Cuando el error de uno es responsabilidad de todos
El debut de emergencia terminó por volverse un caso de estudio. Cuatro errores en dos semanas bastaron para encender las redes sociales y alimentar las dudas sobre la cantera auriazul. “No está listo”, "dedícate a otra cosa", “lo están quemando”, “es culpa del club, no suya”, fueron algunos de los comentarios que se repitieron. Un juicio público en tiempo real, sin contexto ni matices, donde el joven portero fue reducido a sus fallas, como si no existieran razones más amplias detrás de su exposición prematura.
Y sin embargo, las había. Desde hace meses, la estructura formativa de Pumas mostraba grietas: la salida de Esdras Rangel, formador de porteros con años de experiencia, dejó al equipo sin una figura clave en el desarrollo técnico y emocional de los arqueros juveniles. Rangel, quien incluso había trabajado con el primer equipo bajo el mando de Palencia, se fue sin explicación clara… al Club América.
Este vacío estructural se volvió visible en cuanto Parra fue colocado bajo el reflector sin filtros. Su falta de experiencia no fue un secreto, pero sí una señal: el club necesitaba respuestas inmediatas y el único recurso disponible era un jugador que todavía estaba aprendiendo. En el fútbol, como en muchas organizaciones, la urgencia a veces impone decisiones que no dan tiempo para preparar al talento emergente.
“Si creemos en el potencial de los jóvenes, también debemos crear condiciones para que digan 'no estoy listo’”, reflexiona Paulina Sánchez-Gudarrama, directora de YouthBuild México. Lo dice desde el mundo empresarial, pero el paralelismo con el caso Parra es claro. Las empresas —al igual que los equipos— muchas veces empujan a jóvenes a roles de alta presión sin un acompañamiento real, esperando resultados inmediatos sin haber construido las bases necesarias.
El error, en esos contextos, deja de ser una oportunidad de aprendizaje para convertirse en una marca difícil de borrar. Se olvida que la madurez profesional no nace del talento crudo, sino de procesos que permitan fallar, recibir retroalimentación, corregir y volver a intentar. Parra no tuvo ese ciclo. Fue lanzado al ruedo sin simulacros, sin mentoría y sin margen de recuperación pública.
Mentoría, preparación y acompañamiento antes que improvisación
El caso trasciende lo deportivo. Es una imagen precisa de lo que sucede cuando las organizaciones no alinean expectativas con capacidades. “Lo primero que suele buscar un líder es al culpable”, advierte Alberto del Castillo, director de Talento y Servicios Especializados de la división TI de Adecco. “Pero habría que preguntarse: ¿qué no vio el técnico? ¿Qué se pudo anticipar? ¿Qué se dejó de entrenar para que los errores se repitieran?”.
Desde su óptica, el liderazgo debería actuar como una especie de espejo, identificar fallas no solo en el ejecutor, sino en el proceso que lo llevó hasta allí. Si un joven se equivoca, dice, tal vez el problema no está solo en su desempeño, sino en la falta de un entorno que le permita afrontar ese reto de forma segura y progresiva.
La presión que enfrentan los nuevos talentos —ya sea en la cancha o en una sala de juntas— rara vez es proporcional al soporte que reciben. En el mejor de los casos, reciben capacitación básica y se espera que aprendan “en el campo”. Pero como señala Hanaby Sánchez, directora de Recursos Humanos de Álvarez & Marsal, “no basta la teoría. Hasta que no estás viviendo el día a día, no desarrollas realmente la capacidad de ejecutar”.
En su firma han optado por una política de mentoría transversal. Desde analistas hasta directivos, todos participan en procesos de acompañamiento y retroalimentación. Una práctica que no solo fortalece a los más jóvenes, sino que obliga a los líderes a confrontar su responsabilidad en los resultados del equipo. Porque, como recuerda Alonso de la Fuente, también directivo de Álvarez & Marsal, “no sirve de nada señalar un error si no das herramientas para corregirlo”.
La industria del deporte lo sabe, pero lo olvida. El fútbol, que vive de talentos jóvenes, no siempre da el tiempo necesario para moldearlos. Los negocios enfrentan el mismo dilema. “Si no trabajamos el presente para generar certeza, los planes de desarrollo quedan en el aire”, advierte Sánchez-Gudarrama. El problema no es arriesgar, sino hacerlo sin red de apoyo.
La historia de Parra, más que un fracaso individual, expone una lección: el talento joven necesita sistemas de formación gradual, retroalimentación constante y espacios seguros para equivocarse. Sin eso, el error se convierte en un estigma en lugar de ser un peldaño.
El próximo viernes, los Pumas esperan enfrentar a Querétaro en La Corregidora con un arquero de talla internacional bajo los tres palos. Keylor Navas, tres veces campeón de Champions con el Real Madrid, viajará a México en las próximas horas para presentar exámenes médicos y firmar su contrato con el club universitario.
Se volverá a la fórmula conocida: corregir con experiencia lo que no se construyó con proceso. Pero en algún momento, el club —como muchas empresas— deberá preguntarse por qué el talento juvenil sigue siendo un recurso de emergencia y no parte de una estrategia de desarrollo.
Rodrigo Parra no necesitaba una banca eterna, pero sí un puente más sólido hacia el profesionalismo. Un trayecto que incluyera mentoría, retroalimentación y espacios para equivocarse sin quedar expuesto a la lapidación pública. Si el club lo decide así, Parra no solo continuará en el proyecto, sino que tendrá la oportunidad de aprender desde dentro de la cancha y del vestidor con Navas, el portero más emblemático en la historia de Concacaf.
Tanto en la cancha como en la vida laboral, no se trata de blindar al talento joven del error, sino de enseñarle a enfrentarlo, analizarlo y convertirlo en aprendizaje.