OPINIÓN: Obama intentó salvar a Trump de un error colosal
Nota del editor: Michael D'Antonio es autor del libro Never Enough: Donald Trump and the Pursuit of Success (editorial St. Martin's Press). Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de su autor.
(CNN) — Con cada revelación de la controversia de Trump y Rusia, queda cada vez más claro que el momento más importante de la transición de Trump involucró al hombre al que parece detestar más.
Dos días después de las elecciones, Barack Obama le advirtió cara a cara a Trump de los riesgos de mantener cerca al general retirado, Michael Flynn. Trump ignoró el consejo y por el contrario, depositó toda su confianza en Flynn al nombrarlo asesor de seguridad nacional.
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El esfuerzo de Obama por salvar a Trump y al país está lleno de ironías dolorosas. Recuerden que Trump es el hombre que dedicó años a promover las teorías racistas de conspiración que insinuaban que Obama había nacido en el extranjero y que por lo tanto no cubría los requisitos para ser presidente. Flynn, a quien Obama despidió porque dudaba de su liderazgo, se burló en ese entonces de Hillary Clinton, la aliada de Obama, al corear "enciérrenla" durante la campaña.
Obama pudo no haber dicho nada. Un hombre mezquino habría disfrutado sabiendo que Trump y Flynn iban directo hacia una crisis. Obama cumplió su deber al tratar de ayudar a su sucesor.
La prudencia que Obama demostró es típica de un presidente que antes de dedicarse a la política era experto en Derecho Constitucional y que entendía su responsabilidad de cumplir su juramento de "preservar, proteger y defender".
Al aconsejar a Trump, Obama también siguió la tradición de los comandantes en jefe, quienes deben defender al país de sus enemigos, externos o internos. Flynn era una amenaza potencial para la seguridad de Estados Unidos y tras ocho años de defender al país, Obama no iba a dejar de señalar esta amenaza.
null¿Por qué Trump no hizo caso de los consejos de Obama? Para entenderlo, sirve saber que tiene una perspectiva vana y sombría de la vida.
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Hace mucho, Trump reconoció que era un tanto paranoico y explicó que "no es malo ser un poco paranoico". Aconsejó aplicar esta ideología temerosa y delirante "incluso a la gente más cercana a ti" porque, al final, todo el mundo actúa por interés propio.
Este punto de vista sirve para entender por qué Trump valora la lealtad más que cualquier otra virtud y que pese a ello, pone a prueba a las personas en las que supuestamente confía. También sirve para entender por qué Trump no pudo seguir el consejo de Obama. No pudo imaginarse que Obama dejaría a un lado las filiaciones partidistas y la oportunidad de ver sufrir a su oponente por el bien del país.
La vanidad de Trump también es parte del problema. Seguro de su propia superioridad, Trump cree en la habilidad innata y le parece más valiosa que la experiencia y el carácter. Se cree un gran conocedor del talento. Según su lógica, si decidió tener cerca a Flynn durante la campaña —y Flynn ciertamente era uno de sus principales asesores y representantes—, tenía que ser bueno.
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De igual forma, el no recompensarlo indicaría que Trump cometió un error. Trump detesta reconocer que comete errores, mucho menos siguiendo un consejo de Obama.
También hay que tener presente la superficialidad de Trump, quien se considera un hombre apuesto y a quien le gusta rodearse de hombres y mujeres bien parecidos. Cuando estaba armando su gobierno, sus asistentes hablaban de que quería a gente "que luciera bien en el cargo" y por lo tanto, tomaba las entrevistas como si estuviera haciendo audiciones para una película.
Rex Tillerson, hombre maduro de cabello plateado, parece un secretario de Estado de Hollywood. James Mattis, secretario de Defensa, es un hombre delgado y musculoso que parece un comandante. Trump también alardeaba que le gustaba su sobrenombre, Perro Loco.
En el caso de Flynn, Trump quedó cautivado por el rostro curtido de un oficial del Ejército cuya apariencia indica fuerza inquebrantable. Cabe señalar que Trump tiene un apego extraño a los militares (los llama "mis generales") y es probable que haya preferido a Flynn pese a todos los indicios de que no era apto para un cargo tan crucial y delicado.
Ciertamente, el simple hecho de que a Flynn le encantaba ser un promotor político estridente y cáustico demostraba la falta de temperamento para manejar un alto cargo de seguridad nacional. Ningún jefe de espías que se tome en serio daría las demostraciones grandilocuentes que Flynn dio en 2016. Sin embargo, Trump —quien pasó sus años formativos en una academia militar— estaba decidido a mantenerlo cerca.
Como es muy probable que Flynn estuviera bajo vigilancia, también es muy probable que se haya grabado a Trump hablando con él durante y después de la campaña. Trump es un tipo al que le encantan las conspiraciones, los chismes y las estratagemas. Antes, cuando entre sus objetivos estaba la autopromoción y la acumulación de riqueza, los riesgos que conllevaba su conducta eran limitados y si se metía en problemas, sus abogados lo salvaban.
Ahora, el fiscal especial Robert Mueller, quien cuenta con medios con los que Trump nunca se había enfrentado, avanza metódicamente en su investigación de la interferencia rusa en la campaña presidencial de 2016 y en otras cuestiones relacionadas. Ha acusado de delitos graves a cuatro personas relacionadas con Trump. Dos se declararon culpables, Flynn entre ellos. Trump está reaccionando como siempre, intentando acosar y denigrar y negando la verdad.
Gran parte de los problemas de Trump pudieron haberse evitado si hubiera sido capaz de seguir el consejo de su predecesor, Obama, cuya experiencia y formación como abogado le habrían permitido predecir el futuro miserable en el que Trump vive hoy. Cegado por su vanidad, Trump no pudo ver el regalo que Obama le dio.
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