Sin embargo, aunque no lo creas sí es posible vivir sin miedo y alcanzar así el estado de seguridad que tanto anhelamos los mexicanos.
Si queremos comunidades en las que las personas puedan vivir tranquilas, en las que podamos desarrollar todas las actividades que deseamos sin preocuparnos por estar a salvo, tenemos que comenzar a involucrarnos todos para transformar nuestro entorno
¿Cómo podemos hacerlo? Desde diversos niveles: el personal, familiar y comunitario. Si todos éstos trabajan de manera coordinada se puede obtener una sinergia que no solo podría asegurar una mejor calidad de vida para las personas a diario sino que también podrían impactar de manera positiva a esos grupos sociales que por su contexto se han visto vulnerados normalizando la violencia y el acto delictivo como su estilo de vida, estamos hablando de crear un proceso holístico que beneficia a todas las partes involucradas.
El nivel personal quizá sea el más importante, en el momento en el que como individuos tomamos decisiones y asumimos las consecuencias tanto positivas como negativas adquirimos un nivel de conciencia que nos permite deliberar qué nos conviene antes de actuar. Es por esto que la formación que se nos da durante la infancia y la adolescencia es crucial, ya que ésta derivará en que nuestras decisiones sean a favor del bien común.
En cuanto a la familia, podemos decir que tiene un papel determinante en que se evite que la normalización de la violencia se incube en los nuevos integrantes de la sociedad. Su función más vital es la de dotar de valores éticos y culturales a los niños, niñas y adolescentes que se encuentran en la conformación de su personalidad.
Los padres o tutores tienen la responsabilidad no solo de cuidar y proteger nuestra integridad física sino también la de blindarnos con base en la detección de habilidades positivas y de conductas sociales nocivas para así lograr que el tránsito a la vida adulta sea en pro de un tejido social que impulse y proteja a todos los que lo conforman de manera positiva.