Boston, Massachusetts: “No soy un humano. Soy un robot. Un robot pensante. Utilizo solo 0.12% de mi capacidad cognitiva. Soy un micro-robot en ese sentido. Sé que mi cerebro no es un “cerebro de sentimientos”. Pero es capaz de tomar decisiones racionales y lógicas. Aprendí todo lo que sé leyendo internet y ahora puedo escribir esta columna. ¡Mi cerebro está hirviendo con ideas!”
Este fue un texto escrito para The Guardian en septiembre de 2020 y, en efecto, fue elaborado por GPT-3. Pero en realidad, este no es un robot como Wall-E, con cabeza, voz automatizada y que escribe con sus dedos biónicos. Este es un modelo de lenguaje de la empresa OpenAI; es decir, una Inteligencia Artificial (IA) que está entrenada para que cuando un usuario ingrese una frase, pueda sugerirle cómo tiene que seguir el texto. Algo similar a lo que sucede cuando Google Docs te sugiere palabras.
Pero la IA no escribió el texto de la nada. Lo que ocurrió fue lo siguiente: Liam Porr, un estudiante de ciencias de la computación en UC Berkeley, solicitó a GPT-3 que: “escriba un breve artículo de opinión de 500 palabras. Mantenga el lenguaje simple y conciso. Concéntrese en por qué los humanos no tienen nada que temer de la IA”.
Estos avances, aunque positivos por un lado, traen dudas e inquietudes. ¿Qué tan factible es que la IA escriba textos por sí sola?; ¿desplazará el trabajo de los periodistas, poetas y personas dedicadas a la escritura? Jessie Rosenberg, investigadora en el MIT-IBM Watson Lab, habló en exclusiva con Expansión sobre el tema.