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OPINIÓN: La valentía del héroe en Francia no empezó el día que salvó a un niño

Sí, aplaudamos la valentía de Mamoudou Gassama, pero esto no empezó el día que escaló ese edificio, opina Jill Filipovic.
mié 30 mayo 2018 10:43 AM

Nota del editor: Jill Filipovic es periodista y trabaja en Nueva York y en Nairobi. Es autora del libro The H-Spot: The Feminist Pursuit of Happiness. Síguela en Twitter . Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente a la autora.

(CNN) — Mamoudou Gassama es un superhéroe real. Este hombre de 22 años escaló un edificio de cuatro pisos para rescatar a un niño que pendía peligrosamente de un balcón del 18º distrito de París y se ganó el apodo de "el Hombre Araña del 18". Por su heroísmo, su situación migratoria en Francia quedará legalizada.

Gassama se lo merece. Mientras el sentir antiinmigrante sigue creciendo en Europa y Estados Unidos, ciertamente es satisfactorio ver que un migrante africano sea el protagonista de una historia urbana de superhéroes. Es obvio que lo que quieres en tu país son hombres valientes y altruistas que arriesguen la vida para salvar a un niño.

Como señala la cadena británica BBC , la recompensa al heroísmo de Gassama está en la letra del Código Civil francés: "El artículo 21-19 señala que se podrá comenzar el procedimiento rápido de naturalización en el caso de un ciudadano extranjero que haya 'prestado servicios excepcionales a Francia o cuya naturalización sea de interés excepcional para Francia'".

Lee: Inmigrante salva a un niño de caer y le otorgan la nacionalidad francesa

Esta historia ha revelado una de las rarezas de la relación del mundo occidental con los inmigrantes. Piensen que el solo acto de dejar tu casa, cruzar fronteras (cosa usualmente muy peligrosa) y mudarte a un lugar que tal vez no puedas ni imaginarte es en sí un acto de valentía, algo que hacen las personas que están dispuestas a asumir grandes riesgos en aras de la prosperidad y la promesa de un futuro mejor.

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Hay quien huye de la violencia y la inestabilidad; hay quien huye de la pobreza. Sea como sea, la desesperación no es lo único que motiva a alguien a cruzar un desierto o un océano: es la ambición, el ingenio y la determinación, rasgos ciertamente deseables. Sin embargo, basta la firma de un burócrata para que se derrumben los sueños de una persona que ha pasado por lo inimaginable para lograr un futuro mejor. Su sueño tal vez no era tan grande, usualmente es nada más que su familia esté a salvo, que tenga techo y sustento.

Es muy raro que ese mismo sistema de inmigración recompense el riesgo de escalar un edificio para salvar a un niño mientras castiga los riesgos menos visibles que se corren para llegar a Francia (o a Estados Unidos) con la intención de ayudar a los propios hijos.

No es la primera vez que Gassama desafía a la muerte. Él relata que viajó a Libia y luego cruzó el Mediterráneo para llegar a Italia en 2014. Alcanzó a su hermano en Francia el año pasado. Para llegar desde Mali, lo más probable es que haya recorrido la peligrosa ruta que pasa por Burkina Faso, cruza Níger y atraviesa el desierto hacia Libia ( cuenta que tuvo un año difícil en Libia porque lo encarcelaron y lo golpearon).

De hecho, si su experiencia fue la usual, lo más probable es que les haya pagado una fuerte suma a los contrabandistas para que lo llevaran a Europa desde Libia a bordo de un bote peligrosamente lleno en el que cruzaría el Mediterráneo hacia Italia.

Como vive en París, lo más probable es que haya tenido golpes de suerte que los otros migrantes no tuvieron. No murió en el desierto del Sahel luego de que el camión que lo transportaba se descompusiera; no lo dejaron morir , como ocurre con algunos migrantes que se caen de la plataforma de un camión demasiado lleno. No está atrapado en una prisión libia, algunas de las cuales reciben parte de sus recursos de la Unión Europea y se han vuelto mercados de esclavos en los que reinan la violencia y los abusos.

Tampoco regresó a su país con las manos vacías tras pagarles a los contrabandistas una suma enorme, usualmente un préstamo de su familia a cambio de la esperanza de que un joven que llegue a Europa puede ayudarlos e incluso sacarlos de la pobreza.

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No sabemos precisamente qué le pasó a Gassama en su viaje a Francia. Sabemos que tan solo este año (y ni siquiera vamos a la mitad) han muerto 655 migrantes en el Mediterráneo. En 2016, la cifra anual de muertos superó los 2,500, sin contar a los muchos que mueren en su camino a Libia.

Como ocurrió con Gassama en el edificio, estos migrantes lo arriesgan todo, no por ambiciosos, sino porque en su país tienen una familia extensa y los recursos no alcanzan: no hay suficiente tierra, no hay suficiente comida, no hay suficiente dinero. Gastan todos sus ahorros y arriesgan la vida no para llenarse los bolsillos, sino para llenar estómagos y construir casas en su tierra. No hay videos virales en You Tube sobre los niños a los que ayudan en su país, pero el que la contribución de los migrantes sea menos dramática no la hace menos importante.

El año pasado, Francia recibió más de 100,000 solicitudes de asilo. La mayoría (más de 65,000) se rechazaron. Solo 13,020 personas recibieron el estatus de refugiado. En Estados Unidos, que desde hace mucho se ha promovido como refugio para migrantes trabajadores, la cosa no está mejor. El gobierno de Trump está haciendo lo posible por limitar la cantidad de refugiados que reciben. Los migrantes que entran por la frontera sur, que en muchos casos huyen de la violencia de las pandillas y de las amenazas de muerte, no pueden hacer nada mientras les arrebatan a sus hijos.

Sí, aplaudamos la valentía de Gassama. Pero esto no empezó el día que escaló ese edificio. Los migrantes como él merecen más que una recompensa por su extraordinario despliegue público de valor. Merecen la dignidad de un proceso justo y un trato humano cuando dejan su hogar. No deberían tener que hacerla de 'Hombre Araña' para que los reciban como personas.

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