OPINIÓN: Vladimir Putin le hace caravanas a su enemigo más poderoso
Nota del editor: Kate Maltby escribe y habla regularmente de cultura y política en medios de comunicación de Reino Unido; además, es crítica de teatro del diario británico The Guardian. También está terminando un doctorado en Literatura Renacentista e hizo un doctorado compartido en la Universidad de Yale y el University College de Londres. Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente a la autora.
(CNN) - Los niños están bien, al menos eso dice Vladimir Putin, defensor de los valores eslavos, terror de la disidencia política y (al parecer) aficionado indulgente del rap ruso.
En una conferencia que dio el sábado 15 de diciembre, en un foro sobre arte y cultura en San Petersburgo, el presidente de Rusia advirtió sobre la intensa censura en el rap ruso.
En principio, es una maniobra extraña. Al igual que a muchos autoritarios, a Putin le gusta pintarse como un tradicionalista: defiende las violentas restricciones homófobas a la vida gay y despenaliza la violencia intrafamiliar en un país que sigue esperando que las mujeres obedezcan a su esposo. En el nacional populismo internacional, se considera que Putin es, en general, el máximo defensor de los valores cristianos.
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Pero al parecer, está listo para conceder que el rap no es una amenaza cultural. Aunque el sábado subrayó que el Estado tiene la función de "navegar y guiar" el contenido permitido de las letras de rap, Putin celebró esta forma de expresión artística como parte de una evolución cultural natural y la comparó con el vals.
"Es bien sabido que los valses no fueron bien recibidos en su tiempo; se los consideraba mauvais ton [vulgares]. Luego, se volvieron clásicos", dijo. El mismo Putin bailó un vals en la boda reciente del rusófilo ministro del Exterior de Austria. Tal vez intente cantar un solo de rap en la próxima boda de la familia Trump.
¿Esto significa que Putin descubrió repentinamente el valor de la libertad de expresión? No te engañes. Rusia sigue estando bajo el duro yugo de la censura.
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Hace apenas dos semanas, el poder judicial, controlado por Putin, encarceló a Lev Ponomarev, de 77 años, por publicar en Facebook una convocatoria a una protesta pacífica. Actualmente, Rusia está en el lugar 148 de 180 en la lista de países por libertad de prensa de Reporteros sin Fronteras. Además, Index on Censorship (del que soy fideicomisaria) reportó hace poco que la persecución de periodistas profesionales se está intensificando en Rusia, así que están abandonando el país en números cada vez mayores.
Lo que ha cambiado con el surgimiento del rap es que Putin encontró de repente una forma de disidencia demasiado potente para controlarla. El rap es sumamente popular: es más fácil idolatrar a un rapero que a un periodista, y mucho más divertido.
Los comentarios recientes de Putin siguieron al arresto de Husky, también conocido como Dimitri Kuznetsov, un joven artista que desafió a la policía cuando le ordenaron suspender un concierto y se subió al techo de un coche para seguir cantando para sus fans. Lo más importante es que sus fans no lo abandonaron. Kuznetsov recibió una condena de doce días de prisión, pero condonaron la sentencia por las quejas de la gente.
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Es raro que un disidente político o un periodista activista reúnan el apoyo suficiente de la gente como para que cancelen su sentencia a prisión. La popularidad de raperos como Kuznetsov es lo que los protege.
Lo intrigante es que Kuznetsov fue periodista, pero se dice que trabajaba para una organización estatal que exigía lealtad total a la ortodoxia del partido gobernante. En sus letras de rap, es mucho más crítico con la vida contemporánea rusa, pero evita criticar a Putin directamente. Canta sobre la pobreza, pero no menciona las causas de dicha pobreza.
Una canción de Husky cuenta la historia de un rey que gozaba de un banquete mientras su pueblo moría de hambre. El título de la canción es 7 de Octubre. Tal vez es mera coincidencia que ese sea el cumpleaños de Putin. No obstante, el arte tiene una capacidad de insinuación que le permite mayor destreza política que al periodismo.
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A lo largo de la historia del autoritarismo, y particularmente en la esfera de influencia de Rusia, la música (tanto popular como clásica) siempre se ha escabullido del radar de la censura y ha sido el grito de batalla de la disidencia. La obra Rock and Roll, de Tom Stoppard, celebra la influencia de la banda de rock Plastic People of the Universe en las protestas checas contra la ocupación soviética.
Es bien sabido que la Quinta y la Séptima sinfonías de Dimitri Shostakóvich recibieron la aprobación de las autoridades soviéticas, que las consideraron obras patrióticas de lealtad al Estado, pero se las ha celebrado en general por su fondo de resistencia lastimera. Si tocas en una clave menor, el censor no puede demostrar que te estás quejando de él.
Al parecer, de lo que Putin acaba de darse cuenta es que los raperos son un enemigo mucho más peligroso que los activistas políticos de la vieja escuela. El veterano Ponomarev tiene 9,553 seguidores en su problemática cuenta de Facebook, mientras que una canción reciente que Kuznetsov, de 25 años, publicó en YouTube, recibió 2.8 millones de visitas.
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Aunque Rusia actualmente luce agresiva en el escenario mundial, los expertos han señalado que Putin es más débil en casa de lo que ha sido en mucho tiempo. Los precios bajos de la energía siguen afectando a la economía y los planes recientes de aumentar la edad de jubilación han resultado contraproducentes.
Entonces, si no puedes vencerlos, úneteles. Parece que Putin decidió darles cierto espacio a los raperos rusos con la esperanza de que pierdan el interés en él como oponente. Está por verse si esta tolerancia represiva rinde frutos.
Pero desde un punto de vista puramente cínico, Putin tiene buenas razones para usar el vals como ejemplo. Por más radical que haya sido, para mediados del siglo XIX, sus versiones más reguladas y formales se habían integrado a las cortes más represivas de Europa. No hay nada más inofensivo que la diversión sancionada por el Estado.
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