OPINIÓN: Las dudas que persisten respecto a la vida brillante de Kate Spade
Nota del editor: Joseph V. Amodio es guionista de televisión y periodista; ha escrito sobre moda, cultura, entretenimiento y salud para The New York Times Magazine, Newsday, Details y Men's Health, entre otras publicaciones. Síguelo en Twitter como @Joe_Amodio . Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
(CNN) — Los escritores que se dedican a la moda y la cultura estaban encantados en 2016, cuando apenas 10 años después de que vendiera la marca que lleva su nombre a Liz Claiborne Inc. y dejara el mundo de la moda, la diseñadora Kate Spade regresó al ruedo con Frances Valentine, una nueva línea de accesorios con un toque ligeramente más sofisticado. La habíamos extrañado.
En una entrevista que le hice en ese entonces, le pregunté qué tan difícil sería, luego de haber diseñado para una marca por tanto tiempo (una marca relacionada con ella para siempre), cambiar su enfoque y sus diseños con base en una estética diferente. De verdad, ¿cómo podrías?
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"No sé si necesariamente estoy abordándolo de forma diferente, porque está claro que soy la misma persona", explicó en un correo electrónico. "Siento que mi estética ha evolucionado, [pero] me sigue gustando lo inesperado".
Sus palabras, llenas de esperanzas y promesas, son desgarradoramente agudas: la popular diseñadora de accesorios murió el martes 5 de junio. Al parecer, fue suicidio. La policía señaló que se ahorcó con una pañoleta.
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En los próximos días habrá historias incontables sobre su legado en el mundo de la moda; cómo salió del anonimato a principios de los 90 con la línea de bolsos y accesorios que creó con su esposo, Andy Spade; artículos notables por su estética colorida y extravagante. Claro, también habrá sinfín de tuits de gente preguntándose por qué. ¿Por qué alguien —una diseñadora y empresaria exitosa— que logró la fama y la fortuna en las misiones creativas que emprendió y que amó puede llegar a sentirse tan desesperada?
Nos lo preguntamos con otros diseñadores que se quitaron la vida en años recientes. Alexander McQueen en 2010, L'Wren Scott en 2014. Las respuestas nunca son claras ni satisfactorias, desde luego. Recuerdo que estaba en la Semana de la Moda de Nueva York cuando se dio a conocer la noticia de la muerte de McQueen y un velo extraño cubrió las carpas, que en ese entonces estaban en Bryant Park. Los diseñadores y ejecutivos de las casas de moda, de discurso usualmente elegante y peinados perfectos, se quedaron sin palabras.
Así fue el martes. Kate Spade tenía tan solo 55 años.
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Spade tomó por sorpresa al mundo de la moda hace unos 20 años, cuando alcanzó un éxito un tanto inesperado e impredecible con sus diseños en una época en la que el mundo de la moda estaba cambiando. Ahora, cuando parece que el mundo de la moda está a punto de cambiar otra vez, nos deja de la misma manera.
No la conocí en persona, pero fui de los muchos que se sintieron inspirados por su carrera ascendente en el negocio de la moda, tal vez porque ambos empezamos en Condé Nast, más o menos en la misma época, abriéndonos paso en el vertiginoso imperio editorial a través de empleos temporales.
En ese entonces, en las viejas y un tanto sencillas oficinas de Condé en Madison Avenue, podías jugar a adivinar quién se bajaría en qué piso. Los personajes desgarbados, demasiado delgados y demasiado altos, inevitablemente se bajaban en el piso de Vogue; las mujeres de rostro fresco y leggings se bajaban en Self, etc.
Sin embargo, quienes trabajaban en Mademoiselle —entre ellos Spade— eran los comodines; gente usualmente joven, locuaz y un poco escandalosa. Y difíciles de catalogar. Spade fue editora de accesorios durante cinco años y lo dejó para crear su propia línea de bolsos, que también habrían pertenecido al mismo piso porque emitían una vibra atrevida, juvenil; cambiaba los adornos llamativos de las bolsas de diseñador más populares de la época por formas retro sólidas, cuadradas y con colores audaces.
Lo hizo en el momento justo.
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En los 90 y principios de la década de 2000, tener "La Bolsa" era la moda y las chicas de Sex and the City se pasaban episodios enteros derritiéndose por una Birkin. Sin embargo, la interpretación que Spade hacía del bolso no era tan seria ni tan costosa. Sus bolsas eran "la bolsa" (con "l" minúscula, como su logotipo de puras minúsculas), un rito iniciático para una generación de jóvenes a las que les gustaban tanto las bolsas como el mensaje más sutil: la moda es lo que tú quieras que sea.
Esto ocurrió cuando Donna Karan encontraba el éxito con su línea más asequible, DKNY, y Calvin Klein exploraba las primeras fragancias unisex. Parecía que los consumidores tenían una actitud más relajada e incluyente —incluso empezaron a esperar valor por su dinero— y las casas de moda que alguna vez dependieron de la muy cacareada exclusividad tuvieron que reinventarse.
Los recién llegados como Spade tuvieron mucho qué ver con eso. Las marcas de estilo de vida (se puede decir que la suya fue de las primeras) ahora son el estándar en el panorama de la moda. Sin embargo, se salió del negocio en 2007 al abandonar su marca un año después de que Liz Claiborne Inc. la comprara por 124 millones de dólares .
Eso fue antes de la llegada de los medios digitales, del poder de los YouTubers y de Instagram, de la revolución en la forma de comprar que ha causado que los ejecutivos de las tiendas y los medios de comunicación evalúen cuánto más podrán sobrevivir instituciones como Condé Nast, los centros comerciales e incluso la misma Semana de la Moda.
Por eso fue tan emocionante su regreso a la moda hace dos años. Tristemente, su nueva marca, Frances Valentine (una combinación de nombres de familiares como su hija, Frances), no ha florecido del todo, como sin duda esperaba. Tal vez esto fue parte de las penas y las preocupaciones que la llevaron a dejarnos. Simplemente no sabemos.
Así volvemos a extrañar a Kate Spade y a desear, mientras la moda cambia una vez más, que pudiera habernos ayudado a encontrar el camino.
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