Su trabajo es tomar decisiones, las más importantes, las que definen si la compañía sobrevive o se hunde. Es como estar frente a un río caudaloso y tener que elegir el mejor lugar para construir un puente. No hay garantías de que funcionará, pero un CEO asume los riesgos.
Y es aquí donde el liderazgo se convierte en el eje de todo. “Cuando el gallo canta mal el corral se desordena”. Esta metáfora, aunque cruda, ilustra lo que sucede en una empresa: si el liderazgo es firme y ético, todo fluye en armonía; pero si la cabeza falla, esa descomposición se extiende, afectando procesos, equipos y resultados.
Inspirar desde la cima, como en una cascada
Definir una visión estratégica que inspire y una cultura que motive y alinee a toda la organización es quizás uno de los desafíos más grandes para un CEO. No se trata solo de redactar una misión corporativa aburrida, sino de crear un propósito trascendental que conecte emocionalmente con los stakeholders.
Tomemos el ejemplo de Airbnb, que busca "crear un mundo donde todos puedan pertenecer en cualquier lugar" o de Banco Compartamos “impulsar los sueños de nuestros clientes atendiendo sus necesidades financieras con sentido humano”. Estos propósitos son aspiracionales, humanos y resonantes. Un CEO debe no solo creer en este propósito, sino también promoverlo, cabildear internamente y asegurarse de que todos lo vivan.
No es tarea fácil, requiere un compromiso primero del CEO y después de todos los demás, como en una cascada, donde el caudal del agua va desde la cima y hasta abajo, de manera que la acción comienza con él, sigue con sus managers y se extiende a los equipos. Si en algún punto de este flujo hay una ruptura, la cultura se pone en riesgo. Es tarea del CEO garantizar que esto no suceda.
La importancia de no ser el más inteligente de la sala
Un buen CEO entiende que no puede hacerlo todo solo. Debe rodearse de personas inteligentes y capaces (más inteligentes y capaces que tú, aunque le pese a tu ego), y estar dispuesto a escuchar sus opiniones y consejos. En el libro "Multipliers" lo ponen de la forma más sencilla: el CEO debe ser, en cierto sentido, el más imbécil de la sala.
Esto no significa que deba ser ignorante o incompetente, sino que debe rondearse de personas sumamente talentosas y dejarlas brillar. El CEO debe valorar la inteligencia colectiva por encima de su emoción; así es, confieso que me gusta ser el más inteligente de la sala, pero no va a hacer que mi empresa crezca; en cambio, cuando dejo que alguien más lo sea y lo demuestre, el placer de ver a mi compañía crecer y de tener la tranquilidad de tener un equipo capaz de resolver sin mí, es lo mejor que me pudo haber pasado.
Algo que he aprendido de mis pares es que, a menudo, el liderazgo puede ser un camino solitario. Incluso con un equipo de confianza y una junta directiva, por ello, es responsabilidad propia buscar mentores, amigos y autodevelopment. Si no crecemos como CEOs y seguimos aprendiendo, la empresa, eventualmente, se estancará.