OPINIÓN: El movimiento de supremacía blanca, más que un problema estadounidense
Nota del editor: Lev Golinkin llegó como refugiado a Estados Unidos siendo niño, proveniente de la ciudad ucraniana de Kharkov (ahora llamada Járkov) en 1990. Es autor de las memorias A Backpack, a Bear, and Eight Crates of Vodka. Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
(CNN) – Las recientes muestras de supremacía blanca en suelo estadounidense han conmocionado a muchos. Pero Estados Unidos no es el único país que registra este tipo de manifestaciones.
Hace un par de semanas, aproximadamente 60,000 polacos marcharon en Varsovia el día de la independencia, algunos con pancartas que decían "Europa blanca" y "Sangre limpia", y algunos vestían con orgullo símbolos de la ultraderecha de los rincones más oscuros de la supremacía blanca europea.
Un manifestante dijo en una entrevista para la televisión que su objetivo era "sacar a los judíos del poder". Los líderes polacos después dijeron que condenaban los mensajes de odio y subrayaron que muchos miles estaban allí para celebrar el día festivo del país.
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Las imágenes de Varsovia recuerdan inmediatamente las fatídicas manifestaciones de este verano en Charlottesville, Virginia, y por una buena razón: un hilo de angustia y odio conecta a los supremacistas blancos del otro lado del Atlántico con los de Estados Unidos. De hecho, una de las historias menos reportadas de Charlottesville es que Richard Spencer, David Duke y Matthew Heimbach, tres prominentes organizadores de aquella protesta, han estado involucrados con individuos u organizaciones del nacionalismo blanco europeo.
La supremacía blanca, como casi todo lo demás, se ha visto manifiestamente afectada por la globalización. Charlottesville, en realidad, todo Estados Unidos, es solo un campo de batalla en una guerra mucho más grande. A menos que Estados Unidos comprenda el verdadero alcance de este conflicto a nivel mundial, seguiremos siendo vulnerables a la propagación de la ideología supremacista blanca dentro de nuestras fronteras.
En el siglo XXI, ninguna ideología existe en el vacío. Los nazis y los simpatizantes nazis de antaño a menudo se vieron circunscritos al nacionalismo: "Deutschland Uber Alles" (Alemania por encima de todo) para el Tercer Reich, "America First" (Primero Estados Unidos) para los aislacionistas estadounidenses en 1940. Pero los neonazis de hoy se han liberado de las cadenas del nacionalismo, tanto por las redes sociales como por un objetivo global.
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Charlottesville fue una manifestación estadounidense de lo que Morris Dees y J. Richard Cohen del Southern Poverty Law Center llaman supremacía blanca transnacional. En algunos círculos neonazis se ha descrito como una "reconquista", en alusión a la cruzada de la Reconquista por los cristianos para recuperar a España del dominio musulmán en la Edad Media.
Los combatientes de la Reconquista moderna se ven a sí mismos librando una lucha existencial por el futuro, por la supervivencia misma, de su gente. Las consignas de Varsovia y los cánticos como "Los judíos no nos reemplazarán", escuchados en Charlottesville, son una expresión de este temor a la extirpación, como es el infame lema de las "catorce palabras" de la supremacía blanca: "Debemos asegurar la existencia de nuestro pueblo y una futuro para los niños blancos".
Este cambio hacia una lucha global sin fronteras es lo que separa a los supremacistas blancos de hoy de sus predecesores. Una victoria para la raza blanca en Charlottesville o Varsovia podría empoderar a los supremacistas blancos en todas partes. Todo es parte de la misma marcha de antorchas.
Dylann Roof, el asesino de nueve afroamericanos en Charleston, Carolina del Sur, es un perfecto ejemplo del odio que adopta el paradigma de "actúa localmente, piensa globalmente". "Ustedes han violado a nuestras mujeres y se están adueñando del país", dijo Roof mientras disparaba a sus víctimas negras.
nullEl mito de la violación de mujeres blancas ha sido un elemento básico de la intolerancia sureña durante más de un siglo. Pero Roof estaba preocupado por mucho más que las mujeres blancas de Estados Unidos: algunos escritos cuya autoría se le atribuye a Roof están permeados de angustia por la apropiación de Europa, "la patria de los blancos", a manos de las minorías. Roof, originario de Carolina del Sur, actuó localmente, pero su manifiesto revela una mentalidad que opera a una escala asombrosamente global.
La conexión con el fascismo europeo es aún más fuerte en el caso de los líderes de Charlottesville. Matthew Heimbach, presidente del grupo que organizó el sangriento mitin antiinmigrante del año pasado en Sacramento, California, había pasado por grupos de extrema derecha de Europa del Este, incluidos Golden Dawn en Grecia y el Partido de los Trabajadores checos en la República Checa, antes de regresar a casa con su maleta de odio.
A principios de este año, Buzzfeed informó que Richard Spencer se estaba asociando con supremacistas blancos suecos para crear una red de medios de extrema derecha.
Y en 2006, David Duke dio una conferencia, que Forward describió como "Introroducción al antisemitismo", en la Inter-Regional Academy of Personnel Management en Ucrania, una universidad que produce material antisemita.
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Mucho más inquietante que la ideología es la forma en que el conflicto en Ucrania ha facilitado combatientes blancos con experiencia mortal. Así como los desiertos de Iraq y Siria han atraído a jihadistas para aprender tácticas de guerra, las trincheras de Ucrania han atraído a supremacistas blancos de tres continentes. El Batallón Azov, una unidad de la Guardia Nacional ucraniana con un gran contingente neonazi, ha sido descubierto reclutando en Francia y, se cree, en Brasil.
En otras trincheras del campo de batalla, extremistas suecos que entrenaron con los rebeldes pro-rusos en San Petersburgo bombardearon un campamento de refugiados en Gotemburgo a principios de este año. Los radicales blancos de una veintena de naciones están adquiriendo experiencia en combate en Ucrania; en dónde aplicarán esas habilidades es una incógnita. Esa es la nueva Reconquista.
Con esto no sugiero que el racismo de Estados Unidos sea importado. De hecho, tras el ataque de Charlottesville, los estadounidenses hubieron de recordar la larga cadena de racismo institucional y cultural (desde la esclavitud hasta la segregación) que forma parte inherente del pasado y el presente de la nación. Pero si el objetivo es enfrentar la amenaza de la extrema derecha, ignorando la realidad de que los extremistas blancos de hoy están recibiendo adiestramiento, la inspiración y la ayuda de grupos de odio en el extranjero es igual de peligrosa. A menudo no tomamos en cuenta los vínculos extranjeros que mantienen los radicales de Estados Unidos.
Algunos estadounidenses pueden sentir que hasta que Donald Trump salga de la Casa Blanca, poco puede hacer el gobierno para combatir la amenaza de la supremacía blanca. Pero al contrario, y este es el lado positivo aquí, hay mucho que el Congreso estadounidense puede y debe hacer.
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Los atentados terroristas del 11 de septiembre dejaron ver una vulnerabilidad clave de las defensas estadounidenses: la falta de comunicación entre expertos antiterrorismo nacionales y sus pares extranjeros. La misma distancia todavía existe con respecto a la supremacía blanca. Grupos de vigilancia como el Southern Poverty Law Center son expertos consumados en neonazis en Estados Unidos, mientras que organizaciones judías como la National Coalition Supporting Eurasian Jewry siguen el pulso de los antisemitas europeos. Entre medio se abre una brecha peligrosa.
Para abordar esto es precio que el Congreso impulse audiencias con el fin de ampliar nuestro conocimiento de la supremacía blanca transnacional, pidiendo que los funcionarios de inteligencia detallen qué recursos se destinan a monitorear grupos blancos de odio en el extranjero y que trabajen con organizaciones de vigilancia para desentrañar los vínculos entre las redes supremacistas blancas nacionales y las extranjeras.
Es preciso, sobre todo, que Estados Unidos entienda que no podrá luchar contra la supremacía blanca sin reconocer que las marchas en Europa no solo están conectadas con la marcha en Virginia sino que son, en esencia, la misma marcha. Podemos elegir aprender esa lección de Charlottesville, o podemos esperar hasta que un ataque aún peor nos obligue a aprenderla en el futuro. Cuanto antes aprendamos, mejor: el costo de estas lecciones es alto.
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