Desde el inicio de su mandato, López Obrador había manifestado su aversión a salir de México. Su discurso aludía a la necesidad de permanecer en México para atender los asuntos prioritarios del país, menospreciando el peso de las relaciones internacionales. Delegó toda la política externa al Canciller, Marcelo Ebrard.
Un poco más de dos años después de su toma de posesión, el presidente de México rompió esta tendencia para reunirse con su contraparte estadounidense, unos días después de la entrada en vigor del nuevo acuerdo comercial de América del Norte, conocido como T-MEC. Definitivamente, el acontecimiento es significativo: la primera visita al exterior de López sería Washington, con el socio más importante. Sin embargo, el simbolismo va más allá de la estrecha relación: demuestra la continuidad de la asimetría y la dinámica bilateral.
Emprender un viaje al exterior no fue la única contradicción en la que cayó el presidente al llevar a cabo esta visita. Para empezar, aceptó realizarse la prueba de COVID-19 previo al viaje, como un gesto de responsabilidad, cuando no lo había hecho antes, incluso al hacer giras al interior de la República.
Por trasladarse en un vuelo comercial, un requisito de la aerolínea es portar cubrebocas, acto que omitió por 129 días desde que llegó el virus a México. Ocurrió lo inimaginable: canceló dos mañaneras por su estancia en Washington. Finalmente, en el discurso que pronunció tras la reunión de comitivas, elogió el buen trato, la gentileza y el respeto con los que se ha conducido Donald Trump a nuestro país.
En el pasado López Obrador comparó a Trump con Hitler y calificó su propuesta del muro como cruel. La política exterior mexicana apuntala la no intervención e intromisión en asuntos internos de otros países, pero da pie a este encuentro contundente en medio del período electoral en ese país.