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OPINIÓN. La elección en México: la fuerza del cambio

El límite y balance de poder es lo que más preocupa en México, más que el triunfo de un líder, del que nadie está seguro qué tipo de gobierno hará, opinan Roberto Izurieta y Maru Becker.
mié 04 julio 2018 09:09 AM

Nota del editor: Roberto Izurieta es director de Proyectos Latinoamericanos en la Universidad George Washington. Ha trabajado en campañas políticas en varios países de América Latina y España y ha sido asesor de los expresidentes Alejandro Toledo, de Perú; Vicente Fox, de México; y Álvaro Colom, de Guatemala. Izurieta también es analista de temas políticos en CNN en Español. Maru Becker es una asesora política y comunicación que ha trabajado durante 20 años en campañas sociales y políticas en Estados Unidos y América Latina. Trabaja para GMMB, la agencia que asesoró a Bill Clinton, Barack Obama e Hillary Clinton y múltiples candidatos demócratas en Estados Unidos desde 2001. Hoy en día es vicepresidenta en la firma asesora GMMB, situada en Washington, D.C. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas de los autores.

(CNN Español) - México viene demandando un cambio en su estructura política desde ya hace muchos años. Sin duda, sus partidos políticos tradicionales eran ya viejos y disfuncionales. La estructura política del PRI representaba una arcaica manera de hacer política: jerárquica, en mucho sentido corrupta, y cada vez más distante de los ciudadanos. Vicente Fox y el PAN lograron el primer cambio significativo en la política del país hace 18 años, pero poco a poco el PAN ha repetido los mismos vicios de esa vieja política. Muchas veces, poner una cara joven y nueva frente a un partido no es suficiente si detrás de ésta no existe ningún tipo de ajuste, y no fue suficiente en esta ocasión ni para el PRI, ni para el PAN.

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Andrés Manuel López Obrador (AMLO) salió de la estructura del PRI y, desde Tabasco, inició su lucha política. Después formó parte del PRD con el cual ganó el Gobierno de la Ciudad de México. Luego compitió dos veces en las elecciones para la presidencia, las dos primeras con el PRD y, en esta ocasión, fuera de los partidos tradicionales con su propio partido: Morena. Pero su triunfo del domingo no es por la fuerza de un nuevo partido sino que es, ante todo, el resultado del fin de esa estructura partidaria rechazada ampliamente por los ciudadanos en todo el país.

Las viejas estructuras política eran necesarias en su momento sobre todo en un país tan grande como México, que en una época no contaba con el acceso a la información y la comunicación que existe ahora con las nuevas tecnologías. ¿Cómo se daban a conocer en esos años? Antes, era casi por herencia, dado que el presidente saliente del PRI anunciaba a su elegido poco antes de las elecciones. Debemos reconocer varios méritos del PAN, iniciando con ese primer cambio que logró el bipartidismo en México. El PAN también estableció uno de los primeros procesos de elección interna en un partido político en América Latina (como lo hizo el Partido Colorado en Paraguay y ahora, para beneficio de la democracia, lo buscan y con buen éxito, en Argentina, Chile y, en esta última elección, en Colombia).

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En esta elección presidencial de México, los tres grandes contrincantes (AMLO, Ricardo Anaya y José Antonio Meade) fueron elegidos candidatos de estos tres partidos en procesos de elección interna, de lo contrario el triunfo de AMLO hubiera parecido más caudillista que la representación de una alternativa a la estructura política.

¿Pero quién es AMLO? Todavía un enigma. Podemos recordar al AMLO que inició el gran paro del consumo eléctrico en Tabasco, el que paralizó la Ciudad de México por meses porque no reconoció el resultado electoral que le daba como perdedor detrás de Felipe Calderón, ni tampoco reconoció su derrota contra Enrique Peña Nieto, ni en Tabasco para la Gobernación. Podemos pensar en el AMLO que gobernó la Ciudad de México sin extremismos y con bastante estabilidad, disfrutando de alta popularidad hasta el final de su mandato. Y vemos al AMLO que se proyectó en toda esta campaña y que promovió potenciales miembros de su futuro Gobierno con caras que daban una relativa tranquilidad a los expertos. O, también está el AMLO de ayer, que habló de una reconciliación nacional.

AMLO no tiene formación de asuntos de Estado, algo nuevo en México, que por casi un siglo ha tenido presidentes con formación más bien ortodoxa en la economía y alineación tradicional en la política. Es difícil creer que AMLO tenga esa energía de lucha revolucionaria o de extrema transformación que es más común en líderes jóvenes. Probablemente, su mandato se parecerá más a la segunda presidencia de Alan García (Perú) y puede ser un presidente que llegue con menos del respaldo de Hugo Chávez (Venezuela) o como lo tuvo en su primer intento Ollanta Humala (Perú). Podríamos resolver este dilema con un análisis profundo de sus mensajes de campaña y su plan de Gobierno; y tendríamos que esperar a ver a quiénes nombra finalmente para formar su gabinete, principalmente a su Ministro de Hacienda y Crédito Público.

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Lo más grave en países como los nuestros, que tienen debilidad en sus instituciones, es que el límite en el poder esté amenazado. Sin duda, el amplio triunfo de AMLO en estas elecciones y la posibilidad de tener mayoría absoluta en el Poder Legislativo es una muy preocupante señal. Para graficar esta preocupación, pensemos en qué sería de Donald Trump si los Estados Unidos no gozara de la independencia de poderes, balance de poderes y un sistema de justicia bastante independiente, profesional y respetable.

El expresidente de Ecuador, Rafael Correa, hace pocos días mencionaba que ganar con fuerza (o con la fuerza del Estado) no era una amenaza democrática, como no lo es Angela Merkel. La comparación es manipuladora, como casi todo lo que hacen en términos de argumentos los líderes populistas, porque en Alemania existe el balance y el límite en el poder.

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Ese límite y balance de poder es lo que más preocupa en México, más que el triunfo de un líder, del que nadie está seguro qué tipo de gobierno hará. La razón por la que los grandes pensadores y filósofos en los que nos basamos para construir el sistema político democrático, desde los griegos, romanos, ingleses, franceses hasta los que escribieron la constitución de los Estados Unidos, era que debíamos desconfiar del poder y de aquellos que lo obtengan, y por eso era fundamental que exista el balance y el límite de ese mismo poder.

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El cambio es bienvenido en México y más aún cuando el triunfo es decidido por más del 53% del electorado, algo que ningún otro partido que no fuera el PRI había logrado en la historia del país y que desde hace 36 años no se veía en una elección es este país. Pero, no dejemos de estar atentos para que este amplio triunfo no produzca una concentración del poder y no vuelva al abuso; sino que continúe la dirección de cambio positivo con la que sueña la mayoría de los mexicanos que votaron el pasado fin de semana.

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