Ucrania, la sandía partida a la mitad

A veces pareciera que los derechos humanos y la estabilidad del pueblo ucraniano pasan a un segundo plano ante la prevalencia de una rivalidad añejada desde hace décadas, considera Antonio Michel.

(Expansión) - En una mesa se postra una sandía partida a la mitad: Estados Unidos en una cabecera aprecia un rojo claro, mientras que Rusia en el polo opuesto percibe un verde oscuro. Cada uno quiere convencer al otro de que el color del objeto es el suyo, y están dispuestos a amedrentar a su contrario a fin de imponer su punto de vista, a pesar de que ambos observan la misma sandía.

A veces pareciera que los derechos humanos y la estabilidad del pueblo ucraniano pasan a un segundo plano ante la prevalencia de una rivalidad añejada desde hace décadas. Ucrania es la sandía que cada país ve con una arista diferente. En realidad, el detonante no es Ucrania, sino que los dos rivales quieren evitar la expansión del otro.

Más allá del control del territorio, si Putin se adentra en Ucrania, ecos del pasado resonarían en Europa del Este; si Biden y sus aliados logran incorporar a Ucrania, Occidente contiene al gigante soviético y la extensión de la ideología comunista. De pronto la coyuntura actual evoca sentimientos y motivos sepultados décadas atrás.

Tras el colapso de la URSS, la OTAN se expandió hacia el Este, absorbiendo países que pertenecieron a la atmósfera soviética, como Letonia, Lituania y Estonia. Desde 2008 anunciaron su intención de invitar a Ucrania eventualmente. Por su parte, Putin ha declarado que la desintegración soviética ha sido una catástrofe que los ha vulnerado ante la afronta de Occidente.

En 2014 Rusia se apoderó de la región ucraniana de Crimea, apoyados por un movimiento separatista en Ucrania. A pesar de haber frenado la inercia en ese entonces, el conflicto ha provocado más de 13,000 muertes.

La salida de Trump de la Casa Blanca representó una alarma para Putin; no sólo tenían una relación amistosa, sino que la administración de Trump no era partidaria de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). En contraste, Biden ha optado por reposicionar a Estados Unidos como líder global y afianzar su participación en ese organismo, lo cual infligió miedo en Moscú de una eventual adición de Ucrania como miembro.

La anexión de Crimea y cualquier pretensión de Rusia sobre Ucrania se debilitarían ante una Kiev respaldada por los aliados de la OTAN. Putin hará lo posible por evitar que Ucrania se una a esa organización y que sus planes expansionistas se vean obstaculizados. Si bien ha dicho que no tiene planeado invadir Ucrania, tampoco lo ha descartado.

Por su parte, Biden no dejará pasar la oportunidad para consolidar su política exterior. El desastre de la retirada de tropas de Afganistán le costó puntos de popularidad. Al momento, Biden es percibido por muchos estadounidenses como un presidente débil que no ha cumplido con muchos de sus compromisos. En particular, en asuntos internacionales, el liderazgo que prometió no se ha vislumbrado.

Permitir que Putin se apodere de Ucrania sería percibido como otro fracaso para el presidente demócrata, en especial en contraste con la relación bilateral que presumía su antecesor, así como una pérdida de confianza en víspera de las elecciones intermedias de este año.

Un ataque frontal de Estados Unidos no sólo violaría los estatutos de la OTAN, ya que Ucrania aún no es miembro; también iría en contra de la visión pacífica que ha fomentado Biden y podría resultar en un conflicto escalado con consecuencias devastadoras en el continente.

La solución más inmediata y efectiva al momento es atacar las finanzas y el comercio. Biden acordó con Alemania -- cuyo líder actual no es partidario de Putin como su antecesora Angela Merkel-- cancelar los planes de entrada en funcionamiento del gasoducto Nord Stream 2, un proyecto de 11,000 millones de dólares para incrementar las exportaciones de gas natural de Rusia. También han previsto congelar cuentas personales de Putin e integrantes de su equipo, así como embargos comerciales en productos tecnológicos como computadoras y teléfonos. Estas medidas son sólo la punta del iceberg.

La tensión sobre Ucrania ha revelado las fracturas al interior de la OTAN, Europa occidental y en las relaciones de Rusia con otros países del continente. Muchos países europeos se han vuelto dependientes de exportaciones rusas, sobre todo de gas natural, por lo que los vínculos comerciales se verían afectados con las sanciones.

Por su cuenta, Rusia podría continuar con una agresión encubierta con ataques cibernéticos, operaciones de hackeo y el respaldo de insurgentes separatistas o continuar con bloqueos de accesos a agua para algunas partes de Ucrania; motivos que no serían suficientes para justificar un contrataque militar de la OTAN bajo el marco actual.

Estados Unidos, por su cuenta, estima que una invasión directa en Ucrania traería cerca de 50,000 muertes y entre 1-5 millones de refugiados. Ucrania es el cuarto receptor de financiamiento y capacitación militar de Washington, pero ante un conflicto de tal magnitud, probablemente Ucrania carecería de la capacidad para enfrentar el conflicto solo, por lo que los aliados de la OTAN encontrarían la justificación para intervenir. Al momento, hay más de 8,500 elementos militares estadounidenses en Europa del Este, preparados para actuar si la situación lo requiere.

El problema de no entender que la sandía tiene dos lados es querer opacar el lado que no vemos sin ver que se replica lo mismo de lo que se le acusa al de enfrente. Ambos países temen la expansión del rival. Cada uno anhela recuperar la confianza de un pueblo que ha castigado sus fracasos anteriores.

Los dos están dispuestos a revivir una rivalidad que reconfiguró al mundo entero el siglo pasado sin entender que, si la trifulca destruye la sandía, lo menos importante será el color.

Nota del editor: Antonio Michel estudió Relaciones Internacionales en el ITAM, donde es profesor, y tiene una Maestría en Administración Pública por la Universidad de Maxwell. Trabajó casi 7 años en la Administración Pública Federal, en las secretarías de Relaciones Exteriores, Desarrollo Social, Energía y Gobernación. Su pasión son los asuntos internacionales, los asuntos políticos y la administración pública. Síguelo en Twitter y en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

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