En la mente de Reneé Williams, otra fanática de Trump, el futuro de Estados Unidos pendía de un hilo. Con Biden había un declive profundo, añade, los migrantes ilegales invadían y la vida era muy cara. Casi por arte de magia, Trump la hace olvidar esos problemas y tan solo verlo en la presidencia es motivo de tener fe en un mejor futuro.
El frío hace que Williams lleve tres playeras debajo de sus dos chamarras, una de ellas muestra a Trump con los brazos abiertos arriba de la Casa Blanca y la frase “Daddy’s Home” o, en español, “Papi está en casa”.
“Es muy bueno lo que viene”, afirma sonriente y moviendo las piernas para desentumirlas del frío. “Para todos, incluso para quienes no creen en él”.
Meskerem, una chofer de una plataforma de movilidad, no tiene miedo. Tampoco está feliz, desde luego, pero ha decidido desde el día de la elección pensar en que todo estará bien, siempre y cuando sea cuidadosa.
“Tienes que aceptar las reglas del lugar donde vives”, dice, mientras busca una vía libre de los bloqueos que tienen a Washington paralizada para este día de inauguración presidencial. “Sí temo por muchos que quizá se tengan que ir de aquí”.
Mientras busca una ruta alterna en su teléfono, se reafirma a sí misma que la vida en Estados Unidos, aun con Trump, es mejor que en su natal Etiopía, de donde salió hace ya cinco años. Cree firmemente en el sueño americano y aunque desde que llegó ha enfrentado dificultades, se siente feliz rodeada de otros de sus paisanos.
“Además creo en Dios”, dice echando una mirada por el retrovisor. “Así que no estoy asustada, no tengo por qué estarlo”.
Retribución para algunos, amenaza para otros, Donald Trump ha vuelto a la Casa Blanca. El frío de enero con el que llega al poder podría extenderse para algunos mucho más allá.