Por otra parte, John Elkington, un autor especializado en desarrollo sostenible, popularizó el término “cisne verde” en su libro “Green Swans: The Coming Boom in Regenerative Capitalism” (2020). Según Elkington, los “cisnes verdes” son soluciones sistémicas a desafíos globales, que ofrecen progreso exponencial en forma de creación de riqueza económica, social y ambiental. Es decir, se trata de eventos que tienen una connotación fundamentalmente positiva, que a menudo son catalizados por desafíos que presentan los “cisnes negros”.
Actualmente, la humanidad se enfrenta al reto más grande que jamás hayamos visto: el cambio climático. Si bien ya no es imprevisible y sabemos que su impacto será mayúsculo, aún desconocemos su magnitud exacta y, por ello, podemos considerarlo un “cisne negro”. Al mismo tiempo, sabemos que los efectos catastróficos pueden ser mitigados a partir de innovación y tecnología con alcances y efectos exponenciales, “cisnes verdes”.
Ante esta situación, el diseño de estrategias y soluciones para hacer frente al cambio climático debe ser la prioridad en la agenda de todas las organizaciones, a niveles micro y macro. Así lo reconocen la mayoría de los académicos, jefes de estado, directivos de organismos internacionales y directivos de empresas de todos los sectores y tamaños.
Las organizaciones que desarrollen y escalen estas soluciones innovadoras tendrán un lugar especial en la historia. Aquellas que entiendan el valor de esas soluciones y las adopten a tiempo, tendrán una ventaja sobre sus competidores. Por otro lado, las organizaciones que decidan cerrar los ojos ante estos “cisnes” (negros o verdes), tendrán los días contados.
Una excelente herramienta a disposición de las empresas que quieren trascender es la gestión con perspectiva ASG (ambiental, social y de gobierno corporativo) o ESG, por sus siglas en inglés. Adoptar esta herramienta les permite identificar, gestionar, monitorear y reportar los principales riesgos y oportunidades ESG relacionados con su modelo de negocio incluyendo, por supuesto, el cambio climático.
Con frecuencia, las empresas con una alta calificación ESG son valuadas con un sobreprecio respecto de sus competidores, ya que dicha calificación es considerada un indicador de la calidad del equipo directivo. Además, suelen tener mayor resiliencia ante las crisis, ya sea porque sufren menor impacto o porque tienen mejor capacidad de recuperación. En pocas palabras, esas empresas están mejor preparadas para hacer frente a los riesgos. Por estas y otras razones, adoptar una perspectiva ESG es un buen negocio.
Adicionalmente, ESG está convirtiéndose en un imperativo para hacer negocios con los principales bancos, fondos de inversión y gestores de activos con presencia internacional. De igual forma, los reguladores más importantes a nivel mundial están endureciendo las reglas para que las empresas revelen al mercado sus principales riesgos ambientales, sociales y de gobierno corporativo, así como la manera en que los gestionan y mitigan. Además, están vigilando con mayor celo el cumplimiento de estas normas para preservar la integridad de los mercados financieros.
Y esta tendencia se acelera y se profundiza alrededor del mundo. Comparto un par de ejemplos recientes que muestran la relevancia de la “revolución ESG”. El primero, el pasado 21 de marzo, la U.S. Securities and Exchange Commission (SEC) propuso un ambicioso paquete de reglas para la revelación de información relacionada con el cambio climático y su potencial impacto en las operaciones y resultados financieros de las empresas cuyos valores cotizan en bolsas de los Estados Unidos. El 2 de mayo, el Grupo Consultivo Europeo en materia de Información Financiera (EFRAG) publicó un proyecto inicial de normas con un propósito similar, en el marco de la próxima directiva sobre la información empresarial sostenible (DSCE) de la Unión Europea.