Si bien puede construirse un hilo de ideas que aglutinen al nacionalismo y el neoliberalismo (prevalencia del Estado sobre el mercado y viceversa), lo cierto es que tampoco nos ayudan los precedentes ideológicos para etiquetar, tan siquiera intuitivamente, al actual gobierno como neoliberal.
El presidente y su gobierno representan una etapa nueva que no se comprende. Por eso es absolutamente comprensible que muchos caigan en remedos analíticos para orientarse ante tal orfandad. Ni es neoliberal ni estatista. Es la simple continuación del rentismo petrolero. Me explico más adelante.
Pero antes de intentar ofrecer una definición del actual gobierno, comprendamos las continuidades que representa y las diferencias en términos de grado o magnitud. El actual presidente tiene como propósito invertir en el sector petrolero para generar recursos que le permitan financiar sus políticas públicas. Si el propósito fuera contratar a destajo y subir sueldos y “prestaciones”, tanto legales como ilícitas vía corrupción, el modelo no estaría sustentado, casi obsesivamente e incluso inhumanamente, en la austeridad per se.
Para el actual gobierno, la austeridad es una categoría primigenia de operación del gobierno, el fundamento de vida en el gobierno. En este punto se sustentan los ataques, completamente desorientados, de una supuesta continuidad e incluso profundización del neoliberalismo. Esto como resultado de un reduccionismo realmente sorprendente donde neoliberalismo es, sinónimo, exégesis o piedra fundacional de la austeridad (tanto en gastos corrientes como en gastos de capital) o reducción del tamaño del gobierno. Se reduce el tamaño del gobierno para evitar su interacción con el mercado. No para beneficiarlo ni para oponérsele. Es dibujar un lindero.
Al presidente no se le comprende. En parte porque no hay ideólogos que le apoyen, una meta narrativa que le dé sentido a todos los aspectos desvinculados de su actuar, una orientación relativamente ordenada y jerárquica de las categorías que lo mueven. Dejo esa discusión para otro momento. Dejo en la mente de los lectores el hecho de que Morena no haya gastado prácticamente ningún peso en su instituto de formación política. Si le interesara al gobierno la ideología, la promovería de manera organizada. No es el caso.
Sorprendentemente, el presidente tiene continuidades asombrosas con el neoliberalismo en un punto inesperado. Supone que es posible sostener financieramente al Estado mexicano con ingresos petroleros -no con impuestos que se deriven del dinamismo económico- y por ello no es necesaria una reforma fiscal. Las reformas fiscales han fallado, es cierto, desde por lo menos hace un siglo. La última ha sido de las más exitosas (2013-14), pero es aún insuficiente para paliar la gran debilidad fiscal mexicana.