Contra todas aquellas opiniones que decían que había que tirar los manuales de Ciencia Política para explicar el ascenso del fenómeno Milei en la política argentina, hay que señalar que siempre sí, el voto se utiliza como herramienta de castigo para malos gobiernos tanto en la conducción económica como en la política.
Desde el retorno a la democracia en Argentina hace 40 años, la sociedad había sido bastante permisiva con los gobiernos peronistas –Carlos Memen y Cristina Fernández se reeligieron como presidentes y Néstor Kirchner falleció sin que eventualmente lo intentara una vez que concluyera uno de los mandatos de su esposa-. Por el contrario, ningún otro presidente no peronista ha sido reelecto; en dos casos concluyeron en crisis políticas de manera anticipada su mandato (Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa) y sólo Mauricio Macri pudo completar el periodo presidencial. El peronismo, por supuesto ha perdido elecciones, pero no de la manera tan contundente como la que ocurrió este domingo.
La mayoría social –expresada en el electorado- se hartó de la desastrosa conducción económica del kirchnerismo y de lo insólito de esta elección. Por un momento parecía que el candidato del oficialismo, a la vez súper ministro de Economía –al que se le sumaron en su nombramiento las carteras de Desarrollo Productivo y la de Agricultura, Ganadería y Pesca- podía ganar unas elecciones mostrando como tarjeta de presentación la peor conducción como responsable de la economía argentina desde el retorno a la democracia. Con sólo 16 meses en el cargo, los indicadores fueron desastrosos, sin atenuantes.
Si ante el discurso del miedo enarbolado por Massa de que un eventual triunfo de Milei significaría peores condiciones en salud, educación y servicios, ¿por qué Massa teniendo los instrumentos para mejorar la economía argentina no hizo nada antes para mejorarla, sino por el contrario, fue en caída libre durante su gestión? Si a eso se suma el importante dispendio de recursos públicos para la campaña del secretario-candidato oficialista, el repudio electoral se entiende.
El mandato electoral también refleja un hartazgo frente a ese discurso de la izquierda progresista proclive a mirar la paja en el ojo opositor ajeno y no ver la viga en al propio: que la democracia argentina está en riesgo cuando el peronismo no está en el gobierno, que el camino era consolidar una “democracia hegemónica” o que cuando un gobierno peronista –mejor aún, kirchnerista se excede en el endeudamiento, es para la felicidad del pueblo, mientras que cualquiera otro grupo político en el gobierno lo hace, se trata de una deuda neoliberal y sometida a mezquinos intereses imperialistas. También es un voto de castigo contra la corrupción asociada al kirchnerismo y a la clase política tradicional. El electorado se hartó de eso: la consigna parece ser “más vale incierto por conocer, que malo –o pésimo- por conocido”.
La elección deja algunos importantes saldos e incógnitas. Milei por supuesto es el gran ganador. Pero gobernar no le va a resultar nada sencillo. Nunca un presidente argentino desde el retorno a la democracia contará con un apoyo legislativo tan débil: sólo 39 diputados (de 257) y lejos de los 129 que requiere la mayoría, y ya no digamos de la raquítica bancada propia de apenas ocho senadores. Está obligado necesariamente a negociar y llegar a acuerdos para poder gobernar; algo ausente en su campaña, si bien su primer discurso como candidato ganador mostró los cánones de unidad y diálogo que la ocasión amerita. Adicionalmente, es conocido lo poco institucional y colaborador que es el peronismo como oposición.
El otro gran ganador es el expresidente Mauricio Macri y su candidata derrotada en la primera vuelta presidencial, Patricia Bullrich. Al darse a conocer los resultados de la elección del 22 de octubre y al crujir la heterogénea coalición de Juntos por el Cambio, ambos dirigentes calcularon bien los novedosos vientos hacia los que se dirigía la política argentina y prácticamente desde la primera hora refrendaron su apoyo a Milei para el balotaje. Veremos si eso se traduce en cargos concretos en la administración entrante.