Descubre cómo la tecnología ha revolucionado la arquitectura
Analemma Tower, Ciudad de Nueva York
The Chicago Spire, Santiago Calatrava
The Mile High Illinois, Frank Lloyd Wright
Cenotafio a Newton, Etienne-Louis Boullee
Palacio de los Soviets, Boris Iofan
The Hotel Attraction, Antoni Gaudí
The Coney Island Globe Tower, Samuel Friede
Fourth Grace, Will Alsop
El arquitecto neoyorquino Ioannis Oikonomou se describe a sí mismo como un "narrador de historias urbanas". Su cuento más alto, develado este mes, es el Big Bend, una inquietante propuesta de rascacielos residencial en forma de clip.
Elevándose 2,000 pies desde un minúsculo terreno en la calle 57 de Nueva York, se arquea antes de descender de nuevo a un terreno igualmente pequeño un poco más adelante en la calle.
El Big Bend puede no ser más que un juego, y sin embargo, casi esperamos que los nuevos rascacielos adopten formas extremas.
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Al parecer, todo es posible en un mundo de materiales de alta tecnología, prefabricación, diseño asistido por computadora, altos precios del suelo, desarrolladores con egos desbocados y la aparentemente insaciable sed de millonarios compradores para prodigarse las más modernas oficinas y moradas que miran hacia abajo desde grandes alturas a vecinos y rivales menos exitosos.
Aun así, ¿cómo llegarán a sus apartamentos los residentes del Big Bend? Los elevadores aún no están preparados para subir y dar la vuelta en arcos que tocan el cielo, ¿verdad?
De hecho, lo hacen casi todo el tiempo, moviéndose como un péndulo para permanecer erguidos como las góndolas de una rueda de la fortuna, dentro del Gateway Arch de 630 pies diseñado por Eero Saarinen, una construcción que ha definido la imagen de St Louis, Missouri, desde 1965.
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Sin esa tecnología, el arco de Saarinen - una plataforma de observación pública - habría sido inútil. Sin una versión actualizada de la misma tecnología, el Big Bend de Oikonomou sería poco más que una broma del día de los inocentes, en lugar de una idea que podría estimular la imaginación de los desarrolladores en Asia, si es que no pega en Manhattan.
El cielo es el límite
De hecho, sin el elevador - creado y exhibido por primera vez al público neoyorquino por Elisha Otis en 1853 - no habría rascacielos ni Gateway Arch.
Por supuesto, había ascensores antes de Otis. Con manivelas y poleas, los romanos los usaban. Pero con el ‘elevador seguro’ de Otis (el safety lift), el cielo era realmente el límite.
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Dos años después de que Elisha Otis demostró su invención, dejándose caer a salvo de una gran altura frente a la audiencia, el británico Henry Bessemer inventó el convertidor que lleva su nombre.
Este método patentado para eliminar las impurezas del hierro a escala industrial nos dio la calidad y cantidad de acero que, junto con los elevadores de Otis, permitió que los edificios subieran a alturas sin precedentes.
Cuando el hormigón se reforzó con barras de acero trenzado -una invención más o menos perfeccionada en 1884 por Ernest Ransome, un ingeniero inglés-, nuevos y masivos edificios que abarcaban vastas áreas empezaron a brotar dentro y fuera de las ciudades.
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En el lapso de un siglo, el hormigón reforzado utilizado en la construcción de plantas automotrices y vías rápidas no sólo cambiaría nuestros edificios sino, de la mano de la producción masiva de Henry Ford, nuestros paisajes y la forma en que vivimos,
Construyendo más alto, más ancho y más profundo
Fue Ford y su hijo, Edsel, quienes encargaron el primer edificio del mundo de una milla de largo, la planta Willow Run en Michigan, para la producción en masa de los bombarderos Consolidated B-24 Liberator, un tributo del arquitecto Albert Kahn al potencial del hormigón reforzado.
Con todo, ni las fábricas de Kahn, ni los rascacielos, ni las naves ferroviarias abovedadas de la época victoriana, habrían tenido sentido sin el desarrollo de las hojas de cristal o placas de vidrio por los hermanos Chance, de Birmingham, Inglaterra.
En su diseño del revolucionario y prefabricado Palacio de Cristal, que abrió sus puertas en 1851, el inventor y jardinero Joseph Paxton utilizó 300,000 hojas de cristal enviadas a Londres en tren desde Birmingham. Este edificio sin precedentes fue fundamental para la arquitectura de alta tecnología de Richard Rogers y Norman Foster.
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Otros inventos, entre ellos la iluminación eléctrica y el aire acondicionado, permitieron construir cada vez más alto, más ancho y más profundo en el siglo XX.
Con la llegada del diseño asistido por computadora, los arquitectos y sus clientes tenían la libertad, para bien o para mal, de idear edificios en casi cualquier forma imaginable.
Sin las computadoras, no tendríamos el Guggenheim de Bilbao de Frank Gehry, un diseño de finales de los años noventa que azuzó a otros arquitectos a inventar nuevas formas dramáticas para las ciudades que buscaban una nueva imagen.
Nuevas formas de estructura
Más recientemente, el desarrollo de nuevos materiales - diversos polímeros y fibras de carbono, sobre todo - combinado con el diseño y la construcción robótica, han permitido a los arquitectos e ingenieros inventar formas completamente nuevas de estructura, como el pabellón de Filamento Elytra tejido por robots, inspirado en el estructura fibrosa de las alas del escarabajo, que parecía hacerse a sí mismo el año pasado en el patio del museo Victoria and Albert de Londres.
Curiosamente, a medida que se abren las posibilidades del diseño y los procesos de construcción digitales y robóticos con la impresión 3D, los arquitectos e ingenieros aprenden tanto de la naturaleza como de la tecnología. El futuro está en el matrimonio de ambos.
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Imaginemos una araña robótica tejiendo un edificio en el centro de Manhattan que haría que el Big Bend - o cualquier nuevo rascacielos - parezca bastante ordinario.