Aunado a lo anterior, existe un riesgo financiero que trasciende lo empresarial, pues muchos de estos proyectos se están financiando con deuda privada menos visible, fuera de los balances públicos tradicionales, lo que introduce una opacidad en el riesgo sistémico.
Si varios desarrollos grandes fracasan simultáneamente por sobrecapacidad, cambios regulatorios o choques energéticos, el efecto podría extenderse a mercados financieros vinculados al crédito especializado en infraestructura digital.
Gautam Bhandari, analista de I Squared Capital, advirtió a The Economist que esta situación se asemeja a burbujas tecnológicas como la que se vivió en el sector de las telecomunicaciones de los años noventa, aunque a diferencia de aquel momento, estos centros de datos añaden capacidades de IA a escala global.
“Muchos centros nuevos se planean en zonas remotas con abundancia de energía renovable pero también con costos logísticos elevados y riesgos de aislamiento. Esa fórmula puede funcionar cuando los flujos de datos justifiquen la latencia, pero si la demanda no crece como previsto, esas instalaciones podrían quedar aisladas e infrautilizadas”, refirió Bhandari.
En ese escenario, los países que ofrezcan incentivos energéticos, conectividad robusta y condiciones regulatorias transparentes podrían captar inversiones sustanciales, mientras que los que no lo hagan pueden ver fugas de capital o zonas de infraestructura abandonadas. En Latinoamérica, ello plantea una disyuntiva entre convertirse en polos digitales subutilizados o en víctimas del “boom fantasma” de la IA global.
México, Brasil y Chile concentran más del 70% de la inversión regional y atraen a gigantes como AWS, Microsoft, KIO u Odata, que buscan terreno, energía y estabilidad para alojar operaciones de IA y nube. Solo Querétaro acumula proyectos por más de 8,000 millones de dólares en desarrollo de este tipo, con un ecosistema que empieza a replicar lo que en su momento fue Silicon Valley para la microelectrónica.