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OPINIÓN: El voto por la independencia de Cataluña muestra que España está rota

Cataluña ha demostrado que la Constitución española ya no es pertinente para todas las regiones del país, opina Marc Herman.
mié 11 octubre 2017 12:00 PM
Independencia
Independencia El debate sobre la independencia de Cataluña ahora versa sobre los derechos fundamentales de los catalanes. (Foto: PAU BARRENA/AFP)

Nota del editor: Marc Herman es periodista especialista en asuntos exteriores y vive en Barcelona. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de su autor.

(CNN) — Cuando el primer ministro de Cataluña, Carles Puigdemont, tomó el micrófono para hablar del referéndum para que su región se separara de España, pocos sabían que pensaba decir.

Apenas hace dos semanas, los secesionistas catalanes recorrieron un camino cuesta arriba para justificar su independencia. Sin embargo, los ataques de la policía española contra los participantes desarmados en las elecciones que se celebraron en la región el 1º de octubre permitieron que los secesionistas de Puigdemont ganaran la batalla moral y que el debate dejara de ser sobre la constitucionalidad del referéndum (la Suprema Corte de España lo prohibió) y se volviera sobre si los catalanes tenían el derecho fundamental a la libertad de expresión, el derecho de reunión y el de autodeterminación.

Puigdemont tomó la palabra sabiendo que el debate ya no se trataba sobre el derecho a la independencia de Cataluña. Tomó la palabra sabiendo que se podría argumentar que la forma en la que España hizo valer la ley podría, a ojos de muchos observadores internacionales e incluso españoles, haberse transformado en represión. Además, seguramente calculó que, a ojos de dichos observadores, un pueblo reprimido podría convencer al mundo que merecían tomar su propio camino.

Puigdemont, quien hace apenas dos años era alcalde de Girona, una ciudad catalana mediana, ha jugado su mano astutamente. Al declarar que los catalanes se ganaron el derecho a independizarse pero que primero convocaría a varias semanas de debates en el Parlamento regional, reemplazó un voto disputado con un modelo de proceso democrático. Nadie niega la validez del Parlamento catalán y el debate sobre los méritos de la secesión, que tanto ha hecho falta, se llevará a cabo. Es significativo que la primera persona que habló después de Puigdemont, el martes 10 de octubre, fuera Inés Arrimadas, líder del partido catalán Ciudadanos, que se opone a la secesión.

Sin embargo, Puigdemont sabe que su lado ahora tendrá que dar un argumento convincente a favor de la independencia y no solo a favor del derecho a votar. Los secesionistas catalanes tendrán que enfrentarse a la realidad de que una victoria política y organizacional impresionante no les ayudará con lo que viene.

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Aún persisten claros problemas constitucionales tanto con el voto del 1º de octubre como con la declaración anticipada de independencia. Puigdemont no les ha explicado a los 8.5 millones de habitantes de Cataluña los sacrificios que se hacen inevitablemente al construir un país. No ha explicado por qué su Partido Demócrata Europeo Catalán, que tiene afinidad por el sector empresarial y que prometió a los electores que Cataluña podía sortear el impacto económico de la independencia, no ha logrado hacer cumplir las promesas de la clase empresarial acomodada de la región.

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Varias de las principales empresas de la región amenazaron con salir de Cataluña si se hacía una declaración unilateral de independencia. Además, las promesas de permanecer automáticamente en la Unión Europea cuentan con poco respaldo de la dirigencia actual de la Unión en Bruselas, Bélgica. Puigdemont también tendrá que explicarles a los ciudadanos españoles que viven fuera de Cataluña que la pérdida de una de las regiones más ricas del país no los condenará. Está claro que Puigdemont tiene mucho trabajo por delante, suponiendo que no termine en prisión pronto.

Para el primer ministro de España, Mariano Rajoy, maestro de la política de la inacción, también se acabó el tiempo de blofear. La pasividad estratégica, esperar que el desafío catalán caiga bajo su propio peso, ya no es opción. Casi una década de repetir simplemente que la independencia de Cataluña es ilegal —y ahora respaldar esa afirmación con garrotes— nos ha llevado a esta crisis. Rajoy no ha propuesto un plan B.

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Si Rajoy accede a negociar con los catalanes, habrá que sortear la enorme falta de confianza. Fuera de los hechos violentos recientes (no de parte de las milicias, sino de parte de las fuerzas de seguridad del Estado que obedecen órdenes del gobierno), Rajoy y su conservador Partido Popular están relacionados con el fracaso del más reciente esfuerzo por encontrar puntos en común con los catalanes.

Los acontecimientos del martes marcan la culminación de un proceso que comenzó en 2010, cuando Rajoy y su partido, que entonces era la oposición, impugnaron el pacto con el que el gobierno español otorgaba mayor autonomía a los catalanes. Si ambas partes negocian, deberán tomar una decisión difícil.

Los gobiernos español y catalán podrían intentar renegociar el pacto de 2010 y crear una nueva receta para que los catalanes tengan más autonomía. Pero es difícil imaginar a Rajoy, cuya popularidad aumentó fuera de Cataluña antes de que fallara el acuerdo anterior, y a Puigdemont, un secesionista de tradición, negociando un acuerdo como ese.

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La otra opción, más difícil, es hacer la muy discutida reforma a la Constitución española, que para los secesionistas es un documento inacabado que se redactó en los años turbulentos que siguieron a la muerte del dictador Francisco Franco.

España no es un Estado federal. Podría serlo. Pero esa es una discusión mayor y, necesariamente, más incluyente. Es probable que la mayoría de la gente de España prefiera llegar a un acuerdo aparte con los catalanes que poner a prueba la democracia que han tenido durante cuatro décadas después de Franco.

Sin embargo, sin importar el resultado, Cataluña ha demostrado que, en cierto sentido, España está rota. Su Constitución ya no funciona estrictamente en una de las regiones más grandes del país. En los próximos días, Puigdemont pondrá a prueba lo rota que el mundo cree que está.

Ya hay roces en la izquierda española ante la vista de banderas españolas en todo Madrid, cuando durante años solo los catalanes ondeaban la suya. En una época de auge del nacionalismo en todo el mundo, el que dos partes ondeen su bandera parece peligroso.

Carles Puigdemont oprimió el botón de pausa y reclamó para sí la parafernalia de la democracia.

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