Hoy, las nuevas tecnologías han modificado los paradigmas de los sistemas educativos de los países y la formas de crear empresas; se pueden producir prótesis humanas en impresoras de tercera dimensión; en el celular podemos medir el peso, la masa corporal, la quema de calorías, determinar si dormimos de más; se fuman cigarros electrónicos y hasta el almacenamiento de información que antes se hacía en grandes dispositivos, ahora se logra en pequeños chips de gran capacidad.
Los cambios en tecnologías están repercutiendo en la transformación de la economía tradicional a una que depende cada vez más del capital intelectual y de las habilidades individuales, gracias a la rápida expansión del conocimiento y a la creciente dependencia de la informatización, el análisis de los grandes datos y la automatización.
Eso es lo que conocemos como “Economía del Conocimiento”, un concepto popularizado por el famoso consultor de gestión empresarial Peter Druker, centrado en la esencial importancia del capital humano y en los activos intangibles, en este Siglo XXI.
Se trata de una economía caracterizada por la presencia de cada vez más empleados con conocimientos o habilidades especiales que, contrario a la economía dependiente de la mano de obra, calificada o no, para la producción de bienes físicos, se compone más de industrias de servicios y empleos que requieren pensar y analizar datos, en las que los activos más valiosos son los intangibles como las patentes, los derechos de propiedad intelectual, el hardware o software especializados o procesos patentados. Es una economía que busca generar riqueza y valor utilizando información que transforma en conocimiento.
Transitar hacia una economía del conocimiento puede enfrentar algunos problemas, ya que no siempre los trabajadores de la economía industrial tienen las habilidades necesarias para funcionar y ser óptimamente productivos en una economía del conocimiento; o se resisten al cambio.
Vencer este reto implica, por un lado, que las empresas desarrollen amplios y bien estructurados programas de formación para la capacitación del personal, y por otro, motivar suficientemente a los empleados para recibir una educación complementaria para el aprendizaje de nuevas habilidades, fuera de su ámbito laboral.
Por su parte, las universidades y centros especializados de enseñanza también se han adaptado a los cambios al reconocer que la mejor manera de impactar al mundo es desarrollando conocimiento en tecnologías aplicadas en la vida de las personas. Para ello es necesario que identifiquen cuáles son las habilidades y conocimientos que demanda la dinámica del mercado para ofrecer la mejor educación posible y lograr el salto de las aulas al emprendimiento científico y tecnológico a través de carreras STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas, por sus siglas en inglés).
Ante el contexto anterior, surge una pregunta: ¿tiene sentido emprender un negocio tomando como base la ciencia? Si la respuesta es afirmativa, ¿por qué no se fomenta cuando hay numerosos ejemplos en el mundo que dan fe de ello?
Gary P. Pisano, Maestro de Administración de Empresas de la Escuela de Negocios de Harvard, habla de “innovar el modo en que innovamos” y señala que ciencia y empresa pertenecen a dos maneras distintas de concebir el mundo y que el primer reto es interconectarlas.