Pitaya, la efímera fruta que causa frenesí en México
Nota del editor: Lauren es escritora de viajes y gastronomía especializada en México y América Latina. Síguela en Twitter en @laurencocking o visita su blog Northern Lauren.
(CNN) - "¡Parece un cerebro!" dije cuando pelaba mi primera pitaya (una variedad de la fruta dragón cultivada en México) en el pequeño pueblo de Techaluta en Jalisco.
Fuimos allí para recoger la cosecha de pitaya de la familia López y llevarla a Guadalajara, donde estas frutas de temporada se venden en el tianguis de Las Nueve Esquinas. "Eso es lo que dicen todos los niños cuando ven pitayas por primera vez", fue la respuesta que me dieron.
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Disponible en un arcoíris de colores, desde el rosa pálido y el naranja hasta el rojo intenso o el blanco, las pitayas son como el colorido híbrido de un kiwi y una sandía (al menos en cuanto a la textura), mientras que sus diminutas semillas negras ofrecen un contrapeso crujiente a la jugosa dulzura de la fruta.
Y, a diferencia del cereal Froot Loops, cada color (que proviene de diferentes cactus) tiene su propio sabor distintivo, confirma Abraham Cruz López.
Según Cruz López, cuya familia ha estado cosechando, cultivando y vendiendo pitayas en Jalisco por generaciones - "al principio las pitayas se cortaban en los cerros", me dijo - las pitayas son frutas frustrantemente fugaces, desde abril a junio de cada año y proclives a durar solo dos días si no se refrigeran. (Una vez almacenadas de manera segura en un refrigerador duran mucho más).
Y es su naturaleza fugaz lo que hace que cosecharla sea particularmente problemático, ya que debe hacerse a la luz de una linterna en las primeras horas de la mañana, para evitar el sol deslumbrante y poder llevar a tiempo la fruta al mercado.
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Sin embargo, cortar las pitayas ni siquiera es la parte más difícil de la cosecha.
No, la labor más espinosa, literalmente, la hacen las mujeres que deben lidiar con la puntiaguda cáscara de las frutas recién recolectadas. El día que visité Techaluta, varias señoras se colocaron alrededor de cajas llenas de pitaya, tomándolas una por una con pinzas y esquilando la mayoría de las espinas con golpes rápidos de cuchillo, antes de levantar la pitaya con sus manos desnudas para terminar el trabajo. (Al parecer, usar guantes puede magullar la fruta.)
Todo esto se hace en un abrir y cerrar de ojos, el tiempo es esencial, después de todo, y luego la pitaya se carga en grandes cestas de mimbre forradas de alfalfa, que se llevarán al mercado.
El mercado tapatío de Las Nueve Esquinas es el lugar más emblemático para comprar una o dos pitayas por unos cinco pesos la pieza, y es también el mismo sitio donde la bisabuela de Cruz López, Elisa Becerra, vendía o intercambiaba sus pitayas por mariscos, queso y ropa.
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Más o menos de abril a junio, el tianguis de Las Nueve Esquinas acoge una avalancha de actividad de compraventa de pitayas de varios municipios del estado, como Tolimán, Amacueca, Cofradía y Tepec, aunque las antiguas técnicas de trueque han desaparecido.
Aunque puedes encontrar pitayas en "varias partes de la República", Cruz López señala que son "muy populares" en Jalisco y, si el orgullo local tiene algo de verdad, Jalisco es la cuna de las variedades más dulces.
Las pitayas no vendidas de la familia López (producen unas 5,000 en el pico de la temporada) tampoco se desperdician, se usan para alimentar ganado o para hacer pan y mermelada.
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Otras familias incluso se dedican a hacer champú de pitaya, dice Cruz López. Y los bares locales, como el recién inaugurado De La O, también han comenzado a aprovechar la temporada de pitaya transformándola en cocteles y bebidas exclusivas.
Más allá de los cocteles de moda y el champú, el frenesí estacional de la pitaya no parece que vaya a desaparecer pronto en el corazón de Guadalajara.