La irrupción en el Capitolio, ¿un golpe a la democracia?

Desde 2016 Trump identificó diferencias ideológicas y clivajes políticos, por lo que su narrativa resaltó los principios que su base defendía y agudizó la polarización, resalta Antonio Michel.

(Expansión) – De acuerdo con la Constitución de Estados Unidos, el 6 de enero posterior a las elecciones presidenciales, el Congreso convoca una sesión conjunta de cámaras para certificar los votos del Colegio Electoral por la presidencia y vicepresidencia. Es un procedimiento protocolario que regularmente se lleva a cabo sin contratiempos. No obstante, en un período electoral tan atípico como el de 2020, la irrupción en el Capitolio se suma a la serie de eventos inesperados.

Casi 50 arrestos y cuatro fallecidos integran el saldo de esta manifestación violenta, además de los daños a los inmuebles, los disturbios sociales y la interrupción de la certificación. Desde la invasión británica a principios del siglo XIX no ocurría un agravio de este grado a un edificio de gobierno federal. Tuvo que instaurarse un toque de queda en la ciudad y recurrir a las autoridades para restaurar el orden. Eventualmente, los legisladores regresaron a sus lugares y se continuó con la sesión.

Seguramente el evento no tendrá repercusiones mayores y Joe Biden tomará posesión el 20 de enero. Sólo se pausó momentáneamente un protocolo. Sin embargo, el simbolismo, los motivos subyacentes y su huella atentan contra la democracia.

La manifestación no sorprende. Una parte considerable de la población está inconforme con los resultados de la elección. Era de esperarse que expresara su descontento en el acto que cimienta el triunfo no deseado. Lo preocupante es el nivel que alcanzó y la respuesta parca por parte del presidente.

Las agresiones a elementos de seguridad, el traspaso a las instalaciones, el vandalismo al interior de un edificio de gobierno y el uso de armas de fuego van más allá de una protesta. Ameritaban una represalia mayor por parte del gobierno, pero difícilmente vendría de un líder que propició esta revuelta.

Desde 2016 Trump identificó las diferencias ideológicas y los clivajes políticos, por lo que su narrativa se basó en resaltar los principios que su base defendía y agudizar la polarización. Su forma de gobernar llegó al punto en el que un tuit o una declaración con aplomo pesaban más que lo que dijera la norma.

El presidente que se caracterizó por hacer a un lado los protocolos internacionales, desacreditar a las instituciones, priorizar su imagen pública e imponer su voluntad ante la cohesión política, se concentró en dar resultados a su base. Sin embargo, ese enfoque miope le impidió ver que, mientras se congració con sus seguidores en los últimos cuatro años, la fragmentación de la democracia impulsó a un efecto pendular que inclinó a la población hacia la alternancia.

Este mismo sesgo marcó su campaña de reelección. La respuesta a la crisis sanitaria se concentró en minimizar de los estragos y una politización de asuntos tan simples como el uso de mascarillas. A la par, el manejo evidenció fallas en el sistema de salud pública, enalteció la desigualdad social y expuso la discriminación racial.

De igual manera, Trump defendió a la policía e ignoró injusticias como la que dio vida al movimiento Black Lives Matter. Para la convención de su partido y los debates presidenciales, se dedicó a atacar a los rivales, ignorar las medidas de distanciamiento social y no presentó propuestas nuevas para su segunda gestión. Poco antes de noviembre, movió todos los hilos para nominar a una nueva jueza conservadora cuando los Republicanos no permitieron a Obama en 2016.

Tras la elección, Trump ha tratado de impugnar los resultados, alegando que hubo fraude, aún cuando integrantes de su partido, autoridades estatales y el Colegio Electoral han desmentido sus acusaciones. Juntó a legisladores, gobernadores y actores políticos que defendieran su causa, incluso presentaran objeciones a la certificación, a sabiendas de que es prácticamente imposible no otorgar el triunfo a Biden.

Su narrativa se dirigió a la población estadounidense que cree fervientemente en él, sin importar el desprestigio que trajo a las instituciones y las divisiones que generó hasta en su partido. Más allá del debilitamiento del sistema democrático, sus acciones mermaron la confianza ciudadana.

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Este preludio antecede al 6 de enero de 2021, un día histórico. Una protesta que se salió de control y evolucionó a un acto violento con heridos, muertos y arrestos. Frenó un proceso constitucional que ya tardaría más horas de lo normal por las objeciones no fundamentadas presentadas por los Republicanos. El mismo día se anuncia el resultado de la elección legislativa en Georgia, estado con tendencias republicanas, otorgando el control de ambas cámaras al partido del presidente entrante.

Mientras unos buscaban anular la victoria de Biden, otros, incluidos legisladores allegados a Trump, optaron por deslindarse de la riña y adherirse a las instituciones para consolidar la transición de poder. Sin duda, un reflejo de la dicotomía estadounidense: una parte de la sociedad que se aferra a una versión del país contra aquélla que ahora tiene el poder para cambiarlo.

El paliativo de estas diferencias es la democracia, la cual, al igual que la certificación de votos, parece ser que prevalecerá a pesar de la irrupción.

Nota del editor: Antonio Michel estudió Relaciones Internacionales en el ITAM, donde es profesor, y tiene una Maestría en Administración Pública por la Universidad de Maxwell. Trabajó casi 7 años en la Administración Pública Federal, en las secretarías de Relaciones Exteriores, Desarrollo Social, Energía y Gobernación. Su pasión son los asuntos internacionales, los asuntos políticos y la administración pública. Síguelo en Twitter y en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

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