"Estamos en una situación difícil dado que la credibilidad de la ciudadanía en las medidas sanitarias del gobierno ya no es tan fuerte como al inicio", dice Roberto Debbag, vicepresidente de la Sociedad Latinoamericana de Infectología Pediátrica, en Buenos Aires. "Esa pérdida de credibilidad, sumada a la aparición de los efectos adversos de la cuarentena justo en el momento en el que el virus empieza a circular en la comunidad a una velocidad cada día mayor, conforma un cóctel explosivo".
Ninguno de los actuales riesgos hubieran sido imaginados el 20 de marzo. Ese día, el presidente Alberto Fernández anunciaba el inicio del confinamiento con altísimos niveles de aprobación a su gestión tras haber hecho explícito que daría prioridad a la salud por sobre la economía. La temprana y estricta cuarentena permitió achatar la curva de infectados a tal punto que el brote parecía estar controlado hacia fines de abril.
“La convocatoria del gobierno a las sociedades científicas para que lo asesoraran en la toma de decisiones provocó que la gente acatara las restricciones y eso derivó en un aplanamiento de la curva de contagios en las primeras siete semanas de la cuarentena”, dice Debbag. "El problema es que no se aprovechó ese período para incrementar con fuerza el número de testeos y, con eso, poco a poco empezaron a perder eficacia las medidas de aislamiento".