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Crónica de un debut desafortunado y una lección empresarial sobre el error

Rodrigo Parra, recién salido de la Sub-17, debutó en Pumas por una urgencia del plantel. Sus errores abrieron un debate: ¿cómo acompañar al talento joven en escenarios de alta presión?
jue 24 julio 2025 05:35 AM
Crónica de un debut desafortunado y una lección empresarial sobre el error
El joven portero Rodrigo Parra hizo su debut en Primera División con Pumas durante el partido ante Santos Laguna en el Torneo Apertura 2025, luego de la repentina salida de Álex Padilla y la lesión de Pablo Lara.

Rodrigo Parra no tenía edad para cargar con el peso de la portería en un partido de Primera División. Apenas había tenido tiempo de asimilarlo, y se notaba. Sus manos, llevadas una y otra vez a la cabeza tras cada error, delataban más que frustración, hablaban del peso de la responsabilidad súbita. En sus movimientos había titubeo, reflejo de quien no tuvo margen para el aprendizaje progresivo.

La escena ocurrió en el arranque del torneo Apertura 2025. Parra, recién salido de la Sub-17, fue el encargado de defender el arco de Pumas tras una cadena de infortunios: la salida del portero titular Álex Padilla, la lesión del suplente Pablo Lara y la falta de un tercer arquero listo para Primera División.

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Cuando el error de uno es responsabilidad de todos

El debut de emergencia terminó por volverse un caso de estudio. Cuatro errores en dos semanas bastaron para encender las redes sociales y alimentar las dudas sobre la cantera auriazul. “No está listo”, "dedícate a otra cosa", “lo están quemando”, “es culpa del club, no suya”, fueron algunos de los comentarios que se repitieron. Un juicio público en tiempo real, sin contexto ni matices, donde el joven portero fue reducido a sus fallas, como si no existieran razones más amplias detrás de su exposición prematura.

Y sin embargo, las había. Desde hace meses, la estructura formativa de Pumas mostraba grietas: la salida de Esdras Rangel, formador de porteros con años de experiencia, dejó al equipo sin una figura clave en el desarrollo técnico y emocional de los arqueros juveniles. Rangel, quien incluso había trabajado con el primer equipo bajo el mando de Palencia, se fue sin explicación clara… al Club América.

Este vacío estructural se volvió visible en cuanto Parra fue colocado bajo el reflector sin filtros. Su falta de experiencia no fue un secreto, pero sí una señal: el club necesitaba respuestas inmediatas y el único recurso disponible era un jugador que todavía estaba aprendiendo. En el fútbol, como en muchas organizaciones, la urgencia a veces impone decisiones que no dan tiempo para preparar al talento emergente.

“Si creemos en el potencial de los jóvenes, también debemos crear condiciones para que digan 'no estoy listo’”, reflexiona Paulina Sánchez-Gudarrama, directora de YouthBuild México. Lo dice desde el mundo empresarial, pero el paralelismo con el caso Parra es claro. Las empresas —al igual que los equipos— muchas veces empujan a jóvenes a roles de alta presión sin un acompañamiento real, esperando resultados inmediatos sin haber construido las bases necesarias.

El error, en esos contextos, deja de ser una oportunidad de aprendizaje para convertirse en una marca difícil de borrar. Se olvida que la madurez profesional no nace del talento crudo, sino de procesos que permitan fallar, recibir retroalimentación, corregir y volver a intentar. Parra no tuvo ese ciclo. Fue lanzado al ruedo sin simulacros, sin mentoría y sin margen de recuperación pública.

Mentoría, preparación y acompañamiento antes que improvisación

El caso trasciende lo deportivo. Es una imagen precisa de lo que sucede cuando las organizaciones no alinean expectativas con capacidades. “Lo primero que suele buscar un líder es al culpable”, advierte Alberto del Castillo, director de Talento y Servicios Especializados de la división TI de Adecco. “Pero habría que preguntarse: ¿qué no vio el técnico? ¿Qué se pudo anticipar? ¿Qué se dejó de entrenar para que los errores se repitieran?”.

Desde su óptica, el liderazgo debería actuar como una especie de espejo, identificar fallas no solo en el ejecutor, sino en el proceso que lo llevó hasta allí. Si un joven se equivoca, dice, tal vez el problema no está solo en su desempeño, sino en la falta de un entorno que le permita afrontar ese reto de forma segura y progresiva.

La presión que enfrentan los nuevos talentos —ya sea en la cancha o en una sala de juntas— rara vez es proporcional al soporte que reciben. En el mejor de los casos, reciben capacitación básica y se espera que aprendan “en el campo”. Pero como señala Hanaby Sánchez, directora de Recursos Humanos de Álvarez & Marsal, “no basta la teoría. Hasta que no estás viviendo el día a día, no desarrollas realmente la capacidad de ejecutar”.

En su firma han optado por una política de mentoría transversal. Desde analistas hasta directivos, todos participan en procesos de acompañamiento y retroalimentación. Una práctica que no solo fortalece a los más jóvenes, sino que obliga a los líderes a confrontar su responsabilidad en los resultados del equipo. Porque, como recuerda Alonso de la Fuente, también directivo de Álvarez & Marsal, “no sirve de nada señalar un error si no das herramientas para corregirlo”.

La industria del deporte lo sabe, pero lo olvida. El fútbol, que vive de talentos jóvenes, no siempre da el tiempo necesario para moldearlos. Los negocios enfrentan el mismo dilema. “Si no trabajamos el presente para generar certeza, los planes de desarrollo quedan en el aire”, advierte Sánchez-Gudarrama. El problema no es arriesgar, sino hacerlo sin red de apoyo.

La historia de Parra, más que un fracaso individual, expone una lección: el talento joven necesita sistemas de formación gradual, retroalimentación constante y espacios seguros para equivocarse. Sin eso, el error se convierte en un estigma en lugar de ser un peldaño.

El próximo viernes, los Pumas esperan enfrentar a Querétaro en La Corregidora con un arquero de talla internacional bajo los tres palos. Keylor Navas, tres veces campeón de Champions con el Real Madrid, viajará a México en las próximas horas para presentar exámenes médicos y firmar su contrato con el club universitario.

Se volverá a la fórmula conocida: corregir con experiencia lo que no se construyó con proceso. Pero en algún momento, el club —como muchas empresas— deberá preguntarse por qué el talento juvenil sigue siendo un recurso de emergencia y no parte de una estrategia de desarrollo.

Rodrigo Parra no necesitaba una banca eterna, pero sí un puente más sólido hacia el profesionalismo. Un trayecto que incluyera mentoría, retroalimentación y espacios para equivocarse sin quedar expuesto a la lapidación pública. Si el club lo decide así, Parra no solo continuará en el proyecto, sino que tendrá la oportunidad de aprender desde dentro de la cancha y del vestidor con Navas, el portero más emblemático en la historia de Concacaf.

Tanto en la cancha como en la vida laboral, no se trata de blindar al talento joven del error, sino de enseñarle a enfrentarlo, analizarlo y convertirlo en aprendizaje.

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¿Cómo acompañar al talento joven cuando la presión llega antes que la preparación?

Los especialistas consultados plantean ideas clave para transformar las fallas en oportunidades de crecimiento compartido.

El error de un joven también es responsabilidad de quien lo puso ahí. La historia de Rodrigo Parra no es solo la de un portero que falló, sino la de una estructura que lo arrojó al ruedo sin preparación suficiente. En cualquier organización, cuando una persona joven asume una responsabilidad que claramente le queda grande, el problema no recae únicamente en quien comete el error, sino también en quien decidió asignarle esa tarea sin evaluar sus capacidades reales ni brindarle el soporte necesario.

Del error se aprende si existe un sistema para aprender de él. El debut de Parra dejó en evidencia que los errores no se deben criminalizar, sino incorporar en una dinámica institucional de aprendizaje. Fallar es parte del proceso, siempre que exista un marco que transforme la equivocación en una oportunidad de desarrollo. Cuando esto no ocurre, el error se vuelve castigo y no herramienta.

El mentor es el que acompaña cuando el ruido de afuera es más fuerte que la voz interior. Más allá del impacto mediático, la llegada de Keylor Navas representa una posibilidad valiosa: que un joven como Parra pueda observar de cerca cómo se conduce un profesional con experiencia, bajo presión constante. Los libros y cursos sirven, pero la verdadera formación ocurre cuando alguien acompaña a otro en tiempo real, desde la cancha, con empatía y guía práctica.

La preparación emocional es igual de importante que la técnica. El caso Parra mostró que el desempeño en el campo no depende solo de habilidades físicas o técnicas. La dimensión emocional, especialmente en escenarios de alta exposición, es determinante. Por eso, preparar al talento joven requiere incluir herramientas para manejar crisis, recibir retroalimentación y reconstruir la confianza personal después del error.

Las tareas se asignan con base en capacidades, no por emergencia. Muchas veces, en entornos organizacionales, se recurre a perfiles jóvenes por necesidad operativa, sin que necesariamente estén listos para asumir el reto. Cuando eso sucede, la responsabilidad no puede recaer solo en quien aceptó el encargo, sino en el sistema que lo puso ahí sin mecanismos previos de contención, diálogo o supervisión.

No se puede improvisar en caliente lo que no se practicó en frío. La preparación no es solo capacitación técnica, sino también simulación de escenarios complejos. Los equipos que gestionan talento joven deben construir espacios de prueba controlada, en los que los futuros responsables se enfrenten a decisiones bajo presión y reciban retroalimentación antes de estar expuestos a consecuencias reales.

La certeza es la única base sólida para el futuro. En muchas organizaciones se exige a los jóvenes que entreguen resultados inmediatos, pero sin haber construido previamente certezas operativas o estratégicas. Este enfoque cortoplacista puede ser perjudicial. Lo que se necesita es una arquitectura de presente que permita sostener el futuro, paso a paso.

El aprendizaje ocurre en el intercambio, no en el señalamiento. Después de un error, señalarlo no basta. El talento joven necesita un entorno en el que haya espacio para conversar sobre lo ocurrido, identificar causas y trabajar en soluciones. La retroalimentación debe funcionar como una conversación constructiva, no como una sentencia.

Formar talento es una secuencia, no una acción aislada. El desarrollo profesional requiere más que una oportunidad. Se trata de un proceso que inicia con capacitación técnica, continúa con mentoría para acompañar la ejecución y se consolida con coaching para integrar aprendizajes. Solo así se crea un entorno donde el error no significa fracaso, sino avance.

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