OPINIÓN: Al Papa Francisco no le conviene seguir guardando silencio
Nota del editor: James A. Gagliano es analista de las fuerzas de seguridad y fue agente especial supervisor del FBI. También es profesor en St. John's University en Nueva York. Las opiniones expresadas en el artículo son propias del autor.
(CNN Español) - Como dice un viejo dicho: No importa lo que uno diga, sino lo que no dice.
El Papa Francisco desatendió sus deberes la semana pasada durante una visita a Irlanda. Si bien reconoció los últimos escándalos de abuso sexual, que implican a unos 300 sacerdotes, como un fracaso de la Iglesia católica, ignoró principalmente otra acusación que lo involucra a él directamente.
En una carta de 11 páginas, el arzobispo Carlo Maria Vigano acusó al Papa Francisco de haber sido informado de la depredación en serie del cardenal Theodore McCarrick, una prominente figura prominente católica en Washington, en junio de 2013, y de no haber hecho nada. La Iglesia encontró que las acusaciones contra McCarrick son "creíbles y fundadas". Después de esto el cardenal renunció a su puesto, a pesar de que publicó una declaración en la que mantiene su inocencia.
Si lo que asegura Vigano es cierto, indicaría que el pontífice ha sido cómplice, con su silencio, de encubrir actividades que deberían haber sido denunciadas de inmediato ante las autoridades locales. Aunque algunos sostienen que no hay pruebas concretas de que el Papa Francisco haya recibido esta información, un escritor del USA Today dijo que las acusaciones de Vigano "corresponden con pruebas anecdóticas que se van apilando en su contra".
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Y en una entrevista con PBS, Dennis Coday, editor del National Catholic Reporter, dijo que las acusaciones de Vigano eran que el papa Benedicto XVI, el antecesor de Francisco, "le había impuesto algún tipo de sanción, algún ministerio con restricciones a McCarrick, y que nunca se había hecho cumplir".
Estos informes detallan un patrón preocupante de ineptitud o que de manera deliberada se ignoraron unas acusaciones creíbles.
Cuando fue confrontado por los periodistas mientras regresaba en avión al Vaticano, el papa conocido por sus incursiones en temas políticos de alto perfil que polarizan, de repente se aferró a los temas preparados: "Les expreso sinceramente debo decirles esto a ustedes y todos los interesados: lean el documento cuidadosamente y juzguen por sí mismos. No diré otra palabra al respecto".
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Dejando de lado sus comentarios increíblemente fuera de tono, ¿por qué el hombre que supuestamente es el vicario de Cristo se vio forzado a no hablar públicamente más a menudo y más contundentemente sobre las actividades criminales que fueron perpetradas por tantos sacerdotes que responden al Vaticano?
El papa Francisco nunca ha sido de los que pasan por alto la oportunidad de brindar su visión sobre los temas que sus predecesores se mostraban más reticentes. En 2015 el Washington Post llegó a recopilar algunas de sus declaraciones más liberales, que incluían la reconciliación con la homosexualidad, la crítica de la codicia corporativa, la defensa de la globalización, el perdón del aborto, la optimización del proceso de anulación del matrimonio y el reconocimiento del cambio climático.
Pero lo que realmente complació a los progresistas, que a menudo se irritan por el arraigado conservadurismo de la iglesia católica, fueron sus reprimendas al presidente Donald Trump. Durante la campaña presidencial de 2016, el pontífice sugirió que Trump "no era cristiano". Arremetiendo directamente contra el entonces candidato, el Papa Francisco señaló: "Una persona que solo piensa en construir muros, estén donde estén, y no en construir puentes, no es cristiano". El autodenominado contraatacante, Trump respondió en un acto de campaña en Carolina del Sur: "Es una vergüenza que un líder religioso cuestione la fe de una persona".
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Y sin embargo, a pesar de todo su supuesto coraje político, en el deshonroso escándalo de la perpetuación de la pederastia, el Papa Francisco actuó como un cobarde.
Y no llego a esta aseveración a la ligera. Por 53 años he sido con orgullo católico apostólico romano, y crecí sirviendo a la Iglesia, como monaguillo primero y después como ministro de la liturgia, o lector, durante la misa.
Yo tengo algo en juego. No, no tengo una historia del tipo #MeToo, de que un sacerdote parroquial me haya embriagado con vino del altar y se haya aprovechado de mí. Pero a principios de los años noventa, cuando era un padre joven, uno de mis hijos fue bautizado por un clérigo local que era amigo de mi familia. El padre Patrick W. Quigly servía en la iglesia católica de la Inmaculada Concepción en Stony Point, Nueva York, y poco tiempo después de administrar el sacramento, fue arrestado por hacer propuestas sexuales a jovencitos en el pueblo cercano de Nyack, Nueva York.
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Finalmente se declaró culpable de un delito menor de solicitar sexo y fue sentenciado a libertad condicional. La diócesis lo retiró de la parroquia y fue enviado a evaluación y tratamiento psiquiátrico por alcoholismo en un centro de rehabilitación en Maryland. Quigley fue apartado del sacerdocio por el Vaticano en 2005 y murió en 2010.
En los días previos a internet, la noticia de su inmoralidad igualmente se propagó rápidamente en nuestra comunidad católica, un enclave adormecido a una hora al norte de Nueva York. Recuerdo mi enfado palpable por su traición; un hombre que solo meses atrás había sostenido en alto a mi hijo pronunciando al inocente niño miembro de nuestra fe.
Me hierve la sangre al recordarlo, incluso ahora, casi tres décadas después.
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Quizás esta experiencia personal me permite una reacción más visceral a la aparente indiferencia del papa en este tema. Después de todo, si tiene tiempo de anunciar un llamamiento a la acción sobre los "campos interminables" de plástico en los océanos, debería tener tiempo para hablar sobre lo más evidente: el abuso en serie de niños.
El papa Francisco necesita hablar sobre este asunto, y tiene que hacerlo rápido. La triste lista de víctimas perjudicadas por la Iglesia sigue en aumento.
Recuerden que Roma se quemó mientras un distraído Nero tocaba el violín. La última vez que me fijé, el Vaticano queda en medio de Roma.
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