Entre abril y junio, las cifras de la Asociación de Bancos de México (ABM) y de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores (CNBV) mostraron que la originación de créditos hipotecarios bancarios había tenido un descenso muy significativo. De hecho, al comparar junio de 2019 con junio de este año, la caída en nuevos créditos fue de -20%.
No obstante, de julio a agosto se observa un repunte que nos lleva a niveles cercanos a los números que se tuvieron el año pasado en esos mismos meses, los cuales debo decir que si se comparan con el 2018, aún no son positivos para un país como México.
La reactivación en el sector hipotecario es una buena señal en dos sentidos, el primero porque es un indicador de que las clases medias están regresando a comprar vivienda, es decir, las personas han decidido seguir adelante con sus procesos de formación de patrimonio a pesar de la situación tan complicada que atravesamos. Y, en segundo lugar, es importante porque nos hace ver que la actividad económica del país de alguna manera se está reactivando.
Otro aspecto destacable es la relevancia que ha tenido en este escenario la banca al no cerrar la llave del financiamiento para la adquisición de vivienda. Es cierto que han hecho más complejos sus procesos de otorgamiento de crédito y que están analizando a los clientes con mucho más rigor, pero es fundamental reconocer el compromiso a mediano y largo plazo del sector bancario mexicano, pues entiende cómo funciona el mercado inmobiliario, sus ciclos y el compromiso que implica el pago de una hipoteca para sus clientes.
Este conocimiento del mercado inmobiliario y su estabilidad le ha permitido estar por encima de la incertidumbre y la recesión que ha generado la actual administración de Andrés Manuel López Obrador y que se acentuó con los retos enormes que trajo la pandemia.