OPINIÓN: El muro de Trump impactará más en el ambiente que en la inmigración
Nota del editor: Juan Mayorga es periodista especializado en asuntos ambientales, principalmente cambio climático, transición energética y desarrollo urbano sustentable. Es maestro en Public Management y GeoGovernance por la Universidad de Potsdam, Alemania, colaborador de medios nacionales e internacionales. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de su autor.
(Expansión) — El muro en la frontera norte de México se vislumbra como un tajo implacable contra la inmigración ilegal hacia Estados Unidos. O al menos así lo ha vendido el presidente estadounidense Donald Trump, urgido de demonizar a los migrantes para justificar su nacionalismo incendiario.
Sin embargo, de llevarse a cabo, esta extravagante infraestructura tendría más forma de ecocidio que de medida de seguridad fronteriza. Y la historia reciente se ha encargado de evidenciar por qué.
En primer lugar, la actual inmigración a Estados Unidos usa menos que nunca la frontera física para acceder al sueño americano. Obama lo repitió hasta la saciedad y el Congreso lo ha reiterado: casi la mitad de la inmigración ilegal (un 45%, según el Centro Pew) entra de forma legal y se queda una vez que sus visas han expirado. Mientras tanto, Estados Unidos ha logrado detener la inmigración terrestre en su propio patio trasero con la complicidad del gobierno mexicano. Solo en 2015, México detuvo a 190,366 migrantes que se dirigían a EU, unos 522 diarios, según la organización Frontera Sur.
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Por el lado del medio ambiente, en cambio, los daños son palpables aun cuando solo hay un tercio de la frontera vallado (de poco más de 1,000 kilómetros), según lo han demostrado distintos estudios.
Considerando estos antecedentes y el contexto actual, hay al menos cinco razones para pensar que el impacto del muro sería mayor en el ambiente que en la inmigración ilegal.
Cerco a la fauna
Más de 800 especies son afectadas ahora mismo por el tramo de muro ya construido, calculan investigadores del Instituto de Ecología de la UNAM. Entre estas especies se encuentran varias en peligro de extinción como el berrendo sonorense, el ocelote, el oso negro, el bisonte americano, el lobo mexicano o los perros de las praderas.
Estas magníficas bestias no entienden de fronteras nacionales ni del sistema electoral estadounidense, y han tenido su hogar en estos territorios desde más de tres millones de años, mucho antes de que el bisabuelo de Trump llegara de Alemania a América en 1905.
La fauna terrestre es la más afectada por el actual muro, ya que sus hábitats y sus bancos genéticos resultan fragmentados, mientras que su capacidad de movimiento y adaptación es reducida. El impacto sería mucho mayor si se completa la construcción de los casi 2,000 kilómetros restantes.
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Gerardo Ceballos, del Instituto de Ecología de la UNAM, quien ha liderado un grupo de investigación en esta materia, asegura que “de las más de 800 especies que identificamos, 111 están en peligro de extinción”, y que la capacidad de desplazamiento de estos animales entre ambos países es clave para su supervivencia, como por ejemplo, en Estados Unidos se conocen solo tres jaguares, por lo que dependen de su contacto con ejemplares mexicanos para reproducirse, mientras que el perro de las praderas está extinto en EU y por ello la población de México debe recolonizar.
Interferencia con áreas protegidas
La frontera entre México y EU cruza áreas de conservación sensibles, reconocidas a ambos lados de la frontera. Se trata de la reserva de la biósfera de El Pinacate y el Gran Desierto de Altar, colindante entre Sonora y Arizona, las áreas de protección de flora y fauna del Cañón de Santa Elena en Chihuahua, Maderas del Carmen en Coahuila, y la Laguna Madre y el Delta del Río Bravo en Tamaulipas.
Estas áreas tienen sus contrapartes estadounidenses en los parques nacionales Organ Pipe Cactus, Tumacacori y Big Bend.
La denominación de estas áreas implica sendos mandatos legales de protección en ambos países, por lo que una barrera física que lo impidiera sería un cuestionamiento de facto a la legalidad, la autoridad moral y la soberanía de ambas naciones.
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Amenaza a los servicios ambientales
Como todos (menos Trump) entendemos, el cuidado del medio ambiente tiene implicaciones directas para las poblaciones humanas. De tal manera que un muro como el propuesto implica también riesgos sociales.
nullUn ejemplo de esto es la inundación registrada en la ciudad de Nogales, Sonora, en 2011, derivada de una falla en la capacidad de desagüe en el muro fronterizo, que finalmente colapsó a pesar de haber tenido un costo millonario.
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Además, una construcción de esta envergadura podría modificar los patrones de flujo de agua y la profundidad de los mantos acuíferos, amenazando el abasto de agua potable.
Violación de la ley
El muro en la frontera es una vejación flagrante de leyes nacionales y acuerdos internacionales sobre protección de la vida silvestre, que Trump básicamente se pasa por sus fueros en un desplante de autoritarismo.
nullCon ello, el republicano da la espalda a los esfuerzos bilaterales con México para el cuidado de la vida salvaje —qué lejos se ven ahora los tiempos en que México, Estados Unidos y Canadá se unían para salvar a la mariposa monarca como el gesto ambientalista del TLCAN.
Pésimo mensaje
Pero con su muro Trump también da la espalda al mundo, que ha alcanzado un consenso a favor de este planeta como hogar común. En plena era del consenso contra el cambio climático, transiciones energéticas, desarrollo sustentable y movimientos ambientalistas globales, Trump parece no entender que construir el muro que propone implica ir a contrapelo de los tiempos.
Su muro desestima, cuando menos, las convenciones de Naciones Unidas sobre especies migratorias (CEM), cambio climático (CMNUCC) y biodiversidad (CBD). Para el resto del mundo que observa atentamente, esto es una cachetada contra el multilateralismo y la diplomacia climática, además de un quebranto irremediable para el liderazgo de Estados Unidos en el sector.
Con esta medida —sumada a los recortes a la Agencia de Protección Ambiental, a las amenazas de retirar a EU del Acuerdo de París y a la acción ejecutiva para reanudar el oleoducto Dakota Access Pipeline—, Trump se consolida como un total retroceso en la política ambiental estadounidense, luego de una clase política que (aun con todas sus fallas) incluyó a campeones globales de esta agenda como Barack Obama, John Kerry o Albert Gore.
Lo peor es que abre la puerta a que otros líderes mundiales sigan su ejemplo.
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