Para entender la complejidad del conficto comercial entre China y Estados Unidos, tenemos que entender que, lo que está en juego, es mucho más que solamente el comercio. De hecho, el conflicto actual retoma parte de los debates y discusiones que se dieron en el contexto de la entrada de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC) hace 18 años, y parece cuestionar la conveniencia del enfoque que adoptó el gobierno de Estados Unidos en esa época: frente al ascenso de China, lo mejor es integrarla al sistema multialteral, que dejarla fuera él.
¿Qué pasó en los últimos 18 años? El comercio de China con Estados Unidos se incrementó de manera exponencial desde la entrada de ésta a la OMC en 2001.
En unos cuantos años, China se convirtió en el principal proveedor de bienes de Estados Unidos, desplazando a países como México, y para muestra un botón: en el año 2000, China tenía un 10.8% del mercado estadounidense, pero en 2018 contaba ya con un 21.2%.
Durante mucho tiempo, a nadie en Estados Unidos parecía inquietarle los términos de este intercambio. A final de cuentas, la oferta de productos chinos ayudaba a maximizar el ingreso del ciudadano promedio estadounidense, poniendo a su disposición una amplia gama de productos a precios muy accesibles. Además, las empresas estadounidenses corrieron en hordas a establecerse en China para aprovechar dos condiciones: (1) su base manufacturera barata, que permitía márgenes de ganancias muy altos, y (2) su enorme mercado interno.