La irregularidad y la confusión rodearon la firma del acuerdo con las FARC y lo que hoy vemos es el resultado de una negociación que pudo haber unido a los colombianos pero que fue desaprovechada y que comprometió no solo la institucionalidad sino también la esperanza de una salida negociada.
Las guerrillas colombianas perdieron sus ideales desde hace ya muchos años para transformarse en grupos narcotraficantes y delincuenciales al servicio de las mafias. Un acuerdo con ellas es un acuerdo con la máxima expresión de la ilegalidad.
Lo que queda es la posibilidad de corregir los acuerdos con los guerrilleros que han decidido retomar el camino de la legalidad, sin dejar de lado la importancia de encaminar todos los esfuerzos institucionales para combatir de manera decidida unas FARC desestructuradas que tomó un aliento y que aumentó sus amistades e influencias en el Congreso de la República, pero que sigue vulnerable y puede ser agotada de manera definitiva.
Los colombianos debemos sacar una gran conclusión de lo acontecido: No se deben doblegar las instituciones ante la ilegalidad. Tal vez no estemos evitando sucesos trágicos, sino que solamente los estamos postergando.
Post scriptum: La velocidad del rearme deja una gran duda. ¿Fueron entregadas todas las armas y rutas de las FARC en el proceso de “paz duradera y estable”?
Nota del editor: Roberto Rave es politólogo con posgrado en Negocios Internacionales y Comercio Exterior de la Universidad Externado de Colombia y la Universidad Columbia de Nueva York. Con estudios en Gerencia de la Universidad IESE de España y candidato a MBA de la Universidad de Miami. Es columnista del diario económico colombiano La República. Fue escogido por el Instituto Internacional Republicano como uno de los 40 jóvenes líderes más influyentes del continente. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor.
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