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Trump y la tormenta furiosa de su primer año

El mandatario estadounidense protagonizó un periodo lleno de enfrentamientos y episodios impactantes que dejarán huella en su país y en el mundo.
mar 16 enero 2018 06:06 AM

Será imposible explicar adecuadamente en las décadas por venir lo que fue estar vivo durante el agotador primer año de la presidencia de Donald Trump.

Desde el momento en que pisoteó las convenciones unificadoras de los discursos de toma de posesión al denunciar la “carnicería estadounidense”, Trump destrozó la normalidad política, desgarrando las divisiones raciales y sociales, los límites y el decoro de su oficina, e incluso generando dudas sobre su fidelidad a los valores fundacionales de la nación estadounidense.

Trump es como una tormenta furiosa que nunca se apaga , a medida que sus tuits madrugadores inyectados en el sistema nervioso central de la nación desencadenan atrocidades que anulan el debate político tradicional y hacen que los días parezcan semanas, que las semanas parezcan meses y los meses, años.

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Las herramientas normales para juzgar una presidencia —legislaciones aprobadas, el poder global relativo de Estados Unidos, la salud de la economía, la calificación de aprobación del presidente y la seguridad y prosperidad de la población— pueden utilizarse para evaluar a Trump.

Pero tales medidas convencionales no logran encapsular la presidencia totalmente anormal que se está desarrollando o la forma en que Trump, quien desespera por atención y la obtiene fomentando el caos, se ha abierto camino en todos los rincones de la vida nacional.

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El domingo, a raíz de sus comentarios en los que llamó a naciones africanas “agujeros de mierda”, dijo a los periodistas: “No soy racista”. La declaración en sí misma habla de cuán inusual es su presidencia en desarrollo.

Todos, desde la banca en un partido de fútbol infantil en los suburbios y los pasajeros del metro en las ciudades, hasta los hervideros políticos de Trump en el país, tienen una opinión sobre el presidente. Es imposible de ignorar e imposible de eludir.

Y así es exactamente como a él le gusta. Para Trump, la presidencia parece tratarse tanto de orquestar conflictos en el centro de un torbellino, mientras toma posturas sobre tabúes nacionales, como de acumular constantemente victorias políticas y globales.

Victorias

Sin embargo, en sus propios términos, la presidencia de Trump también ha cumplido con sus objetivos. Sus miembros de gabinete están implementando una agenda conservadora de línea dura que está remodelando silenciosamente a Estados Unidos. Sus nombramientos en el poder judicial están reinventando la jurisprudencia de una generación futura.

Su ley fiscal y su recorte en la tasa de impuestos corporativos de 14 puntos porcentuales podría, según el gobierno, abrir un flujo de efectivo, crear empleos y reparar el tejido industrial de los estados del Medio Oeste que hicieron a Trump presidente.

Pero a pesar de que ha cumplido obstinadamente algunas de sus promesas de campaña más controvertidas, las victorias de Trump se han visto eclipsadas por un comportamiento que electrifica a sus seguidores, pero que causa ofensa entre muchos otros.

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Es una paradoja que la economía esté en auge, que el mercado bursátil esté subiendo, que el desempleo esté en mínimos de 17 años y que ISIS casi haya sido derrotado, y que, sin embargo, las calificaciones de aprobación del presidente son las más bajas entre cualquier nuevo comandante en jefe. Trump ha expresado reiteradamente su frustración por esa desconexión.

“No creo que algún gobierno haya hecho alguna vez... lo que hemos hecho y lo que hemos logrado en su primer año”, dijo Trump a su gabinete la semana pasada. “Los logros de nuestro país, nuestra gente y nuestra posición en el mundo han sido muy monumentales”, declaró.

En cierto sentido, Trump tiene razón: ningún gobierno ha hecho lo que él hizo. Pero sus comentarios fueron típicamente trumpianos, exagerando sus logros y mostrando una tendencia a crear su propia realidad en una presidencia que ha planteado desafíos sin precedentes a la verdad y a los hechos.

El sábado, Trump cumplirá apenas un año como presidente. Pero ha acumulado un récord de estallidos, enfrentamientos y episodios impactantes que harían que un gobierno completo de dos periodos pareciera pleno y marcado por el escándalo y la acritud.

nullHubo una extraña disputa sobre el tamaño de la multitud en su toma de posesión, la salida del asesor de seguridad nacional Michael Flynn , la prohibición sobre viajes, la afirmación de que fue espiado por el gobierno de Barack Obama, el ataque aéreo contra Siria y la instauración del juez de la Corte Suprema Neil Gorsuch.

La loca cascada de eventos continuó con su despido del director del FBI James Comey, la llegada del asesor especial Robert Mueller, la creciente investigación del posible papel de la campaña de Trump en la intromisión electoral por parte de Rusia, la afirmación de Trump de que vio a la presentadora de MSNBC Mika Brzezinski sangrar por cirugía estética, la malhecha derogación del Obamacare, su equivocación sobre los manifestantes neonazis, el caos en el Ala Oeste... y esa vez que el presidente miró directamente al sol durante el eclipse.

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Hubo una reducción fiscal única en una generación, ataques a jugadores de la NFL con conciencia social, la autocombustión del exestratega jefe de la Casa Blanca, Steve Bannon, la extraña investigación pública sobre si el presidente de Estados Unidos era apto para el cargo tras revelaciones del impresionante libro de Michael Wolff y su provocativa provocación nuclear del “pequeño hombre cohete” Kim Jong Un.

Y eso ni siquiera está cerca de ser una lista completa.

“Cada día hay otra cosa. Esto es como un reality TV, ¿verdad? No es saludable para nuestro país o para el mundo”, dijo el gobernador republicano de Ohio, John Kasich el pasado viernes.

Instituciones bajo ataque

Si hay un tema subyacente del primer año de Trump es su voluntad —ya sea por su desprecio por las normas éticas relacionadas con su imperio comercial o por su creencia de que tiene el “derecho absoluto” de hacer lo que quiera con el Departamento de Justicia— de burlar cualquier expectativa y restricción de su oficina.

Es una tendencia evidente en su ataque a las instituciones que actúan como controles de su poder, como las agencias de inteligencia, el poder judicial y la prensa, que soportarán las cicatrices después de que él haya dejado la Oficina Oval.

“Donald Trump no tiene respeto por las reglas, ha burlado las reglas toda su vida”, dijo David Cay Johnston, un periodista ganador del Premio Pulitzer que conoce a Trump desde hace 30 años y que publicará el martes un nuevo libro sobre la presidencia del neoyorquino.

“Es un dictador en espera, habla como un dictador y hará lo que quiera”, dijo Johnston, cuyo libro It's Even Worse Than You Think: What the Trump Administration is Doing to America concluye que Trump es particular en que es el único presidente de Estados Unidos que no persigue políticas en aras del interés nacional.

“La presidencia de Trump se trata de Trump. Punto. Punto final”, escribe Johnston.

Si eso es cierto, el sistema político en sí enfrenta un desafío sin precedentes.

De hecho, el reciente ataque del presidente a la credibilidad del FBI y del Departamento de Justicia, la interferencia ejecutada por los republicanos del Capitolio en la investigación sobre Rusia y los ataques a Mueller por parte de los medios de comunicación pro-Trump suscitan interrogantes profundas sobre el sistema de controles y contrapesos del gobierno.

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En este punto, parece muy poco seguro que si el asesor especial descubre que Trump obstruyó la justicia o se coludió con Rusia en las elecciones, la Cámara y el Senado dirigidos por el Partido Republicano se movilizarán contra él y considerarán si es culpable de delitos y faltas graves. Ese solo hecho significa que las elecciones de mitad de periodo de 2018 —en las que los demócratas apuntan a obtener triunfos importantes— podrían terminar siendo un referéndum de destitución. Trump ha negado vehemente y repetidamente cualquier acto ilegal.

Un aspecto subestimado del primer año del presidente es la forma en que ha intimidado al propio Partido Republicano.

Parece haber destruido la plataforma insurgente de Bannon después de que su exasesor político cooperó extensamente con Wolff . Los senadores republicanos, como Bob Corker y Jeff Flake, que lo criticaron, solo lo hicieron cuando decidieron poner fin a sus carreras políticas. La ira de los votantes primarios de Trump mantiene callados a muchos otros críticos. Y los elogios de Paul Ryan por el “exquisito” liderazgo de Trump después de la aprobación de la ley fiscal del año pasado indican que el presidente de la Cámara permanecerá a bordo del “tren Trump” siempre y cuando se promulgue la ley su largamente deseado programa conservador.

Y aunque los jefes de agencias están implementando ese programa, los críticos argumentan que muchos de ellos —por ejemplo, la secretaria de Educación, Betsy DeVos, o el administrador de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos, Scott Pruitt— no están calificados o están embarcados en un proyecto ideológico para desmantelar el propio gobierno.

Mientras tanto, los reflejos autoritarios de Trump se han visto revelados en sus exigencias de que sus enemigos políticos, incluyendo a Hillary Clinton, enfrenten un enjuiciamiento, y en su llamado de la semana pasada para endurecer las leyes contra la difamación con el fin de castigar a sus críticos en los medios de comunicación.

Cambiando el mundo

No son solo las estructuras políticas internas las que están bajo la presión debido a esta presidencia tan anormal. El mandatario ha iniciado un cambio fundamental en el papel global de la nación en el último año.

El consejero de seguridad nacional del presidente, HR McMaster, declaró el mes pasado que bajo el gobierno de Trump, Estados Unidos había recuperado su “confianza estratégica”.

El gobierno ha presentado una estrategia de seguridad nacional dirigida a los “poderes revisionistas”, como China y Rusia, que está dirigida a regímenes “deshonestos”, como Irán y Corea del Norte, y grupos yihadistas. Sin embargo, las acciones de Trump a menudo parecen ir en contra de esa estrategia a medida que idolatra al líder chino Xi Jinping y al presidente ruso Vladimir Putin, y sus elecciones de política exterior parecen dictadas no por la estrategia global sino por los deseos de su base política.

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Pero sí ha habido algunos éxitos claros.

Su gobierno intensificó y cumplió con los planes del gobierno de Obama de derrotar a ISIS en Siria, e impuso las sanciones más estrictas contra Corea del Norte.

Pero las propias acciones de Trump, sus tuits salvajes e instintos de “Estados Unidos Primero” han eclipsado sus logros. Ha convertido a Estados Unidos —que durante tanto tiempo fue un baluarte de la estabilidad global— en un agente de disrupción e imprevisibilidad. Su retórica sobre la raza y la religión amenaza con opacar el poder del ejemplo de Estados Unidos.

Muchas naciones, incluida China, ven medidas como retirarse del acuerdo comercial de la Asociación Transpacífico, abandonar el acuerdo climático de París y recortar la ayuda exterior como una señal de retirada de Estados Unidos, incluso si el poderío militar de Estados Unidos permanece incuestionable.

¿Qué sigue?

Una pregunta trascendental cuando Trump asumió el cargo después de una campaña desenfrenada fue si la presidencia lo cambiaría o él cambiaría a la presidencia.

Ahora está claro que las responsabilidades y el poder que pusieron los pies en la tierra a la mayoría de los 43 individuos que tuvieron el puesto antes que él no han transformado a Trump.

Su enfoque desenfrenado es la razón por la que las personas que lo aman lo apoyan intensamente un año después, pero también es por ello que la mayoría de la nación teme que sea desastrosamente inadecuado para el trabajo y el por qué sus predecesores inmediatos en el club presidencial lo han repudiado, en un movimiento altamente inusual.

Trump sigue siendo grosero, desenfrenado e desvergonzado. Es por eso que su segundo año probablemente sea aún más agotador y perjudicial que el primero.

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