Claro que los beneficios de la integración no fueron para todos los países ni para todas las personas, millones sufrieron los estragos de la desigualdad económica. Estados Unidos logró consolidar su hegemonía y muchos países europeos y asiáticos alcanzaron crecimientos extraordinarios. En contraparte, el bloque soviético y decenas de naciones de otras regiones de Asia, África y América quedaron relegados.
Ahora, hay señales de alerta que nos indican que todo está cambiando aceleradamente. Y no son pocas. Comencemos por lo obvio: la política comercial que Estados Unidos ha emprendido en materia de aranceles le ha abierto frentes con antiguos aliados, desde México y Canadá hasta la Unión Europea, a la que también ha dejado al margen de las gestiones diplomáticas sobre el conflicto entre Rusia y Ucrania, sin contar a otros países afectados como China y Japón.
La apuesta del presidente Donald Trump ha sido dar prioridad a los tratados bilaterales y a las negociaciones uno a uno, fragmentando los acuerdos multilaterales para contrarrestar el enorme déficit comercial que Estados Unidos tiene frente al mundo, en su calidad de principal importador.
Además, Estados Unidos se ha retirado de la Organización Mundial de la Salud y ha cortado de tajo el apoyo a programas de desarrollo en más de 120 países; incluso ha amenazado con retirarse de la Organización Mundial del Comercio, a la que ha desafiado y relegado de su papel como coordinadora de los aranceles y las reglas comerciales en todo el mundo.
Hay otras señales que, desde hace varios años, nos marcan el inicio de un nuevo paradigma: el surgimiento de liderazgos de corte populista y autoritario (de izquierda y de derecha), el extraordinario aumento en el gasto militar de la Unión Europea, el crecimiento del proteccionismo —no solo en Estados Unidos, también en la India, China y la Unión Europea, por poner tres ejemplos— y, algo muy importante, la nueva lucha por el control tecnológico y la inteligencia artificial, una herramienta que sigue avanzando a pasos agigantados, con implicaciones en sectores como el económico, el militar y el de la salud, que aún no alcanzamos a vislumbrar.
Quizá el cambio de paradigma no consista únicamente en reemplazar la globalización por esquemas de regionalización. Tal vez, en el ámbito comercial, vaya más hacia un modelo donde la localización de procesos productivos y las integraciones verticales se conviertan en la norma, produciendo internamente -al menos lo más posible- cada eslabón de sus cadenas de valor, reduciendo la dependencia de terceros y priorizando la seguridad sobre la eficiencia.En el mundo de la posguerra, el sector del real estate vivió un boom, principalmente en Occidente y en los países más beneficiados por la globalización. La idea de prosperidad familiar se resumía en un trabajo estable y la casa propia.
La estabilidad económica internacional permitió que florecieran y se consolidaran otros tipos de inversión de mayor riesgo, como los mercados de valores y las industrias en crecimiento.
En busca de inversiones más seguras
Pero en tiempos de incertidumbre y volatilidad, los inversionistas tienden a proteger su patrimonio recurriendo a instrumentos de inversión conocidos como “activos refugio”: el oro, los bonos de gobiernos y, por supuesto, el real estate, un tradicional generador de riqueza.
En los últimos días, el oro ha superado más de una vez su máximo histórico, beneficiado por la incertidumbre provocada por la guerra arancelaria, y esto dice mucho sobre la magnitud del desorden económico actual.
Por otra parte, inversionistas como Bill Gates y Jeff Bezos han apalancado desde hace algunos años sus grandes fortunas con inversiones en tierra. En 2021, el fundador de Microsoft se convirtió en el mayor propietario de tierras de cultivo de Estados Unidos, con casi 250,000 acres (algo más de 100,000 hectáreas de granjas, siete veces el tamaño de Manhattan).
Bezos supera ampliamente a Gates, con 462,000 acres de terreno, principalmente en Texas, además de otras inversiones inmobiliarias que suman unos 12,000 millones de dólares. Con una estrategia iniciada en 2020, Amazon —la empresa que fundó y de la que es su principal accionista— es ya un imperio inmobiliario industrial y comercial, con una política de compra de naves y centros logísticos para depender cada vez menos de las rentas.
Hace tiempo, el exsecretario de Hacienda y Crédito Público (SHCP), Agustín Carstens Carstens, acuñó una frase que ya se ha vuelto célebre: “Si Estados Unidos tiene catarro, México pulmonía”. Dadas las condiciones actuales y pese a que México ha sido uno de los países menos afectados de la guerra arancelaria -al menos por ahora-, tiene sentido que muchos se pregunten si es momento de invertir en bienes raíces como refugio de la incertidumbre.