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Para entender al presidente

Si lo que hoy tenemos se parece tanto a los gobiernos neoliberales, ¿entonces cómo se podría comprender al periodo neoliberal mejor?, cuestiona Gabriel Farfán Mares.
mar 21 abril 2020 11:58 PM
AMLO- Dos Bocas
El hoy presidente simplemente sigue pensando en rescatar a Pemex y su gran hipótesis es que el problema fue que en el pasado no se le rescató bien, principalmente por corrupción, considera Gabriel Farfán Mares.

(Expansión) – “… están en su derecho de defender a su gremio, pero ojalá que [se] entienda que yo estoy aquí para representar los intereses del pueblo, de todos… ". Andrés Manuel López Obrador, 8 de abril del 2020.

El enfrentamiento entre el presidente y el sector privado es explícito, abierto, evidente. Sin duda es un punto de inflexión, es histórico. Eso sí, inadvertido o poco comprendido, dado el contexto: pandemia, contracción económica y una oposición cada vez más intensa al presidente, pocas veces tan vehemente y visceral por cierto.

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Sin embargo para algunos el enfrentamiento ha calado profundo. Tanto, que han traído a colación anécdotas y pedacería histórica para comparar el momento con los sexenios de Echeverría y López Portillo. Nada más incorrecto. Echeverría fue previo a la bonanza petrolera. López Portillo no tuvo como política de Estado depender financieramente del petróleo.

Muy al contrario, en 1980 introdujo el IVA (hoy nos da, nada menos que 4 puntos del PIB equivalentes a 1 billón de pesos) y se impulsó la recaudación de impuestos, incluso con abundancia de ingresos y deuda asociada a la producción de petróleo crudo.

Habrá similitudes, pero las que importan son las estructurales y no las coyunturales. Es más, la idea de una “estatización” o vuelta al pasado “soviético” no se sostiene con evidencia ni la gran cantidad de conocimiento acumulado sobre lo sucedido en la llamada “docena perdida”, 1970-1982.

Ambos presidentes crearon instituciones, tanto legales como orgánico administrativas, para orientar la planeación del desarrollo o si se quiere la planeación estatal del desarrollo. Leyes y ordenamientos que se crearon entonces sobrevivieron al paso de los años y muchas otras todavía existen en espíritu como las leyes de presupuesto, empresas paraestatales y administración pública federal.

Suponer que la tradición actual “venera” esas tradiciones proviene de la ignorancia, las emociones o simplemente, la propaganda política bien financiada. Lo que hay hoy es cortoplacismo, no largoplacismo.

En el México de hoy se contrastan las decisiones basadas en la evidencia con la ideología. Pero lo que más hay son datos abundantes y prejuicios, distorsiones deliberadas o producto de la ignorancia. También algunos opositores recalcitrantes al gobierno extienden sus juicios sumarios a una supuesta coincidencia ideológica del actual presidente con sus predecesores, en especial los previos al periodo denominado “neoliberalismo” (años posteriores a 1982).

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Si bien puede construirse un hilo de ideas que aglutinen al nacionalismo y el neoliberalismo (prevalencia del Estado sobre el mercado y viceversa), lo cierto es que tampoco nos ayudan los precedentes ideológicos para etiquetar, tan siquiera intuitivamente, al actual gobierno como neoliberal.

El presidente y su gobierno representan una etapa nueva que no se comprende. Por eso es absolutamente comprensible que muchos caigan en remedos analíticos para orientarse ante tal orfandad. Ni es neoliberal ni estatista. Es la simple continuación del rentismo petrolero. Me explico más adelante.

Pero antes de intentar ofrecer una definición del actual gobierno, comprendamos las continuidades que representa y las diferencias en términos de grado o magnitud. El actual presidente tiene como propósito invertir en el sector petrolero para generar recursos que le permitan financiar sus políticas públicas. Si el propósito fuera contratar a destajo y subir sueldos y “prestaciones”, tanto legales como ilícitas vía corrupción, el modelo no estaría sustentado, casi obsesivamente e incluso inhumanamente, en la austeridad per se.

Para el actual gobierno, la austeridad es una categoría primigenia de operación del gobierno, el fundamento de vida en el gobierno. En este punto se sustentan los ataques, completamente desorientados, de una supuesta continuidad e incluso profundización del neoliberalismo. Esto como resultado de un reduccionismo realmente sorprendente donde neoliberalismo es, sinónimo, exégesis o piedra fundacional de la austeridad (tanto en gastos corrientes como en gastos de capital) o reducción del tamaño del gobierno. Se reduce el tamaño del gobierno para evitar su interacción con el mercado. No para beneficiarlo ni para oponérsele. Es dibujar un lindero.

Al presidente no se le comprende. En parte porque no hay ideólogos que le apoyen, una meta narrativa que le dé sentido a todos los aspectos desvinculados de su actuar, una orientación relativamente ordenada y jerárquica de las categorías que lo mueven. Dejo esa discusión para otro momento. Dejo en la mente de los lectores el hecho de que Morena no haya gastado prácticamente ningún peso en su instituto de formación política. Si le interesara al gobierno la ideología, la promovería de manera organizada. No es el caso.

Sorprendentemente, el presidente tiene continuidades asombrosas con el neoliberalismo en un punto inesperado. Supone que es posible sostener financieramente al Estado mexicano con ingresos petroleros -no con impuestos que se deriven del dinamismo económico- y por ello no es necesaria una reforma fiscal. Las reformas fiscales han fallado, es cierto, desde por lo menos hace un siglo. La última ha sido de las más exitosas (2013-14), pero es aún insuficiente para paliar la gran debilidad fiscal mexicana.

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El momento cumbre de la sustitución de impuestos por petróleo ocurrió en 1982. Desde entonces, sucesivos gobiernos han creado todo tipo de instrumentos para evitar abordar el tema crucial de cualquier Estado moderno: el cobro de impuestos y su uso para ofrecer bienes y servicios públicos de calidad. El periodo neoliberal supuso que se podrían cobrar menos impuestos o dejar de cobrarlos asumiendo que el sector privado estaría interesado o podría aliarse con el gobierno para producir bienes públicos (APP’s y PPS’s).

Sin embargo, no podía perder el control político para llevar a cabo su proyecto, por lo que maximizó la renta petrolera como pudo… hasta que comenzó a menguar el crudo. En el 2014 se aprobó una reforma energética que fue, en el fondo, el reconocimiento de que el gobierno per se no podría generar más ingresos petroleros. Por eso, cedió y promovió a diestra y siniestra la reforma. Si hubiese renunciado al papel del petróleo como insumo de las finanzas públicas hubiera soltado a Pemex.

Tan no lo hizo que sólo dicha empresa llegó a un nivel de endeudamiento externo superior a todos los gobiernos, al federal, los estatales y locales. No cualquier cosa. Pemex debe hoy en dólares una cantidad relativamente superior al gobierno federal. No cualquier cosa. Pemex es el tutor de las reservas petroleras, lo que quedó claro en la “Ronda Cero”.

En el pasado, los rescates de Pemex no fueron etiquetados con el lema que hoy ostenta: “Por el rescate de la soberanía”. No. Pero se le inyectaron muchos más recursos que hoy. Pemex duplicó su deuda en dólares en el anterior sexenio y la triplicó en pesos. El hoy presidente simplemente sigue pensando en rescatar a Pemex y su gran hipótesis es que el problema fue que en el pasado no se le rescató bien, principalmente por corrupción.

Quizá con otra estrategia, quizá con mayor honestidad o menos planeación, pero está haciendo lo mismo que sus antecesores neoliberales, y con menos recursos. Pero les está haciendo un favor enorme a muchos: si no apostara por rescatar a Pemex se vendría una reforma fiscal que representaría la refundación del Estado.

Si lo que hoy tenemos se parece tanto a los gobiernos neoliberales, ¿entonces cómo se podría comprender al periodo neoliberal mejor? La clave se encuentra en la gran tradición mexicana para evadir la necesidad de cobrar impuestos. Si se tiene una riqueza natural de la magnitud que se conoce ¿para qué pedirles más dinero a los contribuyentes y aún, incorporar a los que no lo hacen? No hay que quitarle dinero a los pobres que son muchos, podríamos imaginar, medita el presidente.

La presidencia de Andrés Manuel López Obrador no es política, económica o social. Es eminentemente cultural y simbólica. Pero el presidente nació en Tabasco, fue amigo y compañero de causa de Cuauhtémoc Cárdenas y su Coordinador de Asesores se llama nada más y nada menos Lázaro Cárdenas. No puede acusársele de no querer sembrar el petróleo o considerarlo como palanca de desarrollo.

Además, en un país donde se cobran muy pocos impuestos y todos se benefician de ello, es lógico que el proyecto sea dicotómico: los empresarios pagan impuestos pero también evaden y eluden mucho y el gobierno sea por neoliberal o rentista, simplemente se fija en cobrar cuando le hace falta. Cada quien su negocio. Por eso no hay apertura en rondas y se quiere volver a la época de oro de Pemex.

Por eso los empresarios no comprenden la obcecación por no dejarlos explorar o producir petróleo, porque esa es la fuente de ingresos del gobierno que más promesas ofrece y porque los empresarios ya tienen actividades con buenos rendimientos y amplia participación. No digo que yo esté de acuerdo con esta forma de razonar, pero se parece mucho al periodo llamado neoliberal.

El control político se finca en el control de un presupuesto discrecional no sólo por a dónde y en quién se gasta sino por cómo se financia: usando a Pemex no sólo como flujo sino como activo para fundamentar una buena parte del endeudamiento público. Sea por evitarlo, por un espíritu pro empresa que supuestamente debe de reducir al gobierno a lo mínimo y casi no cobrar impuestos o porque de manera deliberada se asume que cobrar impuestos implica rendir cuentas y usar el dinero de la gente productivamente, los gobiernos neoliberales, populistas o no, refuerzan este enfoque.

Por eso el gobierno no concibe a cada impuesto por el beneficio económico y social que puede tener, sino por cuánto aporta al balance financiero del gobierno. Por eso el gobierno no ve la necesidad de una dimensión fiscal a la estrategia de salida de la pandemia y de la contracción económica.

Por eso el gobierno antes y después de la llamada cuarta transformación, y como siempre, ve a la recaudación como extracción, no tanto como una herramienta del desarrollo, un desarrollo fundamentado en las políticas públicas financiadas de manera estable en el largo plazo.

Las pobrezas del neoliberalismo mexicano son las mismas del populismo: Estado mínimo, mal pagado, mal organizado y con una visión del desarrollo de ombligo. Quizá ahora lo que se socializó fue la precariedad del servicio público, al extender las pobrezas y la improvisación a la alta dirección del gobierno.

La única posibilidad para superar las falsificaciones que ha hecho México del neoliberalismo y del populismo es analizar a México como un Estado rentista. Aquél que tiene un gobierno disasociado del ciclo económico y del funcionamiento del mercado como tal. Aquél que tiene una relación de cohabitación con el sector privado pero jamás de cooperación o colaboración… aunque quizá, sólo si el momento obliga, de coordinación.

El gobierno tiene una visión de parcelas. Aquí, la del gobierno allá, la del sector privado. Si al sector privado ya se le ayuda lo suficiente cobrándoles tan poco, ¿por qué habrá que ayudarlos? Ya se les ayuda, dejándoles tener ganancias a partir de su operación en territorio nacional. Y cuando se trata de los sectores menos favorecidos, sólo el gobierno es quien puede apoyarlos.

El presidente es completamente consistente y suponer un cambio es no comprender la esencia eminentemente rentista del Estado mexicano. En un contexto de precios y producción deprimida, el Estado rentista mexicano tiene menos posibilidades de reproducirse, es cierto. Pero eso no borra la larga tradición mexicana por las expropiaciones, nacionalizaciones y otros eventos de medición de fuerzas entre el Estado y el mercado.

México fue el primer país del mundo en expropiar a las empresas productoras de crudo en 1938. El nacionalismo es un tema que no se borrará y mucho menos en un mundo donde cada quién está menos interesado en pensar por los demás. Make any country great again.

El evento reciente en la OPEP y no OPEP es consistente con esto. Y como muchos países ricos en recursos naturales, sus gobiernos son pobres y débiles en sus finanzas y sus capacidades para movilizar y utilizar recursos públicos. Con todo y el TLCAN y el posible T-MEC. Con toda la diversificación de la economía mexicana y su apertura al exterior. Con todo y su clase media y élite claramente globalizada. México es un país que fiscalmente está en la cola del subdesarrollo.

Este subdesarrollo es un trueque histórico de un laissez faire perverso: tú sector privado me dejas hacer lo que yo quiera gobierno mientras no ejerza mis facultades para cobrar impuestos. Tú gobierno me dejas operar en este territorio mientras no cuestione tu proyecto. ¿Ha llegado el momento en que sean los mismos empresarios y la ciudadanía la que termine con ésta lógica exigiendo el cobro de impuestos y el uso productivo de ellos? Me temo que la miopía es perfectamente simétrica: la del gobierno y la del sector privado. Buena suerte, México.

Nota del editor: Gabriel Farfán Mares es Director General de la Comunidad Mexicana de Gestión Pública y Consultor Externo del BID. Ex Director General de Organismos Financieros Internacionales, Secretaría de Hacienda y Crédito Público. Síguelo en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

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