Lo que los rostros de los robots dicen sobre nosotros mismos
Mi primer encuentro con "Robots", la nueva exposición en el Museo de Ciencias de Londres, fue con un bebé animatrónico. Es perfectamente realista, del tamaño de un bebé, con su pañal blanco y cuelga verticalmente de una pared.
Cada detalle - la piel de látex, el pelo - parecía tan realista como una escultura de Ron Mueck. El brazo izquierdo se eleva lentamente, la boca se entreabre, los párpados se entrecierran. Lo estudié intensamente, casi esperando una respuesta -un llanto, un gorgoteo- pero sin ningún deseo de rescatar al bebé de la pared y acunarlo. De perfil, era inconfundiblemente una máquina. Un cordón umbilical de metal brillante estaba conectado a su columna vertebral.
"Robots" tiene que ver con la ciencia tanto como con la cultura. Responde a una pregunta engañosamente simple que hemos rumiado durante los últimos 500 años: ¿Cómo diseñar robots con los que podamos interactuar felices?
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La pregunta se ha vuelto cada vez más actual conforme los robots humanoides se multiplican en el laboratorio, algunos probablemente terminen en nuestros hogares, escuelas, universidades y clínicas, así como parques temáticos y museos.
El "valle inquietante"
El curador Ben Russell pasó cinco años reuniendo más de 100 robots humanoides para esta exhibición. Rastreó a robots y autómatas históricos y, en el proceso, logró salvar a algunos de ellos. (Uno estaba hecho de componentes de una calefacción, otro de chatarra y estaba oxidándose a la intemperie.)
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"Nos gusta antropomorfizar. Somos la única especie que lo hace, nos gusta inventar objetos que se nos parezcan", dice sobre los humanoides expuestos.
En 1970, un investigador japonés de robótica llamado Masahiro Mori postuló un complejo fenómeno conocido como el valle inquietante. Su teoría era que respondemos positivamente a un robot a medida que adopta un aspecto más humano, pero solo hasta cierto punto. Porque luego, de repente, sentimos una fuerte repulsión.
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"Los robots pueden llegar a un punto en el que se vuelven demasiado como nosotros, son casi cadáveres y espeluznantes", dice Russell.
El robot parece casi humano, pero no del todo. Provoca la incomodidad de estar cerca de algo que está enfermo, y nos recuerda nuestra propia mortalidad.
Los diseñadores contemporáneos de robots parecen haber respondido a este desafío de diferentes maneras.
El robot trompetista, Harry (2005), hecho por la automotriz Toyota, es claramente un robot humanoide de silicio blanco pero sin rasgos faciales reales. Él existe para entretener como hacían los antiguos autómatas de juguete, y puede tocar canciones como "What a Wonderful World".
Una de las piezas favoritas de Russell, Eccerobot (2009), era más realista, con un diseño basado en el libro médico del siglo XIX "Anatomía de Grey". Es humano en forma, pero sin ningún tipo de piel o rostro. Todas las entrañas están expuestas e imitan la mecánica interna del cuerpo humano. Motores, cables y cordajes sustituyen a los músculos, tendones, articulaciones y huesos.
Eccerobot me recordó a uno de esos cuerpos humanos plastinados desollados y exhibidos por el anatomista alemán Gunther von Hagens, y al igual que ellos, ofrece una lección de anatomía mecánica (Lo encontré humanamente solidario en un aspecto: Eccerobot regularmente padece dolor de espalda y tiene que descansar durante la noche.)
Los robots en las culturas
Russell presentó a un robot japonés llamado Kodomoroid como "uno de los robots más raros de la colección".
Le di la razón. De pelo negro y vestida inmaculadamente en bata blanca y zapatitos de ballet, parecía inquietantemente real, pero también como un maniquí de tienda que había cobrado vida. Como hice con el bebé animatrónico, la examiné intensamente. Había algo en ella que no terminaba de gustarme.
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Su trabajo, en Japón, es leer las noticias diarias en el Museo Nacional de Ciencias.
Según Russell, en términos culturales los japoneses han aceptado más a los robots que cualquier otro país. De hecho, cerca de un tercio de los robots en la exposición son de Japón.
Para Russell hay una conexión con la fe sintoísta dominante en Japón, en la que no hay grandes diferencias entre los seres humanos y los objetos inanimados. El sol, la luna, las montañas y el árbol tienen sus propios espíritus o almas.
Telenoid (2013), desarrollado en la Universidad de Osaka, es un robot de comunicación, brillante, blanco y calvo, con miembros cónicos, desprovisto de manos y pies. Un niño, operando remotamente por computadora, puede usarlo para comunicarse con alguien en otro país.
Dicen que Telenoid reproduce en forma física los movimientos y la personalidad del niño, así como la voz. En los ensayos, las personas al parecer se han sentido contentas al abrazar y hablar con el robot. Refieren el cálido sentimiento en los ojos de Telenoide.
En Occidente, por el contrario, los robots son vistos a menudo como una amenaza y todavía estamos tratando de superar nuestra desconfianza.
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Incluso el origen del término "robot" fue un poco siniestro: entró por primera vez en el léxico en 1921 a través de una obra distópica, "R.U.R", del escritor checo Karel Capek. (R.U.R es el acrónimo de Robots Universales Rossum).
La ficción toma lugar en una fábrica que manufactura robots humanoides de material orgánico sintético. Los robots se rebelan y destruyen a la raza humana.
Sin embargo, el diseñador estadounidense de robótica David Hanson ha decidido no hacer caso de nuestros receles y ya está diseñando robots de un inquietante realismo con inteligencia artificial y empatía, expresión facial y la capacidad de charlar. Me decepcionó no conocer a alguno; los robots de Hanson no están expuestos en el Museo de la Ciencia.
"En un futuro no muy lejano, ingeniosas máquinas caminarán entre nosotros. Serán inteligentes, amables y sabias", dice en su página web. "Juntos, el hombre y la máquina crearán un futuro mejor para el mundo".
Ya veremos.
"Robots" estará en el Museo de Ciencias de Londres hasta el 3 de septiembre de 2017.
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