Escribimos todo el tiempo
Estarán de acuerdo conmigo que ahora es común que un comensal pida comida por una app; que un grupo de productores venda fruta a través de una tienda en línea y que un trabajador de la construcción avise por WhatsApp a su cliente de que el material no ha llegado. Aún más, es común que un corporativo atienda las quejas de sus clientes a través de una red social.
Es tan intenso ese intercambio digital que ahora cobra gran relevancia la manera de hacerlo. Así es, la forma de redactar es ahora central. Desconfiamos de aquellos que tienen faltas de ortografía, o que son tendenciosos o, por el contrario, nos formamos una buena imagen de una persona o marca en la medida que escriba bien y a tiempo.
Hasta hace poco, recuerdo, en muchas profesiones la relación con el cliente o el proveedor se basaba en el contacto personal. Tenían gran importancia la presencia y el aspecto de cada uno.
Ahora la vestimenta que nos codifica se reduce al lenguaje, la forma de expresarse, el tiempo de respuesta y la red social o vía para hacerlo. Las relaciones comerciales se establecen en la red, y no son necesarias ni importantes la presencia física ni la identidad visual del proveedor. Pero eso, sí, hay que escribir.
El lenguaje, una cuestión de status en la época de la colonia
Esta percepción del lenguaje escrito como parte de la marca personal de un individuo, de una empresa, o de una sociedad influye, admitámoslo o no, influye en su prestigio y en su status y, por lo tanto, en la calidad de sus relaciones. Y esto no es nuevo. En la época colonial, el bien hablar y el bien escribir produjeron resultados favorables en el éxito económico o en términos personales.
Pongo un ejemplo, los conquistadores de México que redactaban sus cartas a España desde el Nuevo Continente eran conscientes también del valor del lenguaje. Según Humberto López Morales del libro “La aventura del español en América”, los navegantes españoles escribían algunas palabras indígenas desconocidas en España, no para denotar sino para connotarse, es decir para mostrar su conocimiento durante la conquista.
Ellos tenían acceso a ideas, frutas, hechos y paisajes que en España se desconocían. Así, escribían “maíz”, “tuna”, “mamey”, “guanábana”, “barbacoa”, “guayaba”, “jaiba”, con el fin de fin de asombrar a los demás y ganar prestigio.
El español es más cuidado en América Latina que en España
En aquella época, el prestigio de un idioma bien hablado se hacía notar incluso con un panorama en el que el 96% de la población era analfabeta. Pero quien deseaba prosperar socialmente debía seguir la norma de la minoría culta, que acababa progresando entre los demás hablantes.
Esa influencia de las clases poderosas, educadas a menudo en latín, se plasmó con toda claridad durante la presencia y expansión de los españoles en América. Hoy percibimos que en este continente cuidamos más el lenguaje que en España, y esto se debe a razones históricas que guardan relación con esa idea de jerarquía social y de prestigio que viene desde la conquista.