La propuesta de reducción de la jornada laboral ha alcanzado un punto de madurez en el debate nacional. A simple vista, es una medida que parece 'condensada' con un lado positivo innegable, enfocada en mejorar la calidad de vida de los trabajadores. Sin embargo, detrás de este aparente beneficio social se esconden claroscuros e incertidumbre regulatoria que el sector productivo no puede ignorar.
La reforma a la jornada laboral de 48 a 40 horas genera incertidumbre y claroscuros que no favorecen la inversión
El principal foco de preocupación es el impacto económico. La reforma, tal como se plantea, anticipa un incremento significativo del costo laboral que repercutirá, de manera inicial y más aguda, en la industria manufacturera, sector acostumbrado a operar con jornadas de 48 horas semanales o más.
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La crítica más dura se centra en el timing: nuestro país atraviesa un momento de bajo crecimiento, peligrosamente cercano al decrecimiento, lo que convierte esta medida en un paso inoportuno y potencialmente riesgoso para la competitividad.
Ante esta realidad, las empresas ya trazan planes de mitigación que, de forma paradójica, resaltan la ambigüedad de la reforma:
1. Eficiencia y Tecnología: La búsqueda de productividad a través de procesos más eficientes es la vía deseable.
2. Contratación de Personal: Una estrategia lógica, pero que no todas las estructuras productivas pueden absorber de inmediato.
3. El Uso Sistemático de Horas Extraordinarias: Este es el gran "oscuro" de la reforma. Ante el aumento del costo fijo, se facilita la tentación de que las empresas busquen interpretaciones laxas (llevando el límite diario de 9 hasta 12 horas) para utilizar el tiempo extraordinario de manera sistematizada.
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El tiempo extra debe ser una herramienta para necesidades puntuales, no un mecanismo para evadir la contratación o neutralizar el incremento de costos laborales. Su uso excesivo no solo distorsiona el espíritu de la ley, sino que expone a las empresas a riesgos de multas e inspecciones, generando una nueva capa de inestabilidad regulatoria.
En última instancia, la gran incertidumbre reside en el mensaje que se envía a la inversión. La reforma, en el contexto de otras modificaciones regulatorias en el país, no propicia la inversión ni la certidumbre, tan necesarias para el crecimiento económico. Mientras se sigue discutiendo la letra final de la ley, y se dan 4 años para su implementación, la realidad es que el sector productivo ya está planeando cómo sobrevivir a lo que perciben como un costo adicional impuesto en el peor momento.
La reforma laboral, aunque noble en su intención, corre el riesgo de convertirse en un freno para la inversión y el crecimiento, a menos que se aclare su implementación y se aborden los costos de mitigación de manera que se garantice, tanto la viabilidad empresarial, como el bienestar efectivo del trabajador.
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Nota del editor: Germán de la Garza es Socio Director Fisher Philips. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.
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