OPINIÓN: Trump va en curso de colisión nixoniano contra el FBI
Nota del editor: Michael D'Antonio es autor del libro Never Enough: Donald Trump and the Pursuit of Success (editorial St. Martin's Press). Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de su autor.
(CNN) — Christopher Wray, director del FBI, está obligando a la Casa Blanca a escoger entre lo que más conviene a Estados Unidos y el pellejo político del presidente, Donald Trump.
La oposición formal de Wray a la publicación de un memorando partidista secreto, que cuenta con el respaldo de los republicanos detractores de la agencia, también sienta las bases de un enfrentamiento por el futuro de la corporación de seguridad más respetada del país, dependencia que antes de Trump siempre había gozado del apoyo del Partido Republicano.
Solo Trump podría separar al partido de la ley y el orden —como se ha llamado a los republicanos desde hace décadas— del FBI. Lo ha hecho en su intento de deslegitimar a todos los que han participado en varias investigaciones sobre la interferencia de Rusia en las elecciones de 2016 y otras infracciones a leyes penales y civiles que pudieran descubrirse.
Según el sitio web Politico, Trump decidió a mediados de enero que atacaría al Departamento de Justicia y al FBI en respuesta a la investigación de Robert Mueller. (El FBI da recursos a Mueller y el segundo al mando del Departamento de Justicia, Rod Rosenstein, lo supervisa). "El presidente Trump ha echado a andar la cuenta regresiva para el despido de Rosenstein", dijo Evan Siegfried, estratega republicano, a Politico. "Esto fomenta las discusiones privadas en el Partido Republicano acerca del estado mental del presidente".
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Días después de que Siegfried hablara, los republicanos de la Cámara de Representantes dejaron en claro que su intención era apoyar a Trump sin importar en dónde tenga la cabeza. Devin Nunes, presidente de la Comisión de Inteligencia de la Cámara de Representantes, les pidió a sus asistentes que redactaran un memorando en el que critica la forma en la que el FBI manejó las solicitudes de emitir una orden relacionada con la investigación de la interferencia de Rusia en las elecciones. Se cree que este documento de cuatro páginas, basado en montones de material confidencial, es una forma muy politizada y selectiva de usar la información para desprestigiar a la agencia y, por extensión, el trabajo de Mueller.
Nunes entró en escena con su reputación manchada por el infortunio; en marzo del año pasado, corrió a la Casa Blanca, en plena madrugada, supuestamente para "confirmar lo que ya sabía" sobre la presunta "intervención" del teléfono de Trump en la presidencia anterior. Se desmintió esta noción descabellada y de repente, Nunes dejó de presidir las investigaciones sobre Rusia en su comisión. Ahora ha vuelto, con un memorando de cuatro páginas que aparentemente firmó sin leer el material que lo sustenta.
Sin embargo, pocos estadounidenses sabían que Devin Nunes había ayudado al equipo de campaña de Trump a contrarrestar la investigación sobre la controversia de Rusia. Ahora saben que es el principal facilitador de la campaña defensiva de Trump en el Congreso. Esta alianza lo ha mermado, como ha pasado con muchas de las personas que se han acercado a Trump.
Como personaje político singularmente disruptivo, Trump se ha resistido a reconocer a cabalidad la seriedad de la interferencia de Rusia en las elecciones y en las pruebas que han surgido de que la gente relacionada con él —particularmente su hijo, Donald; el exasesor de Seguridad Nacional, Michael Flynn, y el fiscal general, Jeff Sessions— se reunió y pudo haber ayudado a agentes rusos. Trump despidió abruptamente al predecesor de Wray, James Comey.
nullEn el centro del conflicto están el muy poco confiable y errático Trump y el fiscal general Mueller, un republicano muy respetado en todo el espectro político. Con la detención de Paul Manafort y George Papadopoulos, antiguos miembros de la campaña de Trump, Mueller dejó en claro la seriedad de su misión. Trump, a quien desde hace mucho le irritan sobremanera tanto la investigación como el escándalo, reaccionó intensificando su campaña de denigración y disrupción.
Como reportó el New York Times el 25 de enero, Trump ordenó que despidieran a Mueller con base en argumentos endebles sobre supuestos conflictos de interés, pero se retractó cuando sus abogados de la Casa Blanca amenazaron con renunciar.
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Varios días más tarde, se supo que Trump está discutiendo en privado la idea de que el Departamento de Justicia cambie drásticamente de rumbo y someta a Mueller a juicio. De acuerdo con Howard Fineman, de NBC News, un asesor de Trump dijo: "Funcionaría de la siguiente manera: 'Lo sentimos, señor Mueller, no podrá estar a cargo del jurado de acusación federal hoy porque tiene que declarar ante otro jurado de acusación federal".
Aunque puede parecer extremo emprender un ataque judicial directo contra Mueller, parece probable si uno piensa en las tretas como el memorando de Nunes y el intento de Trump por despedir al fiscal especial el año pasado.
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Aquí sirve tener en cuenta que Donald Trump creció durante los años de Nixon, quien durante su presidencia no pudo acabar con la investigación del FBI sobre la irrupción en el hotel Watergate y que a final de cuentas renunció por intentar encubrirlo. El presidente actual de Estados Unidos aprendió las artes políticas de Roger Stone, leal partidario de Nixon quien, al igual que otras personas, cree que no debieron destituirlo. (Stone ha dicho que John Dean, quien dio a conocer el asunto del Watergate, "cometió un fraude" en contra de Nixon).
La lección que aprendieron los nixonistas radicales es que su muchacho debió haber peleado más. Trump, a quien le encanta decir que es un luchador, no cometerá el mismo error. Por esta razón, seguramente vendrá más de lo mismo, incluso la publicación del memorando de Nunes, la posible renuncia de Christopher Wray y la profundización de la crisis nacional. Todo esto por el estado mental de un solo hombre.
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