Pero Estados Unidos, escaldado tras haber derribado el 4 de febrero un globo chino, que según Washington estaba dotado de capacidades de espionaje, no se arriesgó cuando los días siguientes radares militares detectaron tres "objetos" más sobrevolando territorio norteamericano.
Considerando que la seguridad del transporte aéreo civil estaba comprometida, fueron enviados aviones de combate: el viernes y el sábado el Ejército optó por un caza F-22, uno de los más sofisticados, y el domingo por el modelo F-16, menos avanzado.
El viernes y el sábado, sobre Alaska y en la región canadiense del Yukón, respectivamente, la operación se desarrolló sin incidentes: según el Pentágono, se disparó un misil cada vez, dando en el blanco.
Pero el domingo, esta vez sobre el lago Hurón, en el norte de Estados Unidos, el avión falló su primer disparo, y fue un segundo misil el que finalmente destruyó el "objeto".
"Sabemos que el primer misil disparado el domingo no dio en el blanco, y nos han informado que cayó en el lago Hurón", dijo el martes el portavoz del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, John Kirby.
Para un disparo al agua, la factura es alta: la Fuerza Aérea de Estados Unidos utilizó para estas operaciones misiles del tipo AIM-9X Sidewinder, cuyo costo unitario se estima en unos 400,000 dólares.
Y si las operaciones de destrucción fueron costosas, también lo será la recuperación de los restos, todos en zonas de difícil acceso.