Dicen que nunca hay que desaprovechar una buena crisis; entre otras cosas, para completar un buen cambio. Con la pandemia, eso debería estar ocurriendo en relación a los derechos de las mujeres. Más aún, ante una creciente concientización, lo mismo en la sociedad que en el ámbito corporativo.
Todavía más, en un contexto marcado por protestas y movilización, como en México, donde la indignación por la violencia de género derivó en el histórico Día sin Mujeres hace exactamente un año, el 9 de marzo. Lamentablemente, ha ocurrido lo contrario en varios aspectos. A pesar de llevar la mayor carga en el soporte de las familias e incluso de la sociedad, se han visto desproporcionadamente afectadas tanto en el campo laboral como en el educativo.
En la economía del cuidado, de acuerdo con la ONU, las mujeres dedican de dos a 10 veces más de tiempo diario en el cuidado de hijos, personas mayores y enfermas. Las mujeres cubren el 75% del personal de salud en el mundo, pero sólo el 21% de las posiciones de decisión de ese sector.
Aunque en su empoderamiento tenemos una clara área de oportunidad para acelerar la recuperación y potenciar la economía post COVID-19, millones han tenido que suspender sus estudios para trabajar o casarse siendo aún niñas, todo ello en el marco de una violencia en aumento y con la terrible impunidad que existe en países como el nuestro.
Como sociedad, tenemos que pensar y actuar diferente, pero ya: no es una problemática secundaria, sino que subyace a otras. De hecho, todo empieza por no ubicarla como prioridad, y por no ver el costo de oportunidad en que incurrimos al mantener este pacto, que lejos de ser concepto de una moda extranjera, es una injusticia que cuesta vidas y reproduce la pobreza y el atraso general.
Se ha estimado que en todo el mundo las mujeres podrían aumentar sus ingresos hasta en 76% si se superaran las brechas de participación laboral y salarial, lo que tiene un valor global de 17 millones de millones de dólares. Y a eso habría que sumar la oportunidad cualitativa: por ejemplo, las mujeres suelen ser mejores empresarias tanto en rendimiento de negocio como de impacto positivo para la sociedad.
En el mundo corporativo, las compañías donde tres o más mujeres ejercen funciones ejecutivas tienen un desempeño más alto de eficacia organizacional. En cuando a las empresas pequeñas y medianas, de acuerdo con datos de BID Invest, las que son fundadas y dirigidas por empresarias invierten un 50% menos de capital, pero producen 20% más de ingresos y su probabilidad de impago es 54% menor. Algo así hemos encontrado con los préstamos a emprendedoras de Viwala adaptados a sus ventas mensuales: buenos rendimientos, cuidadosa administración y compromiso sobresaliente.