En Estados Unidos, en una empresa de 10,000 colaboradores –con un salario medio de 50,000 dólares– la desvinculación le cuesta 60.3 millones de dólares al año, y remplazar a un trabajador requiere de la mitad a dos veces su salario anual. Por lo tanto, detalla Gallup, cuesta 9,000 dólares al año mantener a cada trabajador desconectado y entre 25,000 y 100,000 dólares remplazarlos.
“Vivimos en una cultura enfocada en el dinero y [las empresas] no entienden que la productividad tiene que ver con un apoyo a la persona, a que sea más feliz, a que esté bien. Es una cuestión cultural que, poco a poco, se tendrá que ir descodificando”, afirma Lourdes Enríquez, especialista en liderazgo empresarial.
Una cultura organizacional basada en la felicidad no está en dar más y más amenidades a los empleados, puntualiza Rosalinda Ballesteros, directora del Instituto de Ciencias del Bienestar y la Felicidad de la Universidad Tecmilenio (ICBF). Tener a un chef, dar bebidas como cerveza y café e, incluso, enviar catas o paquetes para la convivencia social a distancia son incentivos que sí pueden hacer feliz a un empleado, pero solo de forma temporal.
Tampoco significa que las compañías prescindan de las amenidades para cuidar al talento. Se trata de que la persona esté satisfecha con su vida laboral y para ello los incentivos deben ir acompañados de propósito, para que los empleados sientan que dedican su tiempo a algo relevante y de resiliencia.
El propósito, señalan las especialistas consultadas, es importante porque si una persona pasa mucho tiempo en una actividad que no da sentido a su vida, se da un desgaste y una desmotivación al sentir que no dedica espacio a lo que es relevante para ella.
Aquí los líderes tienen la misión de hacer ver a los trabajadores la relevancia de su rol dentro del equipo y de la empresa. Su labor es generar ambientes positivos de interacción para saber qué aspiraciones y necesidades tiene el talento, así como potenciar sus capacidades, en lugar de solo corregir lo que está mal.