La Unesco, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, nació en 1945, al terminar la Segunda Guerra Mundial, con una idea sencilla pero poderosa: la paz no solo se construye con acuerdos políticos, sino con educación, conocimiento y respeto entre culturas. Su sede está en París y reúne a 194 Estados miembros. Su trabajo va desde promover la alfabetización y la igualdad educativa hasta proteger el patrimonio cultural de la humanidad, impulsar la investigación científica y defender la libertad de expresión. En pocas palabras, es la agencia de la ONU que intenta conectar el desarrollo humano con la cultura y el aprendizaje.
La apuesta de la Unesco: convertir la cultura en inversión
Más allá de los monumentos y las escuelas, la Unesco funciona como un laboratorio de ideas. Define estándares internacionales, asesora a gobiernos y coordina programas globales que van desde la conservación ambiental hasta la ética de la inteligencia artificial. Su lista de Patrimonios Mundiales es su rostro más visible, pero representa solo una fracción de su labor. También promueve la educación inclusiva, la diversidad lingüística y las economías creativas. En los últimos años ha buscado acercarse al sector privado y a las nuevas generaciones, convencida de que la cultura y el conocimiento son tan esenciales para el futuro como la energía o la tecnología. En un contexto de desaceleración global, la organización propone un mensaje directo: invertir en creatividad y diversidad no es filantropía, es una oportunidad económica.
En la 43ª Conferencia General celebrada en Samarcanda, Uzbekistán, la Unesco reafirmó que el futuro del desarrollo pasa por unir la energía del sector privado con el propósito público. “No podemos hablar de sostenibilidad sin cultura ni sin la participación de empresas responsables”, dijo la directora general Audrey Azoulay al inaugurar el encuentro el 30 de octubre. “La cultura no es un gasto. Es una inversión en cohesión, identidad y desarrollo humano”.
Durante la última década, la organización ha transformado su relación con la economía global. De custodiar monumentos, ha pasado a fomentar innovación, emprendimiento y formación de capital humano. A través del programa Partners for the Goals, colabora con fundaciones y empresas que comparten sus objetivos: educación, igualdad, medio ambiente y desarrollo tecnológico.
Las alianzas más visibles incluyen L’Oréal, con el programa For Women in Science, que ha reconocido a más de 3,900 científicas; Google Arts & Culture, que digitaliza sitios patrimoniales y archivos artísticos; y Netflix, con African Folktales Reimagined, una serie de cortometrajes creados por jóvenes cineastas africanos. Otras colaboraciones abren caminos nuevos: Huawei apoya proyectos de alfabetización digital en comunidades rurales, Microsoft desarrolla herramientas de educación inclusiva, y Fondation Chanel financia programas de liderazgo femenino en industrias culturales.
“El vínculo entre cultura y desarrollo no es simbólico: es estructural”, explicó Ernesto Ottone, Subdirector General de Cultura de la Unesco. “Un museo, una escuela o un festival pueden generar más cohesión, pertenencia y empleos formales de lo que muchas veces se imagina”.
La economía creativa ya se consolida como motor global. Según el informe Re|Shaping Policies for Creativity (Unesco, 2022), las industrias culturales y creativas generan más de 2.2 billones de dólares al año y emplean al 6.2 % de la fuerza laboral mundial, pero apenas el 0.23 % de la ayuda oficial al desarrollo se destina al sector. Para revertir esa brecha, la Unesco impulsa un nuevo modelo de financiamiento basado en fondos mixtos, inversión de impacto y alianzas público–privadas. En colaboración con bancos regionales como el BID en América Latina y el Banco Asiático de Desarrollo, diseña instrumentos de crédito para pequeñas y medianas empresas culturales.
El ejemplo más reciente es Uzbekistán, anfitrión de la conferencia. En 2024 aprobó una Ley de Economía Creativa que busca duplicar la participación del sector en el PIB nacional para 2030. El país ya cuenta con 14,000 empresas creativas y cerca de 100,000 empleos vinculados al arte, el diseño y el turismo. En ciudades como Margilán, los talleres textiles tradicionales se han transformado con nuevas técnicas de diseño, mientras en Taskent jóvenes artistas producen contenido digital para exportar. La Unesco participa en estas iniciativas con programas de formación, certificación y promoción internacional, demostrando que la creatividad puede ser motor de inclusión y desarrollo económico.
En México, algunos grupos empresariales ya siguen esa ruta. Fundación Televisa y Cemex colaboran con la Unesco y gobiernos locales en proyectos de restauración patrimonial y educación artística. Grupo Xcaret ha desarrollado un modelo de turismo cultural sostenible basado en identidad regional y economía circular, mientras BBVA México financia incubadoras de emprendimiento creativo en Guadalajara y Oaxaca. Estas experiencias prueban que el vínculo entre cultura y negocio no es una abstracción, sino un terreno fértil para innovar, generar valor económico y reputación social.
La alianza entre la Unesco y el sector privado también alcanza la educación. En 2024 se lanzó un Marco de Competencias Creativas y Digitales que busca conectar la formación artística con la innovación tecnológica. El objetivo: formar jóvenes capaces de operar en ecosistemas donde diseño, música, software y datos se cruzan. A través de la red Skills for Youth, la Unesco colabora con IBM, SAP y Huawei en programas de capacitación tecnológica en África, Asia y América Latina. Más de 2.5 millones de estudiantes y docentes participan ya en proyectos que van desde programación hasta gestión cultural.
En paralelo, la organización promueve la ética tecnológica. Desde 2021, con la Recomendación sobre la Ética de la Inteligencia Artificial, trabaja junto a empresas y universidades para aplicar principios de responsabilidad y derechos humanos en la educación, los medios y la cultura.
En América Latina, la alianza entre cultura y desarrollo comienza a madurar. Según el BID, las industrias creativas representan el 2.2 % del PIB regional y generan 1.9 millones de empleos directos. México, Colombia, Argentina y Brasil integran la Red de Ciudades Creativas de la Unesco, que fomenta cooperación en gastronomía, música, cine, diseño y artesanía. En México, Querétaro y Guadalajara impulsan proyectos que vinculan universidades con la industria audiovisual y el turismo cultural. En Colombia, la red ha servido para revitalizar centros históricos a través de festivales y emprendimientos creativos.
Jarre ha sido embajador de buena voluntad de la Unesco durante más de 30 años. Su concierto transformó la plaza histórica en una brillante fusión de sonido, luz y arquitectura, celebrando el legado cultural compartido de la humanidad. (Foto: Flickr - Unesco)
La economía cultural latinoamericana mueve ya un mercado estimado en 124 mil millones de dólares, según la UNCTAD Creative Economy Outlook (2024). En México, el sector cultural representa el 2.7 % del PIB y genera más de 1.4 millones de empleos, de acuerdo con el Inegi. Estas cifras están atrayendo la atención del sector privado —desde empresas turísticas y tecnológicas hasta bancos de desarrollo— que exploran nuevos esquemas de financiamiento para industrias culturales, contenidos audiovisuales y diseño urbano. El desafío, y también la oportunidad, está en vincular la inversión cultural con estrategias de diversificación económica, turismo sostenible y proyección internacional de las ciudades.
El auge de las economías creativas está dando forma a nuevos modelos de negocio. En América Latina crecen las plataformas de contenidos locales, los laboratorios de innovación cultural, los fondos de inversión de impacto para arte y diseño, y las alianzas entre universidades y empresas tecnológicas para desarrollar experiencias digitales de patrimonio. En México y Colombia surgen startups que aplican inteligencia artificial y realidad aumentada al turismo y la educación cultural. Este ecosistema híbrido —entre creatividad y tecnología— abre la puerta a industrias que combinan identidad, empleo y exportaciones de valor agregado.
El cambio de enfoque de la Unesco no solo es financiero, también es político. La organización impulsa una “diplomacia cultural del siglo XXI”, donde la cultura actúa como puente de diálogo y herramienta económica. En Samarcanda, los ministros de cultura coincidieron en que invertir en creatividad no es caridad, sino política industrial. La Unesco busca establecer un Fondo Internacional de Inversión Creativa, que canalice recursos de gobiernos, bancos y empresas hacia proyectos culturales con impacto medible: infraestructura patrimonial, innovación digital, educación y turismo sostenible.
El mundo está redefiniendo su idea de economía. Lo que antes se consideraba gasto intangible: el arte, la educación, la investigación, hoy se entiende como inversión estratégica. Para la Unesco, el desarrollo sostenible no puede depender solo de la industria o la energía, sino también del ingenio y la creatividad humana. Invertir en cultura ya no significa financiar museos, sino apostar por talento, innovación y desarrollo local.
En un planeta saturado de datos y automatización, la creatividad se perfila como el recurso más escaso y valioso. La Unesco está apostando a que, en la próxima década, las ideas sean tan rentables como el petróleo alguna vez lo fue. Para países como México, donde la creatividad abunda pero el financiamiento escasea, este puede ser el motor que conecte identidad, inclusión y competitividad en la economía global.
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Nota del editor: Rodrigo Aguilar Benignos es Maestro en Política Económica Internacional, consultor basado en Washington, D.C. con más de 25 años de experiencia y miembro del Consejo de Relaciones Exteriores de Estados Unidos. Ha sido experto regional de la Agencia UNOPS, APCO Worldwide, Richardson Center for Global Engagement y Global Reach. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.
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