido en Estados Unidos: a los estadounidenses les encantan pensar en mujeres talentosas y ambiciosas que han superado obstáculos, pero la realidad de que una mujer asuma un cargo de poder, particularmente por encima de un hombre, no les gusta tanto.

Según una encuesta que Gallup llevó a cabo a principios de diciembre , los índices de aprobación de Hillary Clinton están más bajos que nunca: cayeron al 36% a más de un año de que perdiera las elecciones presidenciales ante un hombre que evidentemente no estaba preparado para el cargo.

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Sin embargo, en otra encuesta de Gallup , que se llevó a cabo unas semanas después, se determinó que es la mujer a la que los estadounidenses admiran más… por 16ª ocasión consecutiva.

En resumen, ella es víctima de una maldición que afecta a demasiadas mujeres en el Estados Unidos del siglo XXI: los estadounidenses la admiran, pero no les cae tan bien.

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Frecuente y constantemente elegimos a hombres para que nos dirijan en las más altas esferas aunque no nos caigan bien, aunque sean ordinarios, aunque no estén capacitados. Pero para las mujeres que buscan el cargo más alto, el talento no basta… y tampoco los logros.

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Hasta ahora, nadie ha encontrado la fórmula precisa para que una mujer sea lo suficientemente agradable para suficientes estadounidenses como para que termine la vergonzosa racha de no haber elegido a una mujer como jefa de Estado.

Esta aversión perturbadora es también la razón por la que casi un siglo después de que se reconociera el derecho al voto de las mujeres, hemos tenido tan pocas gobernadoras, senadoras federales y directoras ejecutivas de empresas de Fortune 500 (sin importar lo capacitada que haya estado la mujer que buscara tales cargos).

Esa es la razón por la que Donald Trump, cuyos índices de aprobación están en mínimos históricos, ocupa el Despacho Oval, es la persona más poderosa del mundo libre y se lo considera el segundo hombre más admirado, solamente superado por Barack Obama, quien a un año de haber dejado la presidencia, encabezó la encuesta de Gallup de este año por décima ocasión consecutiva.

nullLo más revelador de la encuesta de Gallup es la situación de Hillary Clinton respecto a su esposo, cuyos índices de aprobación este año están en el 45%, un descenso respecto al 50% que se registró el año pasado.

Así es. En la era de #MeToo —en la que un senador demócrata como Al Franken, popular entre hombres y mujeres, pudo verse obligado a renunciar a su curul cuando se lo acusó de haber acariciado a algunas mujeres antes de que fuera senador—, la gente favorece más a Bill Clinton que a Hillary Clinton pese a que lo acusaron de haber cometido agresiones sexuales antes de ser presidente (cosa que niega) y de haber abusado de su poder cuanto tuvo una relación ilícita con una pasante de la Casa Blanca cuando era presidente.

En cierto sentido, lo que pasa con Hillary Clinton se parece a lo que pasa con los miembros ambiciosos de cualquier grupo históricamente poco representado. Su capacidad para superar obstáculos inmensos se usa como prueba de que el país es justo y equitativo, siempre y cuando no suban tanto como para perturbar el statu quo y encarnar un cambio real.

Lee: Soy la responsable de mi derrota, asegura Hillary Clinton

Ejemplo de esto son los políticos conservadores de Estados Unidos que aplauden a los manifestantes iraníes que se alzaron esta semana para quejarse ante las autoridades por problemas añejos; esos mismos conservadores censuraron a los manifestantes que cometieron actos similares de destrucción de propiedad en pueblos y ciudades de Estados Unidos en protesta por los abusos a las garantías individuales.

El mensaje es que los manifestantes iraníes no son una amenaza para el statu quo estadounidense, pero los manifestantes estadounidenses negros y morenos sí.

En otro sentido, los resultados de estas encuestas de Gallup ilustran una dificultad propia de las mujeres, en vista de que Obama pudo ganar la presidencia dos veces y sigue siendo popular: después de todo, es hombre.

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Los logros con los que perturbó el statu quo probablemente fomentaron la reacción que culminó en el triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales. Sin embargo, Hillary Clinton (al igual que las mujeres que la precedieron) no ha podido romper el techo de cristal más alto y duro.

Cuando Hillary Clinton era senadora federal, la alabaron por su inteligencia, amplio conocimiento de los temas, sus capacidades y su disposición a trabajar a nivel bipartidista. Era querida, pero era una de cien en la cámara. A los estadounidenses les caía bien como jefa de Estado, pero le rendía cuentas a un hombre.

Elevar a Clinton o a cualquier mujer a un cargo en el que todos los hombres tengan que rendirle cuentas ha sido un puente que los estadounidenses no han estado dispuestos a cruzar. Y por eso, deberíamos avergonzarnos.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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