El consejo de Warner, que hasta hace unos días defendía la negociación con Netflix como la vía más ordenada para desmantelar su conglomerado de activos, enfrenta ahora un escenario embarazoso.
La irrupción de Paramount no sólo sugiere que la compañía subvaloró sus posesiones, sino que también pone en entredicho su lectura del mercado. Netflix buscaba piezas selectivas que reforzaran su identidad como estudio global, pero su oferta dejaba fuera negocios lineales, cadenas y áreas menos atractivas. Paramount, en cambio, está dispuesta a llevarse el conjunto completo, aun sabiendo que buena parte del portafolio es poco rentable.
Warner arrastra una deuda que ha limitado su capacidad de inversión, mientras que Paramount enfrenta un estancamiento prolongado en su crecimiento digital, y ambas compañías luchan por mantener relevancia frente a un ecosistema dominado por actores que combinan tecnología, datos y distribución global.
Paramount por su parte está dispuesta a prescindir del aval directivo y a dirigirse directamente a los accionistas, un movimiento que recuerda más a las batallas corporativas de los años noventa que al orden relativamente controlado del entretenimiento contemporáneo.
Una integración de este tamaño, que concentraría franquicias, plataformas y cadenas de televisión bajo un mismo dueño, inevitablemente suscitará preguntas sobre competencia, pluralidad de contenidos y poder negociador frente a creadores y distribuidores, de acuerdo con un reporte de New York Times.
El episodio también deja mal parada a Netflix, cuya capacidad de ejecutar grandes adquisiciones siempre ha sido cuestionada por analistas que ven en la empresa un gigante de crecimiento orgánico más que un integrador clásico.
Si Warner termina en manos de Paramount, Netflix no sólo pierde acceso a uno de los catálogos más potentes del mercado; también pierde influencia simbólica en una industria donde la escala se ha convertido en un fin en sí mismo.