Nací y crecí en una familia con muchos valores éticos y morales, típica de finales de los 80s y principios de los 90s. Mi papá trabajaba sin descanso; mi mamá se ocupaba del hogar con dedicación. En casa se hablaba de todo, menos de dinero. Como cualquier niño curioso, me colaba en las pláticas de mis padres. Escuchaba temas de vecinos, escuela, trabajo, pero las finanzas eran un territorio prohibido.
¿Por qué tendríamos que hablar de dinero en la familia?
La vida siguió su curso hasta que un día mi papá enfermó. De pronto, nos dimos cuenta de que no sabíamos nada: ¿cuánto ganaba?, ¿cuántas cuentas bancarias tenía?, ¿había deudas?, ¿había testamento? Su partida marcó el inicio de un efecto dominó de dudas, trámites y decisiones tomadas en la oscuridad financiera. Recuerdo preguntarle a mi mamá si había un testamento, y su respuesta fue clara: “Esos temas no se tratan en la familia”.
No hablar de dinero en casa es más común de lo que parece. En muchas familias, el dinero se ha convertido en un tema tabú, cargado de emociones, silencios y reglas no escritas. Se habla con más facilidad de drogas o sexualidad que de ingresos, crédito o planes financieros. Esta omisión no es trivial: hablar (o no hablar) de dinero en familia moldea nuestras actitudes, hábitos y bienestar financiero en la vida adulta.
Un estudio publicado en el Journal of Family Communication explica que muchas familias establecen “fronteras de privacidad” sobre la información financiera: deciden qué se revela, qué se oculta y a quién. Si perciben más riesgos que beneficios. Por ejemplo, miedo a generar ansiedad en los hijos o a ser juzgados (optan por callar). Culturalmente, hablar de dinero se percibe como inapropiado o incluso vergonzoso, lo que refuerza el silencio. Además, el dinero no es solo números: está cargado de significados sociales, psicológicos y culturales. Es símbolo de poder, fuente de culpa o vergüenza, y marcador de estatus. Esta carga emocional contribuye a que siga siendo un tema “prohibido” incluso dentro del hogar.
Pero el silencio tiene consecuencias. Un análisis con más de 6,000 hogares en EE.UU. mostró que la socialización financiera familiar (las conversaciones y enseñanzas sobre dinero) tiene efectos positivos claros en tres dimensiones: alfabetización financiera, comportamiento financiero y bienestar financiero. Dicho de otra forma, quienes crecen en hogares donde se habla abiertamente de dinero, suelen tomar mejores decisiones financieras en la adultez.
Este hallazgo también es relevante para México. La Encuesta Nacional sobre Salud Financiera 2023 reveló que el bienestar financiero promedio de los adultos en el país es de apenas 52.8 puntos sobre 100. Solo 11.6 % de las personas dijo sentirse completamente tranquila de que su dinero ahorrado sería suficiente para enfrentar imprevistos. Más de la mitad (52.7 %) se siente poco o nada tranquila. Además, el estrés financiero alcanza 59.5 puntos, siendo mayor en mujeres (62.5) que en hombres (56.0). Estos números hablan de una fragilidad económica generalizada.
En cuanto al conocimiento, el Índice de Alfabetización Financiera de la CNBV muestra que México obtuvo 58.2 puntos sobre 100, con brechas importantes en comprensión, habilidades prácticas y confianza financiera. Solo 24.2 % de los mexicanos se siente seguro al planear su futuro financiero y apenas 20 % confía en sus decisiones sobre productos financieros. En un país donde más del 60 % de la población adulta tiene acceso a algún producto financiero, estas cifras reflejan una disonancia preocupante: acceso sin comprensión.
Las investigaciones también muestran cómo se dan estas conversaciones: Cuando los padres las inician, suelen hacerlo de forma vertical, compartiendo experiencias personales, involucrando a los hijos en decisiones y adaptando los temas a la edad. Cuando los hijos las inician, surgen de manera espontánea y horizontal, a través de preguntas genuinas.
Ambos tipos de diálogo (si se dan con apertura) preparan a las siguientes generaciones para enfrentar la vida financiera con mayor claridad y responsabilidad.
En mi caso, la falta de conversaciones financieras no fue por falta de amor, sino porque culturalmente “no se hablaba de eso”. Pero con el tiempo entendí que hablar de dinero también es un acto de amor. Es preparar a la familia para escenarios difíciles, es construir confianza y es dejar un legado más allá de bienes materiales: el legado de la claridad y la planeación.
Romper el tabú no significa contarles a los hijos cada cifra de la cuenta bancaria. Significa abrir espacios seguros para hablar de lo que importa: cómo se gana, se gasta, se ahorra, se planifica y se hereda. Significa responder preguntas con honestidad, compartir errores y aciertos, y hacer del dinero un tema de conversación natural.
Porque al final, el dinero no debería ser un secreto de familia. Debería ser una conversación familiar.
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Nota del editor: Francisco Orozco es profesor investigador del Tecnológico de Monterrey. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.
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