A través de un análisis de registros digitales de más de 23,000 estudiantes, los científicos descubrieron que los estudiantes con clases programadas a las 8:00 de la mañana tenían una asistencia 10% más baja que para el resto de las clases.
Además, los estudiantes con estos horarios tienen patrones de sueño alterados, en comparación con el resto de sus compañeros y, de hecho, duermen una hora menos en promedio.
Los investigadores también analizaron las calificaciones de 33,818 estudiantes y descubrieron una correlación negativa entre la cantidad de días a la semana que tenían clases por la mañana y el promedio de sus calificaciones. Es decir, entre más clases tenían en las primeras horas de la mañana, peor era su rendimiento académico.
Los autores del estudio advierten que “los efectos del ausentismo y el presentismo en las calificaciones pueden tener consecuencias a largo plazo en las oportunidades de empleo de los estudiantes, las calificaciones de desempeño laboral y el salario. Por lo tanto, las universidades deben adoptar prácticas que mejoren las tasas de asistencia y el comportamiento del sueño de los estudiantes para posicionarlos para tener éxito en el salón de clases y en la fuerza laboral”.
Y es que no se debe menospreciar el efecto que causa la falta de sueño, pues en la adolescencia y la juventud, una desalineación en el ritmo circadiano puede “provocar somnolencia diurna y deterioro del rendimiento cognitivo”, señalan los autores.
Las razones sobre el desfase en los ciclos de sueño también se deben a que los patrones de socialización de los universitarios están en una dinámica cambiante, con oportunidades de convivencia a altas horas de la noche.
Esto se combina con mayores exigencias en los cursos y con una estructura diferente en sus horarios semanales, pues el horario de la primera clase puede variar a lo largo de la semana; con su correspondiente incidencia en los hábitos de sueño.