Es evidente que, bajo este denominador, cada actor busque maximizar sus beneficios e intereses, ya sea de manera solitaria o en alianza. La postura que muestra Vladimir Putin frente a la crisis con Ucrania y la OTAN es natural ante este tipo de amenaza, no debería sorprenderle absolutamente a nadie. Es una reacción pensada dentro de los parámetros de la geopolítica.
Más allá de juicios y posturas, de alentar a “los buenos” y descalificar a “los malos”, la lógica del arte político dicta que cuando uno de los imperativos se encuentra bajo riesgo, habrá que atacar, en el sentido amplio de la palabra.
Lo mismo aplicaría en el otro sentido; es decir, si Estados Unidos o sus aliados europeos encontraran una situación en la que sus imperativos estratégicos se encontraran amenazados, su reacción sería muy semejante a la que Rusia ha tenido. El claro ejemplo sucedió en 1962 con la llamada Crisis de los Misiles, en donde la extinta U.R.S.S logró introducir misiles nucleares de alcance medio a Cuba.
La esfera de influencia de Estados Unidos se vio vulnerada, y no sólo eso, puso en jaque dos de sus imperativos geopolíticos fundamentales: la protección y dominio de la cuenca del Mississippi y el acceso a una de las mayores reservas petroleras a nivel mundial, en el Golfo de México.
El cálculo fue perfecto, para escalar o disminuir la tensión de la situación y abrir una negociación de mayor amplitud e impacto, antecedida previamente por los intentos militares de invadir la isla por parte de los anglosajones. Dicho contexto abarcaba variables ideológicas, económicas, militares y territoriales, que eran parte de una lucha más extensa a nivel mundial, pero que trastocaba los fundamentos geopolíticos de una de las potencias predominantes dentro de un orden internacional bipolar.
Es una analogía muy clara para entender lo que ocurre en 2022. Rusia defiende, entre otras cosas, dos de sus imperativos claves luego de la caída de la Unión Soviética: su dominio e influencia en los países satélites dentro de su periferia y la necesidad de mantener una zona intermedia (buffer zone es el término en inglés) que le permita proteger mejor su territorio.
El tener a un país vecino como Ucrania como miembro de la OTAN es un inminente riesgo dentro de esta lógica. Vladimir Putin lo sabe y por ello está dispuesto a todo; por ello ha mostrado a sus enemigos un despliegue militar de la forma en que lo ha hecho, sin más miramientos y con un objetivo claro: no tener en su vecindario actores que no son afines a sus intereses y que representan una clara amenaza.
El escenario se torna más complejo e interesante al adicionar otras variables: la alianza entre Rusia y China y su relativa “nueva” influencia en la región latinoamericana; la posición y desgaste de Estados Unidos luego de su retiro de tropas en Afganistán; el proceso de transformación que está sufriendo la OTAN y la posición de los principales países europeos como Alemania, Francia y los escandinavos; los problemas domésticos en Estados Unidos y la baja popularidad del presidente Biden; la necesidad energética que tiene a Europa; entre otros.