En los últimos meses, la pandemia ha acelerado una serie de cambios en los esquemas laborales. El COVID-19 funcionó como un experimento global donde una proporción considerable de empleados trabajó vía remota. No obstante, conforme la vida vuelve a la normalidad es más probable que el trabajo sea híbrido, lo que podría representar una disrupción que beneficie tanto a colaboradores como a los centros de trabajo.
La flexibilidad puede incrementar la productividad por menos horas de traslado y mayor libertad para distribuir el tiempo. Sin embargo, una encuesta de Microsoft aplicada en enero 2021 en varios países, entre ellos México, encontró que esta mayor productividad se ha dado a costa del bienestar de los colaboradores: el 54% de los encuestados dijo tener una carga excesiva de trabajo y el 39% dijo estar exhausto.
Este hallazgo es muy importante para México, que fue el segundo país de la OCDE que trabajó más horas en 2020, después de Colombia. Un mexicano promedio laboró 2,124 horas en el año, cifra 35% mayor que en España (1,577 horas trabajadas por empleado al año). Además, para los mexicanos este nivel de trabajo no ha cambiado mucho en la última década. Esto contrasta con lo que se ha visto Corea, donde las horas trabajadas han caído sostenidamente, pasando de 2,163 en 2010 a 1,908 en 2020.
Para que el trabajo híbrido sea una disrupción que mejore la calidad de vida de las personas y les permita ser más productivas, debe transformar de fondo las condiciones laborales. Esto implica evitar, como en el caso de Brais, digitalizar vicios que hemos acarreado por años. Como dice el estudio del IMCO “Trabajar sin dejar de vivir: mejores prácticas de integración vida-trabajo en México” es necesario que en los empleos se midan resultados y no horas trabajadas.