La caza del cliente se ha agudizado en algunos de los principales destinos turísticos del país. Ver a meseros, taxistas o vendedores de todo tipo de productos, desde botanas a artesanías, ‘montando guardia’ ha sido siempre una escena habitual, pero ahora se vuelve crucial a la espera de un cliente que, hoy, es cautivado no sólo por lo llamativo de un platillo o un atractivo, sino también por las medidas sanitarias.
9 historias de supervivencia del turismo ante la pandemia
En otros lugares, la espera es diferente. Para evitar los contagios entre los lugareños, en zonas como Hierve el Agua, quienes antes vivían del turismo aguardan a las puertas de sus hogares para evitar la entrada de visitantes. El objetivo es preservar el destino a la espera de mejores tiempos.
Las historias de estas personas –que, como otros 4.4 millones, viven del turismo en México– hablan del momento crítico que atraviesa el sector por la pandemia de COVID-19, que podría dejar sin empleo a hasta 1 millón de personas, y forman parte del más reciente número de la revista Expansión, en el que profundizamos en las consecuencias estructurales de la contingencia sanitaria para el turismo, así como de las posibles soluciones para rescatar la mayor cantidad de puestos posible.
I. Damara
A un costado del Faro Inclinado de Puerto Morelos, al fondo de un estrecho y rústico muelle, Damara flota en sintonía con el respirar del mar. La embarcación lleva el nombre de la menor de las hijas de José Marcelino Chacón, quien ha vivido de las aguas de la región por más de 35 años. Chacón fue uno de los primeros 50 concesionarios que dejó la pesca por el turismo, cuando esta parte de la costa fue decretada Parque Nacional Arrecife de Puerto Morelos para su protección, en febrero de 1998, un momento del que está orgulloso.
“Nosotros le dimos chance al gobierno. En otras áreas protegidas, el gobierno hace todo, paga los estudios, pero aquí nosotros marcamos la pauta. Es histórico lo que hicimos, cedimos nuestra fuente de trabajo como pescadores para formarlo como área protegida. No quisimos seguir explotándolo, dañando el coral”, dice.
En esta superficie de más de 9,000 hectáreas, la actividad turística tiene bien marcados sus límites. Con 21 kilómetros y medio de coral, la entrada de embarcaciones está limitada a 50 diarias con un máximo de 30 personas cada una, lo que arroja una capacidad de 1,500 visitantes que no se alcanza.
“Entran 300 personas si acaso, ni antes de la pandemia teníamos más que eso”, dice Chacón, a quien el ingreso diario le disminuyó hasta 70%, sobre todo ante el cierre de las playas, que eran la atracción para los turistas nacionales y los mochileros.
Pero Damara aguanta, porque tiene que hacerlo. De ella dependen otras 12 personas, incluyendo a Chacón y su familia, quienes viven de los servicios de pesca deportiva, buceo y esnórquel que ofrecen.
Al hablar de contagios, Chacón –al igual que varios locatarios de Puerto Morelos– poco se inmuta, pues si bien les han arrebatado a los turistas, no ha afectado el bienestar de los casi 40,000 habitantes del municipio de más reciente creación de Quintana Roo, que apenas registra 28 casos de COVID-19 y 10 defunciones, las cifras más bajas de todo el estado.
“Realmente no he escuchado que ningún trabajador del mar tenga ese problema. Es que la sal cura todo. El agua es muy salada y ayuda a eso”.
II. El Pasillo de Humo
En el Pasillo de Humo, al visitante se le recibe con la orden disfrazada de sugerencia, el silbido y la onomatopeya. “¡Vas a comer!”, “¡scht!”, “¡Aquí, siéntate!”.
“Este negocio es de maña”, afirma Lidia Bolaños, que entre los locatarios es conocida como la presidenta del Pasillo, aunque ella se introduce como representante del área de carnes asadas.
Su vocación al frente de los 33 puestos que conforman este estrecho del Mercado 20 de Noviembre, en la ciudad de Oaxaca, ha sido por herencia. Al ser parte de la quinta generación de trabajadores de este lugar con más de 60 años de existencia, sabe que su esencia no sólo está en los cortes que sirven de tasajo, cecina enchilada y chorizo, sino en la gente que se encarga de contagiar la alegría y el antojo a quien se cruce.
“Aquí nadie es nuevo. Todos son hijos o nietos de generaciones pasadas, todos nos conocemos, y muy bien”, afirma.
Por esta cercanía es que la partida de 60 empleados pesa más. Desde el inicio de la pandemia, la baja asistencia de turistas ha arrasado con las ventas, que han caído hasta 80%, que además han orillado al cierre de dos puestos, aunque de manera preventiva para evitar contagios.
A esto se han sumado gastos que los locatarios han tenido que asumir, como un servicio de seguridad que han contratado por 8,000 pesos mensuales para asegurarse de que las personas entren con cubrebocas y gel antibacterial, y la instalación de vidrios templados en cada puesto que, por su resistencia al calor, requieren una inversión de hasta 2,500 pesos en cada caso.
Sobrevivir a la pandemia ha sido posible gracias al consumo local, que fue suficiente para que la mayoría de los puestos se mantuvieran en pie durante los meses más arduos de la cuarentena, incluso utilizando plataformas como Uber Eats, en el que se encuentran ocho de los 16 puestos de carne que hay, y que en cada pedido arroja un ingreso para los locales que venden verduras, tortillas y bebidas, que tradicionalmente se venden por separado, todo con la intención de recuperar a quienes se fueron.
“La mayoría se fue a su pueblo, pero esa es la intención, volver a trabajar con ellos porque ya saben cómo es el negocio. Por eso están en espera de que les llamemos”.
III. Doña Triny’s
Hace casi 30 años, doña Triny llegó de vacaciones a Puerto Morelos y decidió no regresar a su hogar en Veracruz.
Trinidad Juárez culpa a la calma de la playa, que le motivó a entrar en el negocio restaurantero desde hace 22 años, primero atendiendo a los transportistas que paraban a descansar de camino a Cozumel, y luego con una vocación turística, que frenó en seco entre marzo y agosto, cuando Doña Triny’s –ubicado a un costado del Jardín Principal de Puerto Morelos– tuvo que cerrar hasta hace unas semanas.
“Si nos cuidamos, tomamos las precauciones y hacemos un cerco para que todos estemos en la misma sintonía, esto irá agarrando más fuerza”, dice mientras reparte indicaciones a sus empleados para preparar el menú del día.
Para doña Triny, el comercio local fue clave para que varios negocios del corazón del Puerto no cerraran, y su apoyo para la venta de productos de la región da cuenta de ello.
A las afueras del Doña Triny’s, un grupo de artesanas provenientes de El Naranjal, a una hora y media de distancia de la región, tiene una mesa con una amplia variedad de cubrebocas tejidos a mano, con los característicos acabados que suelen verse en prendas, y que buscan compensar las ventas perdidas a falta de visitantes.
A un costado, Luis Soberón, pintor de origen cubano, comienza a montar algunas de sus obras, y que representan paisajes del mismo Puerto, pero también de otras regiones del Caribe.
Los esfuerzos por mantener la venta local activa responden a una visión muy particular sobre Puerto Morelos, el único pueblito de la Riviera que conserva restaurantes y negocios atendidos en su mayoría por los propietarios, asegura doña Triny, quien también fungió 12 años como delegada de la Cámara Nacional de la Industria Restaurantera y de Alimentos Condimentados.
“Acá no hay que el gerente de España, de por aquí, de por allá, no. Aquí los propietarios atendemos los lugares, que es lo importante, porque tienes contacto directo con los clientes, y eso es clave para nosotros como destino turístico, que encuentras esta esencia más local”.
IV. En las puertas de Hierve el Agua
Para cualquiera que circula por la carretera Mitla-Tehuantepec con dirección al norte, la advertencia es clara: no hay paso hacia Hierve el Agua.
Oficiales de tránsito y personal de casetas de cobro han sido los filtros para evitar que los turistas viajen en vano hacia el municipio de San Lorenzo Albarradas, en Oaxaca, que desde mediados de marzo se ha cerrado completamente al exterior como medida precautoria ante la pandemia.
De esta manera lo explican dos grandes letreros en las puertas de Hierve el Agua, uno que pudiera percibirse más agresivo, con letras rojas sobre madera resquebrajada, y otro que podría considerarse institucional, explicando las medidas necesarias para quienes pueden ingresar a la localidad.
San Lorenzo Albarradas es uno de los 418 municipios de Oaxaca que se rigen por usos y costumbres, que supone más de 70% de todo el estado, y su tratamiento frente a la cuarentena ha sido distinto. Mientras algunas localidades han optado por limitar la entrada sólo a la población local, otros incluso han impuesto multas de varios miles de pesos como sanción por entrar o salir del poblado a todo tipo de residentes.
El municipio que alberga a las cascadas petrificadas entra en la primera categoría, permitiendo el paso de personas y taxis locales, así como el ingreso de algunos camiones con suministros que, eso sí, deben de pasar por los mismos filtros ya aceptados universalmente: toma de temperatura con un termómetro infrarrojo y breve proceso de sanitización en dados casos, para lo cual cuentan con el equipo necesario.
“No, señito, todo está cerrado. No están dejando pasar, puro tránsito local, por eso nos pusieron a cuidar aquí, mucha gente llega pero de aquí se regresa. Hoy ya llegaron dos aquí y tuvieron que irse de vuelta”, dice una de las cuatro personas que monta guardia en la entrada de la localidad, dos de representación ejidal y dos de estatus municipal.
El costo de cerrar la localidad ha sido el desempleo. Como una comunidad que subsiste prácticamente en su totalidad del turismo, los guardianes de la entrada se limitan a decir que “ahí la llevan” para los gastos diarios, pero la única fuente de empleo se está dando en las labores de construcción y mantenimiento que ambas autoridades están haciendo, instalando infraestructura eléctrica, de drenaje, y un amplio arco de mármol que dará la bienvenida a los turistas una vez que puedan regresar.
“Aquí uno está tranquilo. Venimos, pero no arriesgamos el pellejo por nada, nos hicimos la prueba (de COVID-19) y todo, pero casi no hay riesgos, como la gente es muy conservadora e higiénica, no hay mucha afluencia de gente”, indica Rey, el encargado de la obra que se realiza en la entrada del municipio.
Las restricciones están pesando incluso para los propios habitantes de San Lorenzo. Una mujer llega y justifica su entrada asegurando que va por su hija, que dejó encargada mientras había salido a trabajar, mientras otros se aseguran que quienes se hayan dentro del poblado tengan alimentos suficientes, como Emir, quien lleva un par de horas esperando a que alguien salga a recibir la comida que trajo para sus suegros de edad avanzada.
“Esperemos que salgan pronto, porque aunque los papás de mi esposa son de aquí, no nos dejan pasar, y tampoco quisiéramos por su salud”, explica.
Aunque las condiciones son desalentadoras, la razón para quienes resguardan la entrada de San Lorenzo es clara: “Por el bien del pueblo estamos cuidando aquí”.
V. El Negro
Soy Cristina Escobedo, y tengo cinco años trabajando en la tlayudería El Negro. Soy de aquí de Oaxaca y únicamente estuvimos manejando servicio a domicilio y para llevar en los meses que cerramos, en abril, mayo, junio, julio, y apenas en agosto empezamos a abrir otra vez.
Al principio, a la mayoría de los locales que manejan alimentos se les pidió que solamente manejaran servicio para llevar o a domicilio, sin aglomeraciones. El gerente optó por cerrar sucursales. En total son cinco sucursales, y ahorita sólo operan tres, que tienen servicio a restaurante.
La primera la matriz está en Vicente Guerrero 1029, y aún permanece abierta. La siguiente fue la de 5 Señores y luego el de zona Xoxo, y así han estado abriendo hasta la sucursal Independencia, que es esta. Hace casi ocho años que abrió la primera, y ésta tiene tres.
Hace 15 días el municipio puso ciertas reglas, únicamente nos pedían dar acceso a tres personas por mesa y el uso obligatorio de cubrebocas. Los meseros con careta, tener el tapete sanitizante y gel antibacterial.
Apenas estamos recuperándonos. Aquí estábamos 80 personas, unos 15 meseros porque no se daban abasto con tanta gente, otros siete en el área, 10 en cocina, y el personal de limpieza era de tres personas, pero en cuanto se vino pandemia se les turnó.
De cada cinco días trabajaban dos, porque no había capital para mantener a todos. Muchos no aguantaron estar así y se fueron. No había la oportunidad de que trabajaran la semana completa, a veces sólo podía venir uno por semana.
En un día normal esto se llenaba. Manejábamos el servicio de Guelaguetza, aquí las presentaban y teníamos música en vivo Los fines de semana teníamos marimba, y a los turistas les llamaba mucho la atención porque ya no iban hasta el Cerro del Fortín a verla, podían venir aquí y ver la Guelaguetza.
Abríamos desde las 11 am y se cubría todo por turnos, cerrábamos hasta las dos o tres de la mañana, dependiendo de la gente. Ahora tenemos menos horarios y menos personal. Hay días en los que aún tenemos muy poquita gente.
VI. La tragedia de Punta Cancún
Nadie imaginó que Punta Cancún pudiera convertirse en un pueblo fantasma tan fácilmente.
En este punto, algunos de los establecimientos más emblemáticos de Cancún se encuentran cerrados, como Señor Frog’s y el restaurante Hard Rock Café, mientras que otros ofrecen un improvisado servicio de restaurante, como el famoso centro nocturno Coco Bongo, con tal de mantenerse operativos.
Aunque aquí la vida nocturna oficialmente se detuvo desde el 18 de marzo, la presencia de dealers y de promotores de table dance no ha cesado en este cuadrante, donde cualquier droga y otro tipo de servicios aún pareciera estar al alcance.
Aquí el consumo local no fue suficiente para mantenerse en pie, pues aquí lo que predominaba era el turismo internacional, que prácticamente lleva seis meses ausente.
“Esas tiendas no vendían ni 1,000 ni 2,000 pesos al día. Si esos que facturan mucho dinero no aguantaron, nosotros damos gracias a Dios que, aunque con poquito, ahí vamos, arañando para sobrevivir”, dice Hugo Valderrama, encargado de una tienda de souvenirs cerca del centro comercial Forum by the Sea, donde los establecimientos abiertos son la excepción.
Valderrama, quien ha vivido del turismo por 37 años, padeció los estragos de los huracanes Gilberto y Wilma, en 1988 y 2005, respectivamente, pero nunca había visto un cierre tan prolongado de comercios que prácticamente forman parte de la esencia de esta región, lo cual adjudica al tema de costos, pues en centros comerciales como La Isla o Forum los locatarios han tenido que pagar la renta del espacio a pesar de los cierres.
En La Isla, por momentos es fácil olvidarse de que afuera el mundo está entrando en una de sus crisis más severas. La afluencia de turistas y de bolsas de compras es alta e, incluso, alcanza a ocultar el cierre de algunos comercios, presionados por las altas rentas.
Uno de los propietarios se resiste a hablar de nombres y montos mientras atiende apresuradamente a sus clientes, pero teniendo establecimientos tanto en La Isla como en Forum by the Sea, confirma que los cobros de rentas entre abril y julio no han desaparecido. “En la Isla me quieren cobrar el 50% aunque cerré, y aunque sea la mitad, es un montón”, se limitó a decir.
VII. El mezcal de la pandemia
A las orillas de la carretera del Istmo, a la altura de Teotitlán del Valle, en Oaxaca, la cosecha de espadín y los brotes de tobalá resisten el pasar de los autos y la pandemia.
“El agave es una planta resistente. Aguanta sin problema”, dice Vicente, trabajador de Casa Riquezas de Oaxaca, el hogar de algunos agaves que apenas tienen semanas de vida, y de otros que están a un par de años de convertirse en mezcal.
Esta es la primera semana que el establecimiento puede dar servicio tras cuatro meses de cierre por la pandemia, que borró la frecuente presencia de comensales en la imponente barra del lugar, donde en cuestión de minutos, Azucena despliega un catálogo de mezcales que van del tradicional al espadín con pera y belatobes, siendo minuciosa en las cualidades de cada uno.
Azucena explica que la contingencia impidió la apertura de establecimientos como los bares, pero se tuvo activa la venta de maguey, y se aprovechó la temporada de lluvias para sembrar en localidades como San Luis del Río Tlacolula.
No por esto la ausencia del turista deja de doler. Tras dejar de recibir cinco vanes con hasta 15 personas cada una diariamente, el golpe fue abrumador, pero los costos les permitieron sobrevivir.
“A comparación del Centro, aquí las rentas son baratas, allá son de unos 15,000 pesos, y estar en la carretera es una ventaja. Aquí nos hicieron un descuento mensual”, explica.
Para el gremio, la pandemia significó una reducción de sus ventas de por lo menos 60%, con un repunte que recién ha comenzado a darse, refiere Ulises Torrentera, autor de literatura sobre el mezcal y miembro del Consejo Regulador del Mezcal.
“Oaxaca es una nación mezcalera. Hay una denominación de origen en la que nueve estados producen mezcal, y en todas las partes son interesantes, muy buenos, pero Oaxaca concentra un 89% de la producción de mezcal certificado, que no es algo tan importante, pero es referencial”, afirma desde su establecimiento In Situ, en el centro de Oaxaca.
Sin embargo, una tendencia que Torrentera comenzó a ver a partir de la pandemia fue la venta en línea, que a su vez fue impulsada por las opciones de aprendizaje sobre el consumo y producción de mezcal de manera virtual, y que eventualmente le motivó a crear una marca durante el confinamiento, llamada Versus.
“La idea nació porque de repente tuve una nostalgia de ir a los mercados de Oaxaca, porque vas, ves los colores y hueles los sabores de todo lo que hay en un mercado. Hice ensayos en mi casa, tengo un pequeño destilador, y luego fuimos con un maestro mezcalero, Israel Pérez, que vive en Matatlán. Inicialmente iba empezar a hacer como un destilado a partir de aguardiente, destilado de caña, pero él me dijo: ‘Tengo mezcal de una primera destilación, podemos hacer una segunda destilación’”.
Actualmente, Versus se ofrece en cinco sabores, chicatana (una especie de hormiga), mango, chocolate, chile y miel y ciruela verde, que dan cuenta de la necesidad de reinventarse como gremio, pero también como comerciante, buscando la solidaridad en épocas de crisis.
“Hay ataques increíbles de unos contra otros, y me parece que el camino no es ese. Debemos encontrar formas que nos permitan a los que producimos cualquier producto apoyarnos de nuestros similares en nuestra comunidad”, señala Torrentera.
VIII. Oaxacking
Si hay algo que le disgusta a Omar Alonso es la promoción de un destino que no existe. Una práctica, asegura, habitual en redes sociales como Instagram, donde muchas veces lo que los turistas ven no se corresponden con lo que encuentran cuando llegan al lugar.
El creador del proyecto de promoción y reservas turísticas Oaxacking –que cuenta con casi 70,000 seguidores en la plataforma, donde contacta con 80% de sus clientes– ha logrado mantener un equilibrio para la promoción de un destino auténtico entre turistas extranjeros e influencers.
“Es importante que hagamos esta promoción, porque por más que pagues una pauta en Facebook o un anuncio en un periódico, la gente a la que estas personas llegan no podríamos alcanzarla nosotros”, dice respecto a su reciente colaboración con Los Polinesios, una familia de youtubers que suma 23.7 millones de suscriptores.
La formación de Alonso en el ámbito de las redes sociales se dio a unos años de su regreso de Estados Unidos, donde por una década trabajó en el área de restaurantes y servicios desde 1998. Desde entonces comenzó a dar servicios de guía y concierge a influencers estadounidenses cuando apenas se les empezaba a conocer como tal, lo que le llevó a arrancar su propio proyecto en 2012.
Los colores y momentos que se encuentran en cada scrolleo de Oaxacking han atraído a tantos usuarios que Alonso afirma que en años pasados prácticamente tuvo empleo todos los días, y aunque parte de la pandemia coincidió con un periodo vacacional que tenía planeado, las reservas que tenía a partir de agosto tuvieron que ser movidas.
“Cuando la gente hace una reservación pedimos 50% de anticipo, y generalmente son en dólares, entonces lo que me afectó mucho fue que la gente empezó a pedir reembolsos, pero el dólar lo pagaban a 18 y ahora estaba en 25, eso fue muy fuerte para nosotros. Afortunadamente (los usuarios) lo entendieron, y aceptaron un reembolso con el tipo de cambio con el que habían reservado”, explica.
La falta de turistas, aunque duele, no preocupa. En Oaxaca hay un ánimo avivado por rankings como el de la revista Travel & Leisure, que posicionó al destino en la cúspide de las 25 mejores ciudades del mundo, y más recientemente por el documental Street Food de Netflix que despertó el interés por las tlayudas, un entorno que se debería aprovechar desde las redes sociales, sobre todo en materia de promoción, considera Alonso.
“La difusión online es lo más importante que tenemos hoy en día. Prácticamente todos tenemos las mismas posibilidades; todos pueden abrir una cuenta de Instagram, tienen un teléfono, y a un amigo que toma fotografías, ¿por qué no están generando contenido, haciendo fotos para que a la gente se les antoje la venir? Nadie lo está haciendo”.
IX. Minerva
Soy Minerva y vendo chapulines sazonados con ajo, limón y sal. Son de temporada. Unos los vendo sin chile, porque algunas personas no comen.
Estuvimos cuatro meses cerrados, no dejaban operar al mercado. De los que trabajaban en el Centro la mayoría se regresó a sus casas.
A todos nos bajó la pandemia. He vendido unos 30 o 40 pesos al día, para el puro pasaje, y antes vendía unos 80 pesos.
Somos del Valle de Zimatlán de Álvarez. Sin tráfico estamos a 30 minutos, pero con tráfico hacemos hasta 45 para venir. Todos tenemos que ayudar porque tenemos hijos y gastos en la casa. Es más feo para los que pagan renta, pero a nosotras también nos cobran por venir aquí y poder vender.
Mi esposo también anda trabajando. Él renta un mototaxi, y ya de ahí con lo que saca nos sostenemos, pero tampoco le ha ido bien.
Tengo bolsas de chapulines de 10 y de 20 pesos. Llévese una de 20, para que se acuerde de mí. Es bueno platicar, no guardarse las cosas.